El congreso de Panamá de 1826

A los funcionarios que se refieren a reuniones internacionales de poca monta como eventos “singulares”, “trascendentales”, o “sin precedentes”, hay que recordarles, para que se ubiquen, la trascendencia del congreso que se instaló 196 años atrás en esta fecha, punto de partida de la anfictionía americana.

En respuesta a la convocatoria del Libertador Simón Bolívar—quien, como presidente de Colombia y encargado del mando supremo del Perú, invitó a los gobiernos recientemente constituidos a reunirse en Panamá—el 22 de junio de 1826 se instaló en nuestra capital la primera asamblea de Estados americanos.

Su propósito fue esbozado por Bolívar en su circular del 7 de diciembre de 1824. La asamblea de plenipotenciarios, explicó el Libertador, serviría “de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos cuando ocurran dificultades, y de conciliador, en fin, de nuestras diferencias.”

Bolívar tenía en mente la defensa de la independencia americana, ganada, con mucho esfuerzo, a lo largo de tres lustros de luchas emancipadoras, a partir de 1810. Aspiraba, sobre todo, al mantenimiento de la forma republicana de gobierno, recién estrenada en nuestras latitudes.

Quería aportarles a “los intereses y relaciones que unen entre sí a las repúblicas americanas” una “base común” que ayudase a eternizar, en nuestro suelo, el gobierno republicano.

En el primer congreso americano, reunido en nuestra capital, participaron delegados de Colombia, la Federación Centroamericana, México y Perú, así como observadores de Holanda y el Reino Unido. La instalación fue presidida por el ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, Pedro Gual (venezolano).

Cada país concurrente nombró dos representantes. Por Colombia, además de Gual, acudió Pedro Briceño Méndez, militar venezolano, casado, por cierto, con una sobrina del Libertador—Benigna Palacios Bolívar—hija de su hermana Juana Nepomucena.

La Federación Centroamericana tuvo como plenipotenciarios al sacerdote guatemalteco Antonio Larrazábal y al estadista Pedro Molina, también de Guatemala. México envió al militar José de Michelena y al juez José Domínguez; y Perú, a los jurisconsultos Manuel Lorenzo Vidaurre y Manuel Pérez de Tudela.

En reconocimiento a sus aportes al desarrollo del Derecho Internacional americano, los retratos de estos emisarios están expuestos en el Salón Bolívar, que es así como se denomina el recinto donde tuvo lugar aquella asamblea (no “sala capitular”, como extemporáneamente la llaman algunos, incluyendo altos funcionarios, quienes ignoran el contenido de la Ley N°63 de 1941).

En ese mismo salón celebra esta mañana su sesión solemne la Sociedad Bolivariana de Panamá, en respetuoso recuerdo de los protocolos del istmo—como los llamó el Libertador—cuyo punto central será el discurso que pronunciará el Dr. Germán de La Reza, catedrático de la Universidad Autónoma Metropolitana de México, el más destacado historiador de la anfictionía americana, cuya presencia en nuestro medio, con motivo de esta conmemoración, constituye un gran privilegio.

Al congreso de 1826 asistieron como observadores el coronel Jan Verveer, de Holanda y el diplomático Edward Dawkins, del Reino Unido. Tras diez sesiones, después de tres semanas de actividad, el 15 de julio los delegados acordaron el Tratado de unión, liga y confederación perpetua, y dispusieron suspender sus deliberaciones “para continuarlas en tiempo oportuno en la villa de Tacubaya” (México).

El tratado suscrito en Panamá plantea una alianza de Estados para defender su independencia, su integridad territorial, su soberanía y—sobre todo—el sistema republicano de gobierno. Contiene disposiciones para promover el comercio entre los Estados firmantes, así como para abolir el repudiable tráfico de esclavos y procurar la solución pacífica de controversias.

Constituye una iniciativa política, mercantil y humanitaria—esa sí, singular y trascendental—cuyos antecedentes históricos se remontan a la antigüedad griega, como lo destaca el Dr. Justo Arosemena en su Estudio sobre la idea de una Liga Americana (1864). Bolívar, hombre culto y versado en la historia clásica y moderna, se inspiró en la antigua tradición anfictiónica y su inteligencia adecuó aquellos conceptos clásicos a la nueva realidad americana.

El tratado de 1826 se basa en el principio de igualdad soberana de los Estados, piedra angular de las relaciones internacionales y fundamento indiscutible de todas las organizaciones internacionales modernas, incluyendo la ONU y la OEA, para mencionar las que nos son más conocidas. En nuestra contemporaneidad, somos testigos de los problemas que acarrea la violación de este elemental criterio de Derecho Internacional, tal cual lo ilustra la escandalosa agresión rusa a Ucrania, en grosero desconocimiento de la soberanía ucraniana.

Frente a semejante ultraje, Bolívar y quienes en 1826 se reunieron en Panamá hubiesen reaccionado con la mayor energía, a diferencia de quienes hoy—diciéndose herederos de su legado y seguidores de sus enseñanzas—responden con tibieza, indiferencia o, peor aún, con apoyo a la agresión.

El Tratado de unión, liga y confederación perpetua no logró ratificación más que en Colombia, aquel admirable Estado creado en Angostura en 1819, el cual, pocos años más tarde, sucumbiría a las fuerzas de la desintegración, para desconsuelo del Libertador. La inestabilidad política que caracterizó la etapa inicial de la independencia hispanoamericana impidió la temprana concreción de una alianza para la defensa republicana, con la que soñó Bolívar.

Aun así, en el Congreso de Panamá de 1826 radica el origen de los sistemas coordinación, integración, y unificación de los Estados americanos para propósitos comunes, como la salvaguardia del sistema republicano de gobierno. Aunque las fuerzas que lo asedian hoy son distintas, el fin es el mismo: destruir la arquitectura republicana con su forma de gobierno representativa, su separación de poderes, su sistema de pesos y contrapesos, su base ciudadana, sus libertades y su Estado de derecho.

Toca a los seguidores de Bolívar mantenernos vigilantes y combativos en defensa del sistema republicano, de nuestras libertades y del Derecho Internacional, sustentáculo de la vida civilizada, en cuya historia—como lo indicó el Dr. Harmonio Arias Madrid—tiene el Libertador “un puesto preferente”.

El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá; y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.



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