En 2022, la cantidad de migrantes que perdió la vida al intentar llegar a los Estados Unidos aumentó significativamente. Muchos de estos migrantes buscaban escapar de la pobreza, la violencia o la inestabilidad política en sus países de origen. Emprendieron viajes peligrosos que involucraron cruzar desiertos, ríos y montañas, a menudo con la ayuda de traficantes de personas, quienes, con frecuencia, pusieron sus vidas en riesgo.
Según datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), al menos 1,127 migrantes fallecieron camino a Estados Unidos en 2022. Esta cifra representa un aumento del 37% con respecto al año anterior, que registró 820 muertes.
Estos datos corresponden a las muertes registradas oficialmente, sin embargo, sabemos que el número real puede ser considerablemente superior si se confirmaran las muertes de otros que solo se reportan como desaparecidos o son enterrados en tumbas sin nombre y sus familias no vuelven a saber de ellos nunca más.
Las causas de estas muertes son múltiples y complejas. Muchos migrantes mueren por exposición a condiciones climáticas extremas, como insolación, hipotermia o deshidratación. Otros se ahogan mientras cruzan ríos o mares en botes sobrecargados y no aptos para navegar. Algunos son asesinados por delincuentes o cárteles de la droga que se aprovechan de los migrantes vulnerables y les extorsionan.
La pandemia de covid-19 también ha influido en las muertes de migrantes. Muchos países cerraron sus fronteras o impusieron estrictas restricciones de viaje, lo que obligó a los migrantes a tomar rutas más largas y riesgosas. Algunos migrantes contrajeron el virus durante sus viajes o en centros de detención superpoblados, donde estuvieron recluidos durante semanas o meses sin saneamiento ni atención médica adecuados.
Las muertes de migrantes en su camino a los Estados Unidos han provocado indignación generalizada y llamados a la acción. Organizaciones de derechos humanos, activistas y políticos han criticado las duras políticas de inmigración de Estados Unidos y otros países, que dicen contribuyen al sufrimiento y muerte de los migrantes. También han exigido que los gobiernos brinden más recursos y protección a los migrantes, en particular a aquellos que huyen de la persecución o la violencia.
No podemos hablar de muertes de migrantes sin mencionar lo que ocurre en el tapón de Darién ya que es una ruta popular para los migrantes que intentan llegar a América del Norte, pero también es una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo. La región es el hogar de grupos armados, traficantes de drogas y vida silvestre peligrosa, y muchos migrantes han muerto al intentar cruzarla.
Según varios informes, el número de muertes de migrantes en el tapón del Darién ha aumentado en los últimos años a medida que más personas intentan el viaje y es que un estimado entre los años 2014 al 2022 es de 202 muertes, pero la realidad es mucho más mortal que los datos oficiales ya que muchos migrantes se ven obligados a depender de traficantes y guías que carecen de la capacitación y los equipos adecuados, lo que los pone en riesgo de sufrir lesiones, enfermedades o la muerte. Además, el terreno accidentado y la falta de alimentos y agua para cubrir sus necesidades básicas hacen que el viaje sea aún más difícil.
La administración de Biden, que asumió el cargo en enero de 2021, prometió reformar el sistema de inmigración de Estados Unidos y proporcionar un camino a la ciudadanía para millones de inmigrantes indocumentados. Sin embargo, el progreso ha sido lento y muchas de las políticas de la administración anterior, como el programa “Quédate en México” y la construcción de un muro fronterizo, aún están vigentes. Los críticos dicen que estas políticas solo exacerban la crisis humanitaria en la frontera y ponen en riesgo la vida de los migrantes.
Las muertes de migrantes en su camino a los Estados Unidos son un trágico recordatorio del alto costo humano de la migración. También destacan la necesidad urgente de políticas de inmigración más compasivas y efectivas que prioricen la seguridad y la dignidad de todos los migrantes, independientemente de su estatus legal o país de origen.
La autora es activista, consultora en inversión social y amiga de la Fundación Libertad