Hace tiempo aludía a la mala maña de los escritores de no leerse y lo perjudicial que es para la buena salud de la literatura nacional. Un buen amigo me decía los otros días que, la gran diferencia entre esta generación y la anterior, es la falta de unidad. Y quizás no le falte razón, pero lo cierto es que a esta lo que le sigue faltando es leer, leer en general.
Muchos escritores solo se fían de la esférica mirada conocida de su ombligo, en el cual encuentran todas las referencias que necesitan para seguir siendo anodinamente ellos mismos. Los talleres literarios siguen sin enseñar a leer, a meditar desde el oficio sobre lo leído, a desmenuzar el arte para beneficio propio. Y digo esto con conocimiento de causa: se espera que el aspirante a escritor venga leído pero, si no, habrá que mandarlo a leer, no hay nada más importante.
Seremos ombligo como lectores y escritores si la única referencia cierta sobre literatura somos nosotros mismos, y las consabidas consignas “yo puedo”, “yo tengo un sueño”, “que nadie te diga que no”, o “yo no leo para no contaminarme del estilo de nadie”. El galopante eslogan “cualquier escribe”, esta llenando el patio literario de un reguero de ombligos muy evidentes, de egos inflados de tinta impresa, y eso no le conviene a nadie.
“¡Cuántas miles de veces, incluso en tus libros y poesías, has fingido ser el armonioso y sabio, el feliz, el iluminado! ¡Dios mío, qué simiesco y fanfarrón es el hombre, sobre todo el artista, sobre todo el poeta, sobre todo yo!”, dicen que dijo Hermann Hesse, que dice también, en uno de sus artículos que, “Frente al talento debe haber un carácter, frente al impulso una disciplina; frente a la ligereza y al ansia de producción, unas inhibiciones que mantengan la balanza en equilibrio”.
Ante el ombliguismo cerril que estamos practicando, siempre será mejor hacer lo que dice Hesse: equilibrio, siempre equilibrio.
El autor es escritor.