El 31 de diciembre de 1999 marcó un hito histórico para Panamá: la recuperación del Canal, un sueño largamente anhelado desde que nuestros héroes lucharon por la soberanía plena de esta tierra. Esa lucha, sin embargo, no comenzó en la mesa de negociaciones ni en los pasillos diplomáticos. Fue el sacrificio de nuestros mártires del 9 de enero de 1964 el que cimentó el camino hacia este logro monumental. Aquel día, estudiantes panameños alzaron la bandera y enfrentaron una represión brutal por exigir el respeto a nuestro derecho soberano sobre la Zona del Canal. La sangre derramada en esa gesta heroica jamás será olvidada, pues fue el inicio de una lucha que culminaría con la firma de los Tratados Torrijos-Carter en 1977.
Desde que asumimos el control, el Canal ha demostrado ser mucho más que una vía de tránsito marítimo. Es un pilar de desarrollo económico, un símbolo de unidad nacional y un testimonio de la capacidad de los panameños para gestionar una de las rutas comerciales más importantes del mundo. Cada año, el Canal aporta millones de dólares al Tesoro Nacional y crea oportunidades que impactan a miles de familias panameñas. Pero, más allá de los números, el Canal es una obra que late al ritmo del corazón de nuestro pueblo.
Recientemente, las declaraciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, han encendido alarmas al proponer la “recuperación” del Canal, insinuando que su administración está influenciada por intereses chinos. Estas palabras, además de inexactas, constituyen una afrenta directa a nuestra soberanía. Es crucial recordar que el Canal de Panamá ha sido administrado exclusivamente por panameños desde su transferencia en 1999, y los acuerdos internacionales que rigen su operación aseguran su neutralidad y eficiencia.
El presidente panameño, José Raúl Mulino, ha respondido con firmeza a estas acusaciones, rechazando cualquier injerencia extranjera en la gestión del Canal y defendiendo la transparencia y profesionalismo con que se maneja. Como panameños, no podemos permitir que discursos de este tipo desvíen la atención de los verdaderos desafíos que enfrentamos, como el cambio climático y la sostenibilidad de nuestros recursos hídricos. La Autoridad del Canal de Panamá ha implementado estrategias sólidas, incluyendo la reforestación y una eficiente gestión del agua, para garantizar su funcionamiento y su impacto positivo en las comunidades.
Recordemos también que nuestra soberanía no solo se defiende en las palabras, sino en los hechos. La ampliación del Canal en 2016 consolidó a Panamá como un eje estratégico del comercio global. Ese esfuerzo monumental es prueba de que somos capaces de innovar y adaptarnos a las exigencias de un mundo cambiante. Como dijo un canalero durante la inauguración de las nuevas esclusas: “Ahora mis hijos no solo ven el Canal como parte de la historia; lo ven como parte de su futuro”.
Hoy más que nunca, el espíritu del 9 de enero de 1964 debe guiarnos. Así como aquellos valientes jóvenes se enfrentaron a gigantes para alzar la bandera en nuestra tierra, nosotros debemos mantenernos firmes frente a cualquier intento de menospreciar nuestra soberanía. El Canal no es solo una infraestructura estratégica; es un símbolo de nuestra capacidad como nación, del sacrificio de quienes vinieron antes y del compromiso que debemos tener con las generaciones que vienen.
“El que cuida su tierra, cuida su gente.” Ese mensaje resuena hoy más fuerte que nunca. Cuidar el Canal de Panamá es cuidar nuestra soberanía, nuestra identidad y nuestro futuro. Con la frente en alto y el corazón lleno de esperanza, podemos decir con orgullo: el Canal es nuestro, y con él, el futuro de Panamá también lo es.
El autor es escritor y máster en administración industrial.