La reciente aprobación en el pleno de la Asamblea del proyecto de ley 72, que declara el 1 de noviembre de cada año como Día del Niño y la Niña en la República de Panamá, es una muestra más de la desconexión de la clase política con la coherencia y el sentido común.
Aunque la exposición de motivos de esta nueva ley alude a una supuesta relevancia histórica, la realidad es que no conmemora ningún acontecimiento. Como muchas otras efemérides, es una fecha arbitrariamente seleccionada para traer una causa a la palestra. Si el Día del Niño se celebra en noviembre o en julio, realmente es irrelevante. A los niños, que se supone son el foco de esta efeméride, no les importa cuándo sea. Lo viví de niña y como madre también, y créanme, da perfectamente lo mismo.
Otro supuesto valor de esta ley es estimular el comercio y el consumo. Sin embargo, ahora la festividad (que, a todo esto, no es un feriado) pasa de tener un lugar destacado a medio año, en una época de menos gastos, a convertirse en una cuenta más en un rosario de festividades justo antes de la temporada de mayor consumo del año. Para poner la situación en perspectiva, solo en noviembre hay seis festividades que sí son feriados, con los cuales compite esta efeméride, lo que hace este cambio de julio a noviembre contrario a su objetivo. Ni hablar de lo perverso que parece utilizar una fecha dedicada a los niños para hacer dinero, como si no fuera suficiente con la comercialización de la navidad.
Si esta ley no tiene una relevancia histórica, ni potencial para dinamizar la economía, y los valores que se supone debe promover están ausentes, entonces… ¿cuál es su valor real? Todo esto nos demuestra que esta ley no fue impulsada por fines altruistas ni mucho menos prácticos, sino por mero capricho del diputado que la propuso y por la mentalidad de rebaño de aquellos que votaron para aprobarla. Flaco favor nos hace la Asamblea al malgastar tiempo y recursos valiosos para resolver un problema que, en realidad, era más favorable que su “solución”. Nada de esto importa si pueden fotografiarse sosteniendo su creación aprobada, como si hubiesen hecho la gran hazaña.
Mientras tanto, vivimos en un país donde los niños siguen cruzando ríos y quebradas para llegar a la escuela, si es que no mueren en el intento, mientras la corrupción se traga los recursos que les permitirían tener educación y salud de calidad.
Al final, solo nos queda un día alto en azúcar y nulo en sustancia, sin más beneficio que satisfacer la nostalgia, la autocomplacencia y la necesidad de superioridad moral de poder decir que devolvieron el Día del Niño a la fecha que supuestamente corresponde.
La autora es miembro de la Fundación Libertad