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El escenario de otra pesadilla

Entre enero del 2020 y enero del 2021, durante la administración de Donald Trump, más de 400,000 norteamericanos habían muerto a causa de la pandemia por el virus SARS-CoV-2. Los eventos de esos días los narran Yasmeen Abutaleb y Damina Paletta, periodistas del Washington Post, en su libro Nightmare Scenario. A dos semanas de la segunda administración de Trump, otra pesadilla nos paraliza.

Trump resulta tan repugnante que es difícil escribir sobre sus actuaciones sin la sobredosis de adjetivos descalificativos, que la prensa no permite. Haré el esfuerzo por respeto a mis lectores.

Durante la campaña electoral en 2016, desde muy temprano en las deliberaciones del Partido Demócrata para escoger su candidato a la presidencia, Hillary Clinton calificaba a Trump como “divisor y peligroso”. En aquella campaña también lo advirtió en más de una ocasión: “no está calificado para ser presidente”. Ya para entonces, Trump descalificaba a los políticos ingleses, revelaba su deseo de hablar con Kim Jong Un, el dictador de Corea del Norte, favorecía que Estados Unidos abandonara la Organización del Tratado del Atlántico Norte, apoyaba que más naciones tuvieran armas nucleares y que se prohibiera la entrada al país a los musulmanes. Ah!, tenía negocios en China.

Es cierto que ha sido elegido por segunda vez a la presidencia en un proceso democrático para el sistema electoral norteamericano, no necesariamente justo en otras democracias. El Colegio Electoral discrimina, crea disparidad entre el electorado, y al voto popular no le concede el lugar prioritario que se reconoce en otras democracias. Aunque no contra Kamala Harris, Trump perdió la elección general con Hillary Clinton por más de 2.8 millones de votos, sin embargo, alcanzó la presidencia, porque ganó en 30 estados, que le dieron 304 votos electorales, con solo el 46.09% del voto popular. Clinton recibió 227 votos del Colegio Electoral, a pesar de haber obtenido 65,853,516 votos populares contra los 62,984,825 votos populares que recibió Trump.

Vivimos “una extraña pausa” después del resultado emitido por el Colegio Electoral en noviembre pasado. Quizás en la certeza de que la retórica de la campaña electoral -la campaña que dio cabida a todas las vergüenzas humanas- pasaría y con ella pasarían los insultos, los vejámenes, las vulgaridades, las cochinadas, las mentiras y teorías de conspiración, las burlas y la venganza. ¡Qué va! Cada sesión para la confirmación de sus hombres y mujeres en la administración del gobierno son un retrato de Trump: narcisismo, matoneo, falsedad, desmemoria, descaro, negación, turbulencia, agresividad, divisionismo, venganza. Ha resultado ser una cuestión de seguridad nacional con respecto a su salud mental.

Estas entrevistas han empalidecido el decreto ejecutivo para retirar al país de la Organización Mundial de la Salud y abolir el compromiso con el Pacto Verde Europeo que, con el jurídicamente vinculante Acuerdo de París, adoptado por 196 Partes, proponen limitar el calentamiento mundial muy por debajo de 2 grados centígrados y alcanzar cero emisiones netas para 2050. Junto a estas deplorables decisiones, inicia la deportación masiva e indigna de miles de migrantes ilegales que huían de tiranías, persecución, hambre en el continente y que son los menos propensos a cometer crímenes, como lo ha confirmado un estudio del Instituto Cato. La purga alcanza a los jueces y autoridades del FBI que no le favorecieron en ninguna de las investigaciones por variadas felonías administrativas, empresariales y sexuales. Entre sus más vengativos actos se dieron la liberación de cientos de presos y criminales que asaltaron el Capitolio el 6 de enero de 2021; la mordaza de la información mediante extorsión a cadenas de televisión, prensa escrita y redes sociales; y no se diga de la amenaza que ha obligado a ocultarse a grupos que favorecen y luchan por la diversidad sexual, los derechos y la salud reproductiva de la mujer y contra la discriminación racial y de cualquier tipo.

El cuidado de la atención de la salud lo ha entregado a la magia y al absurdo. El resultado no puede ser bueno, pero afectará a los más pobres entre los pobres, incluso a los menos ricos entre los ricos. No hay un ápice de moralidad ni de ética en las propuestas concebidas bajo teorías de conspiración, con craso desconocimiento sobre higiene y epidemiología, y como rechazo breñoso al método científico. Ya lo había descrito Lee McIntyre cuando señalaba cómo se veía venir una época donde la negación de la verdad científica, la resistencia al conocimiento y el comportamiento absurdo, nos llevaban, en un viaje hacia atrás, hacia las edades del oscurantismo, donde “el progreso se detuvo”.

