En mayo de 2019, el Biomuseo inauguraba las últimas tres galerías diseñadas para resaltar la extraordinaria biodiversidad de Panamá y contar la historia ocurrida hace millones de años, cuando este pequeño istmo emergió del mar, transformando la vida en la tierra de forma asombrosa. Una historia sustentada en años de rigurosos estudios realizados por científicos de la Universidad de Panamá y del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales.
Las tres nuevas galerías – Océanos divididos, La red viviente y Panamá es el museo- habían finalmente visto la luz, tras un enorme esfuerzo de recaudación de fondos realizado por los miembros y amigos de la Fundación Amador.
A partir de entonces, los visitantes del Biomuseo pudieron admirar la variedad de especies marinas exhibidas en enormes peceras que dan fe de la diversidad de la vida en los dos océanos que bañan nuestras costas. Igualmente pudieron adentrarse en el conocimiento del extraordinario bosque húmedo que caracteriza a esta tierra y participar de una experiencia sensorial que mezcla la diversidad natural y cultural de Panamá.
Esas nuevas galerías se sumaron a las cinco que ya funcionaban desde que se inauguró el Biomuseo en 2014. Una meta materializada tras más de una década de persistentes esfuerzos por hacer realidad una obra diseñada por el prestigioso arquitecto Frank Gerhy que es por sí misma un homenaje a la vibrante naturaleza panameña.
El camino había sido largo y muy difícil, pero en mayo de 2019 el horizonte se veía despejado y prometedor. Los directivos de la Fundación Amador y el equipo ejecutivo habían trabajado duro y con gran creatividad, para diseñar un plan que permitiera afrontar sus altos costos de operación y mantenimiento. Sin embargo, se avecinaban tiempos muy grises, no solo para el Biomuseo, sino para la humanidad toda.
En marzo de 2020, el Biomuseo tuvo que cerrar sus puertas, mientras los habitantes de este frágil planeta nos encerramos para protegernos de una plaga de la que poco o nada se sabía.
Para el Biomuseo no era simplemente cuestión de poner el candado y marcharse. Allí permanecían, por ejemplo, los peces y otras especies marinas en los tanques que requerían cuidado constante; quedaba el extraordinario bosque tropical recreado alrededor del museo, así como los delicados equipos y estructuras que requerían mantenimiento y atención permanente. La situación fue extremadamente complicada desde el primer instante para el Biomuseo y su gente.
En aquel momento hubo que tomar decisiones drásticas, como devolver al mar los tres tiburones gato que estaban en los estanques, ya que era imposible asumir el enorme costo de mantenerlos con el museo cerrado. Esta decisión fue una de las muchas que se tomaron entonces para evitar el colapso.
Pero todo pasa, y poco a poco volvimos a salir de nuestros encierros, y la ciencia permitió ser optimistas ante el futuro. En noviembre de 2020, el Biomuseo volvió a abrir sus puertas, con toda la cautela que imponía el momento y que incluía todas esas medidas de bioseguridad que pasaron a formar parte de nuestras vidas.
Fue una etapa muy dura, porque el cierre había sumido al museo en una profunda crisis económica. Limitar su operación a los fines de semana y en horario restringido, imposibilitaba obtener los recursos necesarios que garantizaran su sostenibilidad. Además, era urgente realizar costosos trabajos de mantenimiento de algunas áreas afectadas por el prolongado cierre.
Pero como había ocurrido muchas veces durante el complicado proceso de construcción y equipamiento del museo, los miembros de la directiva de la Fundación Amador, los generosos amigos del museo y su equipo ejecutivo se las ingeniaron para lograr los apoyos que fueron poco a poco sacando al Biomuseo del hueco.
Los planes y proyecto que se habían diseñado antes de la pandemia se fueron adaptando a los nuevos tiempos y el optimismo volvió a ser protagonista. Las risas y expresiones de asombro de los estudiantes de todo el país volvieron a escucharse por las galerías del Biomuseo, los turistas empezaron a regresar y los jardines se llenaron nuevamente de luz y música con múltiples actividades.
Sin embargo, el cielo despejado duró poco. Paradójicamente, la lucha que emprendió el país para proteger la naturaleza y que logró importantes hitos como la moratoria minera y el reciente fallo de inconstitucionalidad que pone fin al contrato de extracción de cobre de Donoso, significó un nuevo y duro golpe para el Biomuseo.
Los cierres de vías, las protestas y la generalizada decisión ciudadana de detener la actividad minera en el país, hicieron que las visitas de los estudiantes se suspendieron, que los turistas desaparecieran y que las actividades privadas se cancelaran. El Biomuseo pasó a ser un daño colateral de la lucha contra la minería; un daño colateral que requiere ser reparado.
Las batallas de las últimas semanas evidencian que los panameños decidimos que la riqueza de Panamá es su diversidad verde y azul. Una diversidad que precisamente es homenajeada en cada uno de los espacios de esa extraordinaria y colorida estructura que saluda a los visitantes en la entrada del Canal y que hoy necesita el apoyo de todos.
Corran la voz, el Biomuseo nos necesita.
La autora es presidenta de la Fundación Libertad Ciudadana, TI Panamá