El destructivo e interminable maremoto de falsedades y agresiones de funcionarios de Estados Unidos contra la soberanía de Panamá y en detrimento de la ACP es un tema para analizar desde sus motivaciones políticas, guerreras, patológicas y comerciales. Lo último mencionado me salta a los ojos por la reciente indicación del miembro del consorcio trump (y presidente de la Comisión Marítima Federal de ese país), Louis Sola, de que hay que crear un fondo soberano de inversión en Panamá para tomarse los puertos, instalaciones logísticas, el proyecto de embalse de Río Indio y, seguramente, operaciones inmobiliarias. ¡Ja! Todo pareciera irse aclarando.
A la empresa Amador Marina, S.A., presidida por Sola y punta de lanza del consorcio en territorio panameño, el gobierno nacional cedió un terreno de 11.3 hectáreas para el desarrollo privado de un relleno marino en isla Flamenco, en la pura entrada del canal de Panamá. Y Sola no es chino. Es evidente, entonces, que para invertir en nuestro país no tienen que abrumarnos con desvaríos, odios incomprensibles y grotescas mentiras. La alucinación principal del actual gobernante de Estados Unidos parece ser creer que va a poder “negociar” sus inversiones en Panamá a base de calumnias y difamaciones. En realidad, si fuera inteligente, se habría dado cuenta de que lo que más queremos nosotros es la instalación de grandes empresas extranjeras, y para ello ofrecemos enormes facilidades.
¿Estará pensando en su vana mente que el canal se construyó en el espacio sideral como feudo permanente de ellos? ¿Que Panamá no contribuyó en nada a la fabulosa obra? Su consorcio aparenta ignorar que el canal es producto de una concesión y no de una venta o regalo; no admite que la cesión de tierras, ríos, poblados, puertos, servicios múltiples, mano de obra y el menoscabo temporario de nuestra soberanía fue una gigantesca contribución del istmo a la obra. Y ¿qué de nuestro compromiso de aceptar el miserable arrendamiento que nos pagaron durante la duración de su presencia aquí? En 85 años, Estados Unidos pagó arrendamientos por solo $1,879 millones ($22 millones promedio anual); en 25 años de administración panameña, el país ha recibido de la operación $28,000 millones ($1,120 millones promedio anual). ¿Quién es el estafador aquí?
En vista de que no podemos medir armas y no hay pausa en la estrategia trumpista, tenemos que combatirla contundente y públicamente con nuestras verdades. Esta es opinión generalizada en el país, y tenemos a disposición extraordinarios estudios hechos por renombrados personajes de los mismos Estados Unidos. Uno de ellos fue realizado en 2011 por el profesor de la Universidad de George Washington, Noel Maurer (varias veces citado en Panamá), y el historiador de asuntos económicos Carlos Yu, The Big Ditch (Princeton University Press). En él destacaron lo que llevó a Estados Unidos a salir de Panamá y del canal, y constituye el principal mentís a los absurdos de Trump y su grupo. Resaltan que todo empezó al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando el presidente Harry S. Truman (1945-1953) sugirió, como si el canal fuese un juego de mesa de Estados Unidos, entregarlo a las Naciones Unidas. Dijo con palabras contundentes: why don’t we get out of Panama gracefully before we are kicked out? En esos tiempos, Truman por lo menos entendió que los 40 años de hostilidades entre nuestros dos países por razón del tratado Hay-Bunau Varilla no podían continuar.
En particular, Maurer y Yu puntualizan lo siguiente, que condujo a los tratados de 1977:
a) que, tecnológicamente, tres grandes cambios redujeron grandemente el valor económico del canal para Estados Unidos: la conversión de los ferrocarriles a diésel, el sistema de carreteras interestatales y el surgimiento de California como mercado para sus propios recursos naturales.
b) que, de aumentarse los peajes del canal, su incidencia recaería en los japoneses, los coreanos y los taiwaneses que trataran de vender en el altamente competitivo mercado americano;
c) que los contribuyentes de Estados Unidos no se estaban beneficiando de los ingresos del canal, y
d) que, a la luz de la pérdida de valor estratégico, aunque permanecía importante la existencia del canal y con la garantía del tratado de neutralidad, los tratados del canal de Panamá de 1977 resultaban imprescindibles.
Sin duda, Estados Unidos ha complicado agriamente nuestra relación bilateral. El gobierno de Trump continúa con el desvarío de que lo que existe en Panamá es una infraestructura exclusiva para la economía de su país y no la del mundo; no acepta que su utilización por el comercio internacional sea absolutamente neutral y de beneficio para nuestro país, y lanza la fantasía de control chino para imponer el suyo. Ello hace preciso que todos los países se informen en detalle de por qué Panamá no negocia ni su soberanía ni la neutralidad del canal; y de que lo que hemos construido con el tercer juego de esclusas es un canal nuevo, plenamente comercial y mucho más importante que el original. Queremos llevarnos bien con los Estados Unidos, pero de nación soberana a nación soberana, sin subyugación, sin visiones falsas y sin ofensas a la dignidad de la república: nuestro presidente no es the person in charge, como dijo el señor Trump... es quien representa a nuestra nación. Que entienda ya que es obligante para Estados Unidos respetarnos y diferenciar lo que es cooperación de lo que es entrega. Los panameños seguiremos rehusando convertir en nuestras las agendas ajenas.
El autor fue embajador ante las Naciones Unidas.