El experto ha muerto, la guerra de exterminio se ha disparado contra el conocimiento establecido, una forma de obsesión por el culto a la ignorancia, como lo advierte Tom Nichols, nada extraño con el surgimiento del elector analfabeto. Al científico hay que castigarlo, encarcelarlo si no es suficiente, deportarlo y los recursos intelectuales de la ciencia hay que destruirlos. Los mercenarios de la duda han redactado la constitución del desconocimiento, tal cual los dictadorzuelos de nuestra América Latina, elegidos o no, redactan nuevas constituciones para mutarse perennes e intocables.

Dos semanas ha sido todo, por ahora, lo que ha necesitado Trump para deshojar los compromisos con la salud pública, la higiene de las comunidades, la ciencia y la investigación médica. Ha desarmado el Instituto Nacional de la Salud con un instrumento de dos tenazas: congelando toda comunicación entre las agencias de salud y el público, y prohibiendo comunicaciones científicas escritas o verbales de tópicos relativos a la diversidad, la equidad y la inclusión. Como ha dicho la viróloga Angela Rasmussen, “el apocalipsis de la data”. Toda la data o información de salud púbica se ha dejado en suspenso. Además, está prohibido el uso de vocablos médicos que se refieren a las denominaciones de la diversidad sexual, hechos demostrados en investigaciones biológicas que revelan que el sexo es mucho más complejo y diverso que solo binario. Para reafirmar su obsesión por la aritmética sencilla, Trump firmó una orden ejecutiva obligando que el gobierno federal reconozca solamente dos sexos.

Trump ha revertido decisiones puntuales del presidente Biden en la “Ley de atención asequible” (Affordable Care Act), que prolongaban las coberturas de seguro de salud, que prohibían negar coberturas por condiciones previas de enfermedad y que mejoraban los costos de los seguros de salud. Naturalmente que también revocó dos órdenes ejecutivas de Biden sobre la protección al acceso al aborto, como también bloqueó fondos internacionales a agencias no gubernamentales que promueven o practican abortos.

En esa misma línea, congeló miles de billones de dólares en ayudas federales, préstamos, seguros de salud que afectan a hospitales y clínicas en las comunidades, como también ha suspendido sensibles ayudas internacionales, cual la distribución de medicinas contra el VIH compradas con fondos de los Estados Unidos, y dineros a las clínicas dedicadas al diagnóstico, manejo y seguimiento de estos pacientes. Y, esta semana, envenenado o no por Elon Musk, ha trasladado al Departamento de Estado, la agencia norteamericana de ayuda humanitaria para el desarrollo internacional (USAID, por sus siglas en inglés) mientras que el secretario de Estado, Marco Rubio, utilizando el mismo lenguaje y matoneo de Trump que usara aquí en Panamá, como lucimiento imperial, ha acusado irresponsablemente de insubordinación, la actuación del liderazgo de la USAID. Palabra nueva, esa de insubordinación, que no se pronunciaba desde el 6 de enero de 2021.

Es muy probable, con la aplanadora en las dos Cámaras, que ya Robert F. Kennedy Jr., sea el secretario de Salud y Servicios Humanos, su escogido durante la campaña. “Voy a dejar que se vuelva loco con Salud“, dijo a su auditorio de sordos en octubre pasado. Sobre los conceptos de epidemiología y salud pública y planes de Kennedy, publiqué una opinión el pasado viernes 31 de enero 2025, que ha sobrecogido a mis lectores.

Muchos de sus seguidores, allá y aquí, se sienten “sorprendidos” de este Trump, que no es diferente de aquel que hizo campaña contra Hillary Clinton, quien lo descalificó para ser presidente. Ahora viene con sangre en los ojos y “lanza en ristre” para la limpieza ideológica y étnica que permita cumplirle la promesa al pueblo norteamericano de que “más nunca tendrán que votar”, como dijo sin temor de esconder sus propósitos de persecución y permanencia, a un nutrido auditorio de cristianos en el mes de noviembre pasado.

Solo han pasado 2 semanas, no necesitamos más, el escenario es horrendo y aterrador.

El autor es médico.


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