Cuando escuché su nombre en la madrugada española, levanté los brazos como si la victoria fuera mía: Rogelio Guerra Ávila, había ganado su cuarto Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró, en la categoría “novela”, con la obra La Miscelánea, dando sin pretenderlo, una lección de oficio para los escritores y también de trasparencia para el certamen.
En una entrevista que concediera el autor de Una corona con cantáridas al periodista Leadimiro González, afirma que “La Miscelánea era en realidad un grupo de cinco cuentos que escribí el año pasado… y que decidí fusionar como una novela corta. Sin embargo, al hacer esa fusión solo salieron 45 páginas, de modo que tuve que crear nuevos personajes, inventar tramas y situaciones hasta completar el mínimo de páginas que exige el Premio Miró. Conseguí 151 páginas en tres semanas… Es una novela escrita a la carrera y con remiendos. Por eso creo que es un libro raro y confieso que no le tenía mucha fe. Me equivoqué”.
Que nadie se engañe: esta posibilidad está al alcance de los que tengan mucho oficio, y no olvidemos que el tiempo dedicado a una obra no es directamente proporcional a su calidad pero, para la mayoría, es necesario mucho trabajo y tiempo para lograr lo que Guerra Ávila, cuya calidad literaria está fuera de discusión.
Para los escépticos con el Miró: desde la cárcel se puede ganar, lo que se premia es la calidad literaria, sin roscas, que nada tiene que ver el ser hombre, mujer, hetero, homo, yeyé o plaga: cuando aprendamos a reconocer que el talento literario está por encima de quienes somos, seremos mejores escritores. Nuestro compromiso con el arte tiene que ser una apasionada búsqueda de la belleza.
Ver a varios amigos ganar este año, ha sido una inmensa alegría que espero leer cuanto antes. Celebremos estos premios reconociendo que la literatura, a pesar de los villanos y rofiones, goza de una extraordinaria buena salud. ¡Felicidades a todos!