Luego de las reacciones nacionalistas que despertó la propuesta del senador de Dakota del Sur, Dusty Johnson, apoyada por 15 de sus compañeros, de aprobar un proyecto de ley que otorgue poderes extraordinarios al presidente electo para negociar la compra del Canal de Panamá por el simbólico precio de un dólar (aunque el proyecto menciona un “precio razonable”), las respuestas no se hicieron esperar.
Sacando de foco la lucha por la soberanía y el profundo significado del Canal para los panameños, no podemos olvidar que vivimos 85 años sin control total sobre esta vía interoceánica. A pesar de los abusos, sobrevivimos, y ya sabemos quién, después de 25 años de soberanía, ha pedido tregua.
El famoso dólar propuesto bien podría funcionar como una analogía, adaptada a los valores inflacionarios del siglo XXI, de la moneda que encontró la cucarachita Mandinga mientras barría su casa: más tiempo dedicó a pensar en qué hacer con ella que en el valor real que representaba. Desde un punto de vista estrictamente comercial, la idea de una venta directa del Canal podría no ser completamente descabellada. Durante esos 85 años de administración extranjera, Panamá logró sacar provecho indirecto del Canal. Dimos una auténtica lección de libre mercado al desarrollar negocios alternos, como la creación de la Zona Libre de Colón en 1948, 34 años después de la apertura del Canal. Este es un ejemplo de que quienes construyeron la vía interoceánica no comprendieron su verdadero potencial como activo versátil.
Sin embargo, hay múltiples aristas que Dusty y sus 15 aliados parecen ignorar. Esta propuesta evoca más una bravuconada al estilo de la Doctrina del Big Stick, disfrazada de pragmatismo contemporáneo. Por ejemplo, la ampliación del Canal aún no está completamente pagada. Como diría el célebre Danger Man: “El pastel estaba envenenado”, ya que cualquier venta directa implicaría asumir la faraónica deuda adquirida para financiar las nuevas esclusas.
Además, al convertirse en propietarios, los compradores enfrentarían desafíos logísticos. ¿Cómo resolverían las sequías que afectan el suministro de agua? ¿Enviarían agua embotellada para abastecer las esclusas? ¿O alquilarían personal, agua, electricidad y demás recursos que actualmente Panamá gestiona?
Aunque bajo ciertas condiciones la idea podría parecer menos descabellada, es seguro que quienes derramaron su sangre por la soberanía del Canal alzarían las voces más enérgicas que se hayan escuchado desde los cementerios.
Si reflexionamos sobre lo que implicaría la venta del Canal, queda claro que perder este ingreso asegurado obligaría al gobierno panameño a ser mucho más eficiente. Tras 25 años de control soberano, es evidente que esa eficiencia aún está lejos de alcanzarse. Una hipotética venta del Canal podría llevarnos a desempolvar las lecciones aprendidas durante los años de administración extranjera, encontrando nuevas formas de aprovechar el libre mercado en beneficio del país.
Por más antipatriota que suene este ejercicio mental, nos recuerda algo crucial: muchos panameños insisten en que el Canal no les ha dejado beneficios directos, y en esa percepción radica el verdadero problema. No dimensionan que el valor del Canal trasciende un cheque mensual; su importancia reside en su papel como motor de la economía nacional y pilar de la identidad de Panamá. Ese desconocimiento es lo que, generación tras generación, nos sigue alejando de comprender el verdadero significado de tener el control de esta vía estratégica para el mundo.
El autor es amigo de la Fundación Libertad.