La ópera bufa que ha montado Gerardo Solís en la Contraloría General de la República es una vergüenza nacional. Su libreto, además de mediocre, dejó de ser gracioso hace dos años, justo el tiempo que nos tomó a los panameños constatar que detrás de su mala actuación solo ha servido para encubrir la grotesca dilapidación del erario nacional.
Muy lejos de controlar el gasto e impedir el insultante derroche de dinero público, lo apadrina. Mientras que los actores de esta triste comedia hacen gala del más burdo clientelismo, el guionista de la obra ha terminado por desacreditar a la institución responsable de prevenir el latrocinio.
El Contralor, carente de toda credibilidad, lejos de denunciar públicamente la corrupción de estos funcionarios, ha servido de tapadera en no pocos casos y ha justificado lo que a todas luces es inaceptable. Pocos podrán olvidar aquella vez en la que aseguró al país –y ante sus jefes, los diputados– que no había tal cosa; que lo de la corrupción era un rumor sin fundamento.
Desde entonces, cada escena ha sido peor que la anterior. Y lo que para él era un rumor, se convirtió en hechos cuando la propia dirigencia del partido gobernante y de prominentes militantes prefirieron renunciar al colectivo y denunciaron que ya no soportaban ver más la corrupción que reina en ese partido, donde el único aliciente para algunos de sus más conspicuos miembros es la corrupción.
Y es así como, quienes nos gobiernan a punta de corrupción, esos que despojan al país de nuestros recursos y endeudan a nuestros hijos y nietos, cuentan con la Contraloría entre sus aliados incondicionales.
No satisfecho con su lamentable actuar, el Contralor, en su última aparición, pretende sustraernos de la realidad, de la contundencia de los números, esos que dan cuentan de miles de nuevos nombramientos nacidos del más burdo clientelismo, pretendiendo convencer al país de que la planilla estatal no ha crecido, convencido de que gesticulando y sonriendo la fantasía es capaz de engañar a los idiotas.
La manipulación de las cifras, y el actuar cómplice y opaco, solo merece una respuesta: renuncie al cargo señor Contralor. El país no se merece a quien lejos de ser garante del correcto manejo de las finanzas públicas, se ha convertido en cómplice de patrañas y entrañable amigo de la putrefacción que corroe los cimientos de nuestra Nación.

