Se entiende que el formato de debate genere respuestas acartonadas e insulsas debido a la premura del tiempo y la multiplicidad de los temas, sin dejar de lado la abundancia de candidatos buscando el poder. También se comprende que, al ser el primero, sea un momento de tanteo y de búsqueda de exposición frente a un público que todavía es reticente a las argumentaciones partidarias ante la marcada indecisión electoral.
Sin embargo, la presentación de los temas de educación y ambiente, entre todos los demás, evidenció los vacíos y la pobre argumentación y conocimiento de los políticos en dichos temas, más allá de los clichés e ideas irreales de lo que existe, no solo para la gente, sino también para el entorno mismo. Esto fue muy palpable tanto en los comentarios clasistas expresados por algunos como en los conceptos centrados en la capital, relegando al resto del país a una mención anecdótica.
La intrascendencia con la que se trató el tema ambiental revela lo trivial y superficial de los argumentos presentados, que incluso después de tantos años, siguen siendo abordados bajo los criterios de la década de 1970; sin ningún tipo de aterrizaje concreto, respondiendo de forma fácil e inocua. Entre tantos ejemplos de los desafíos ambientales que enfrentamos, y sin querer siquiera rozar el tema minero con sus cierres de proyecto, auditorías, abandono final y demandas que necesitan un planteamiento individual debido a la gravedad del problema, resalta entre los temas, el agua.
Es un tema en el que los candidatos prometieron potabilizadoras y fuentes de agua sin más. Con un pensamiento casi mágico de generación alquímica, en momentos en que la temporada seca, el fenómeno de El Niño, la emergencia climática y la sequía se unen sobre las 52 cuencas del país.
Sin mayor profundidad, se presentaron discursos que no evalúan de dónde provienen los recursos necesarios para las propuestas planteadas, las cuales requieren mucho más que dinero de las reducidas y agotadas arcas del estado. En las argumentaciones presentadas se habla del agua limpia y accesible como si fuera un bien ilimitado y permanente, o como si existiera sin estar asociada a las cuencas, mientras los problemas se acumulan: cada vez mayor degradación y ausencia de planes de recuperación, la expansión de la frontera agropecuaria hasta los bordes de las fuentes de agua; la presión del crecimiento urbano ilógico y sin planificación, apoyado por autoridades complacientes o ignorantes; la extracción de materiales de los cauces y su alteración permanente para negocios; el aumento de la erosión y sedimentación producto de la acumulación de todo lo anterior; la deposición de residuos sólidos y líquidos debido al mal manejo de los desechos, la contaminación por agroquímicos sin control y las aguas residuales no tratadas de las barriadas y comunidades a lo largo del país; sin olvidar las aguas subterráneas, otra importante fuente de agua para las personas, en gran parte sin estudios, identificación o monitoreo y afectadas por la intrusión salina en los sectores más críticos. Se habló de reformular instituciones, responsabilidades y competencias, o de entregar la responsabilidad a la Autoridad del Canal de Panamá (ACP), que tampoco ha gestionado su tema de la mejor manera ni con las mejores previsiones sociales, de ingeniería y técnicas, particularmente frente al cambio climático, lo que ha visto desmejorado su negocio; para ahora colocarle otra carga más fuera de su rango constitucional de competencias.
No se trata simplemente de pintarse de verde en el estrado y abrazar árboles entonando canciones grupales de hermandad con la Madre Tierra. Se trata de intentar entender de dónde provienen los materiales que utiliza la nación para su funcionamiento durante un período de tiempo. En la actual coyuntura, el tema ambiental determina los servicios públicos que reciben sus electores: agua potable, electricidad en el caso de un gran porcentaje de la matriz energética del istmo, alimentos y piensos en el caso de la agricultura y la ganadería, gran parte de las cuales son rudimentarias y carecen de tecnificación e inversión; y el desarrollo del turismo natural, tema utilizado como comodín para argumentar sin decir mucho, ya que las bellezas naturales y escénicas son una de las mayores posibilidades del sector en el país.
Es motivo de enorme preocupación que estas personas, de entre las cuales podría surgir quien presida el tema ambiental y dirija la gestión del país durante un lustro, no comprendan las implicaciones que tiene la destrucción de ecosistemas, la gestión ambiental inconsecuente del país y la falta de capacidad de planificación frente a los eventos futuros de escenarios climáticos adversos, tanto en infraestructura como en cultura para nuestra población. Ya no es solo necesario un debate presidencial completo sobre el tema; sino que los planes electorales, esas largas elucubraciones volátiles, deben desarrollar acciones concretas que se ejecuten frente a la enorme cantidad de situaciones ambientales cuyo mal manejo deriva en problemas sociales crónicos.
Quizás sea el momento de vender esperanza a la población, pero esta debe sustentarse en la realidad en la que vivimos. De esta depende el futuro de todos.
El autor es biólogo