Neutralidad. Imparcialidad. ¿O indiferencia? ¿En qué momento la realidad no se adapta a la verdadera neutralidad y se empieza a ser un cómplice silencioso al perpetuar ciclos de violencia?¿Tenemos acaso una verdadera soberanía? ¿Somos realmente un poder con competencia total sobre nuestro mayor activo? ¿O seguimos siendo una marioneta de guerra bajo tratados y acuerdos del imperialismo yankee?
Son preguntas que debería hacerse cada panameño ahora más que nunca, cuando, en lugar de encontrarnos bajo el paraguas del Pentágono, nos encontramos bajo la mira de su rifle una vez más. Sentimientos encontrados de aquellos que vivieron aquel nefasto 20 de diciembre de 1989. Sentimientos nacionalistas. Y también sentimientos de indiferencia generados nada más y nada menos que por la desigualdad en la distribución de riquezas del país.
El Tratado de Neutralidad del Canal de Panamá tiene varios artículos y disposiciones, como, por ejemplo:
El Canal de Panamá permanecerá neutral y abierto para todas las naciones para el tránsito pacífico, sin importar tiempos de paz o guerra.
Naves de guerra de todas las naciones pueden transitar sin ser inspeccionadas, registradas o vigiladas.
Las naves pueden negarse a revelar su funcionamiento interno, origen, armamento, carga o destino.
La mayoría de estas disposiciones se encuentran en el Artículo VI del Tratado de Neutralidad. Dichas disposiciones difieren y discrepan severamente del significado de neutralidad de acuerdo con el derecho internacional, ya que dentro de su definición la neutralidad implica “evitar actos que puedan interpretarse como participación en el conflicto”. ¿No es acaso permitir el tránsito de armas de guerra formar parte del conflicto a través de una complicidad pasiva?
Debemos preguntarnos, como una población civilizada, si queremos que nuestro mayor activo siga siendo utilizado para beneficio de Estados Unidos, quienes continúan extendiendo la violencia y la guerra en el Medio Oriente y actualmente buscan intimidarnos siendo un país sin ejército. En recientes declaraciones, el presidente Donald Trump manifestó que no escatimaría en acciones necesarias para retomar el control del Canal de Panamá.
Para poder redefinir qué abarca el marco de neutralidad o cómo debe aplicarse, se requiere un consenso internacional para alinear su significado con estándares éticos y contemporáneos. Estados Unidos jamás ha dejado de ver el Canal de Panamá como un activo propio y de suma importancia en el ámbito militar y estratégico. La neutralidad, como se define en el tratado, está únicamente alineada con los intereses de una nación con una fuerza militar poderosa como Estados Unidos, permitiéndoles acciones que violan el espíritu de la neutralidad.
Panamá debe operar bajo un marco de neutralidad genuino. Para que esto sea posible, se debe establecer supervisión internacional y así reducir las influencias de una sola nación (en este caso Estados Unidos) y asegurar la aplicación justa de los principios de la neutralidad.
Debe implementarse la transparencia en el tránsito de naves, sobre todo en aquellas que transporten armas legales destinadas exclusivamente a propósitos de seguridad interna de cada país y no directamente a fines de guerra o intereses políticos. Esto debe ir de la mano de pautas éticas que prohíban el tránsito de armas con destino a sitios en conflicto de guerra o regímenes que cometan atrocidades, alineándose así con los estándares modernos de los derechos humanos.
Finalmente, debe garantizarse que la responsabilidad del tránsito sea compartida entre todas las naciones que hacen uso del Canal de Panamá, requiriendo que tanto exportaciones como importaciones de armas justifiquen su motivo bajo el derecho internacional. Revisitar el significado de la neutralidad y el mismo Tratado de Neutralidad no solamente sería un reto para el status quo, sino también para aquellas naciones poderosas, confrontándolas con su rol en la perpetuación de sistemas que priorizan la ventaja estratégica sobre la responsabilidad internacional.
Permitir el tránsito de armas con fines de guerra no es solamente una acción pasiva, sino una participación activa en la logística de guerra, ya sea de manera intencional o a través de crímenes o actos de omisión. La neutralidad no debe ser una ventana ni una excusa para la evitación moral y ética.
La autora es especialista en formación.