En algunos países, los huecos en la calle duran más que quienes prometieron taparlos. Lo reparado se rompe, lo absurdo se normaliza y la excusa se convierte en tradición. Mientras los Gatos Invisibles seguían trabajando sin taquilla, y los Educados enseñaban a caer parados con propósito, había ciclos incuestionables: la trampa disfrazada, el silencio cómodo y el “aquí siempre ha sido así”.
Fue entonces cuando apareció y actuó. No maulló, no posó ni pidió permiso: solo miró diferente. Sí, había botellas. No eran de leche, sino largas listas de nombres que cobraban sin trabajar. También había “lava gatos”, que no eran spas felinos, sino contratos y favores disfrazados. Entre los mangos bajitos y los maletines en los pasillos, los evadió ágilmente. Y, como siempre, la cuenta la pagaban los mismos: los invisibles que madrugan, rinden y creen.
Siguió buscando y encontró una manzana azul. No era fruto de innovación, sino una pieza magullada por golpes que le quitaron sustancia. También vio a quien partía y repartía, cobrando lo ajeno con las cuentas de un país entero. Golpes sin moretones, pero con instituciones heridas, confianza vacía y deuda acumulada. Tal vez sea momento de invertir en proyectos que generen más de lo que piden.
Dicen que la curiosidad mató al gato, pero él sabía que conversando podía resolverlo todo. En vez de quedarse mirando redes sociales, encontró la veta: una oportunidad real que llegó a representar el 5% del PIB y el 2.3% del empleo. Para pocos, un problema; para muchos, una posibilidad de progreso sostenible.
Pronto entendió que en el istmo había demasiados “ismos”: nepotismo, clientelismo, amiguismo y otros similares. Pensó que quizá la meritocracia podía ser un camino: reconocer el talento, fomentar la preparación y valorar el trabajo bien hecho. Eso sí, con indicadores claros, metas medibles y seguimiento constante, porque sin medición el mérito se diluye y desaparece. Son caminos que, con voluntad y esfuerzo, mejoran la vida colectiva. El Avispado quiere tender puentes para un progreso que llegue para quedarse.
El Avispado construye, no arrebata lo que no puede obtener por sí mismo. Ejecuta lo prometido, trabaja cuando otros descansan y avanza mientras otros debaten. Tiene bigotes finos para detectar trampas, ojos para leer lo pequeño y un cuaderno lleno de tareas cumplidas. No acusa ni denuncia por fama: observa, documenta, conecta y actúa con hechos más fuertes que mil discursos.
Sabe que no será fácil ni tendrá el equipo perfecto. Reconoce que hoy más del 96% sabe leer y escribir, pero que la escolaridad efectiva apenas alcanza seis años, muy por debajo de lo necesario. Cree que la cultura del trabajo es un activo y que es urgente luchar contra la impuntualidad, la burocracia y la improvisación. Como advierte la OCDE, la productividad es baja en comparación con otros países. Por eso no espera a que todo cambie para actuar: trabaja con lo que hay, transforma desde adentro y contagia constancia.
Camina junto al Gato Educado, que enseña a caer parado, y junto a los Invisibles que sostienen la sociedad. Es parte de esa pandilla que no grita, pero avanza; que no destruye, pero cambia; que no roba foco, pero ilumina. Y entendió también que este pequeño istmo, con menos del 0.01% de la población mundial, mueve más del 5% del comercio marítimo. Un país capaz de ver el amanecer en el Pacífico y el atardecer en el Atlántico el mismo día, pero que de vez en cuando se zancadillea a sí mismo.
Por donde pasa, las excusas desaparecen, los contratos se cumplen, las instituciones respiran y los huecos se cierran de verdad. Cuando aparece, algunos se inquietan y abandonan el barco. Pero cuando construye con otros, el valor llega para quedarse, multiplicarse y exportarse.
Todos sabemos que un país no se transforma de un salto, sino con miles de pasos firmes y resilientes. Construyamos, no con el ruido de quienes arrebatan, sino con quienes saben ver lo positivo en la veta y trabajarla.
El autor es ciudadano.
