La semana pasada se rindió homenaje al doctor José de la Cruz Herrera, “el darienita universal” (1876-1961). Fue un honor tener a mi cargo las palabras de fondo, en recuerdo del segundo presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá (1931-1936) y más destacado humanista panameño.
La biografía del doctor Herrera es una inspiración para todo aquel que aspire a mejorar su vida a través del estudio, en general, y el cultivo de las buenas letras, en particular. Desde sus modestos orígenes —nació en Garachiné, Darién, en circunstancias limitadas— se caracterizó por recurrir a los medios a su alcance para ampliar sus horizontes intelectuales.
La lectura fue su principal vehículo de aprendizaje. A los ocho años tuvo acceso a Mi delirio sobre el Chimborazo, aquel texto en prosa poética del Libertador Simón Bolívar, conocido por su contenido metafórico y sus referencias a la cultura clásica, el cual memorizó a esa temprana edad. Desde entonces fue bolivariano. Eventualmente, sería uno de los principales biógrafos de Bolívar en el continente americano.
Aunque las penurias económicas lo obligaron a trabajar desde muy temprano, no descuidó, jamás, las oportunidades que se le presentaban, a cada ocasión, para adquirir nuevos conocimientos. Su talento llamó la atención del gobernador del departamento, Ricardo Arango —Panamá formaba parte, entonces, de Colombia—, quien le ofreció una de las becas para la Escuela de Medicina Veterinaria, recientemente creada en Bogotá para promover la modernización agropecuaria.
Aunque aquella materia no constituía su principal interés, el joven Herrera no dudó en tomar la beca. Fue ese su pasaporte a la educación superior. Una vez en el altiplano bogotano, adonde llega en 1892, se interesa por las materias clásicas y empieza a sentir “agrado por las antigüedades grecolatinas”, como lo expresa una de sus biografías.
Mientras estudia veterinaria, ingresa al Colegio Mayor del Rosario, una de las históricas universidades colombianas, especializada en estudios humanísticos. Admirablemente, realiza los dos programas a la vez: medicina veterinaria y filosofía y letras.
En 1898, se publica en Bogotá su tesis Apuntes estéticos, estimulante monografía sobre estética, materia clásica que el autor define como “investigación de las leyes que rigen lo bello, ya en sí, ya en sus relaciones con las facultades humanas que, unas más, unas menos, juegan algún papel en su percepción”. Es este el ensayo que rinde para alcanzar, a los 22 años, el grado de doctor en filosofía y letras.
En 1899 obtiene el grado de profesor en veterinaria. Ese mismo año se desata la guerra de los Mil Días. El joven académico abandona los libros de temas clásicos y se une a las filas conservadoras, doctrina política que profesó toda su vida.
Al terminar la guerra, en 1902, es director del Colegio de Santo Tomás de Aquino, en Bogotá, y en 1905 forma parte del claustro del Colegio Mayor del Rosario —su alma máter— como como catedrático de analogía griega.
Poco después parte a Londres por cuenta propia. En la capital del imperio británico se encamina a la enseñanza y a la traducción. A los 30 ya poseía varios idiomas que había adquirido a partir de su empeño personal: inglés, francés, italiano, portugués, griego y latín, además de su idioma nativo, el español, del cual sería uno de los principales cultores y exponentes en Panamá.
Retorna al istmo en 1911, contratado por el Estado como profesor del Instituto Nacional. Enseña, también, en el Seminario Conciliar, entidad educativa de la Iglesia católica para la formación de sacerdotes.
En el Nido de Águilas se desempeña hasta 1913 y en 1914, entra al cuerpo docente en la Escuela Normal de Institutoras. En 1916, el doctor José de la Cruz Herrera gana los tres primeros premios en los juegos florales conmemorativos del tercer centenario de la muerte de Miguel de Cervantes, príncipe de las letras castellanas.
Este certamen forma parte de una iniciativa cultural más amplia, emprendida por la intelectualidad de la época y acuerpada por el gobierno nacional, para afianzar la identidad nacional a partir de la recuperación de distintas vertientes que confluyen a ella: el pasado hispánico, representado por personajes como Balboa y Cervantes; la tradición bolivariana, simbolizada por el Libertador, estadista cimero, y el legado clásico, grecolatino, al cual accede Panamá a través de la dominación española, a lo largo de tres siglos, y la influencia francesa, en el siglo XIX.
Aparte de las investigaciones de los profesores Szok y Marcilhacy, poco se ha escrito sobre el particular.
Herrera participa activamente en este proyecto cultural dedicado a afianzar la identidad nacional, destacando la pertenencia del istmo a la comunidad de naciones bolivarianas, hispanas y latinoamericanas, en respuesta a la “leyenda negra” que proliferaba a principios del siglo XX (y algunos repiten hoy), según la cual Panamá es un invento estadounidense, un país sin autenticidad ni legitimidad, una república de opereta.
Este aspecto de la prodigiosa carrera del José de la Cruz Herrera, mayormente inexplorado, es válido aún en nuestra actualidad e intentamos mantenerlo vigente en la Sociedad Bolivariana de Panamá, del cual fue miembro fundador en 1929, así como lo fue de la Academia Panameña de la Lengua, en 1926 y de Acción Comunal, en 1923.
Muchas otras facetas de su múltiple personalidad habría que comentar: en particular, su obra literaria de extraordinario valor, cuya etapa de mayor productividad se escenificó en Buenos Aires, adonde se radicó en 1940 y fallecería dos décadas más tarde (1961). Aunque el espacio lo impide, vale la pena recordar a Herrera por los motivos señalados y muchos otros: como modelo de civismo y patriotismo, como paradigma de erudición e intelectualidad, y como ejemplo de lo que puede lograrse a través del esfuerzo y la dedicación al humanismo.
El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en FSU, Panamá, y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá
