En el mundo de los negocios, pocas industrias se nutren tanto de la emoción como el deporte. Las grandes franquicias deportivas como el Real Madrid, Manchester United, New York Yankees, Ferrari o los Dallas Cowboys, no solo son equipos que compiten por títulos; son marcas globales que han trascendido el ámbito deportivo para convertirse en potencias económicas y culturales a nivel mundial.
Estas franquicias del deporte mundial están construidas sobre una fuerza inquebrantable: la pasión de sus fanáticos. Esa pasión se ha convertido en un motor económico de enormes proporciones, capaz de mover miles de millones de dólares cada año.
Detrás de cada camiseta vendida, cada entrada al estadio o cada contrato millonario de patrocinio, hay una emoción profunda que conecta al aficionado con su equipo. Esa conexión emocional es lo que transforma al deporte en un negocio tan rentable.
Según Forbes (2024), los Dallas Cowboys son la franquicia deportiva más valiosa del mundo, con una valoración de $10,100 millones. Les siguen equipos como los New York Yankees ($7,550 millones), el Real Madrid ($6,600 millones) y el Manchester United ($6,550 millones).
¿Por qué valen tanto? Porque millones de personas en el mundo están dispuestas a pagar, consumir y defender su marca, como si se tratara de una extensión de su identidad personal.
El valor económico de la conexión emocional comienza con la identidad. Cuando un fanático se siente representado por los colores, la historia y los valores de un equipo, está dispuesto a invertir más que dinero: invierte tiempo, atención y lealtad.
Esa identidad se convierte en una segunda piel, en una parte esencial de cómo esa persona se define a sí misma. Esto genera una demanda sostenida, incluso en épocas sin títulos o con malos resultados deportivos. Un hincha del Manchester United, por ejemplo, seguirá consumiendo productos del club, viendo partidos y participando en actividades relacionadas, aunque el equipo no gane una liga en años.
En tiempos de crisis, estas franquicias mantienen su valor porque representan algo más grande que un negocio: representan una comunidad. Por eso, cuando un patrocinador se asocia con un equipo como los Yankees o el Real Madrid, no solo está comprando visibilidad; está comprando acceso a millones de consumidores emocionalmente conectados.
Lo que realmente sostiene este modelo es la fidelidad emocional: esa capacidad única que tienen los equipos deportivos de generar un sentido de pertenencia. Las personas no solo apoyan a su equipo cuando gana; lo siguen apoyando en los momentos difíciles, lo heredan de generación en generación y lo defienden con orgullo. Esa lealtad es la base de una economía emocional que se transforma en ingresos sostenidos a lo largo del tiempo.
A efectos del mundo corporativo, imagínese si una empresa o marca corporativa es capaz de movilizar a sus colaboradores en esa dirección, estrechando vínculos genuinos y honestos a través de su cultura e identidad. Allí está la base de cualquier ventaja competitiva; es allí donde hay que invertir hoy.
El autor es fundador de Semiotik Consulting.