La caseta del muelle lentamente acepta su destino; cae con cada sismo y con cada minuto del tiempo que no perdona ni olvida. El muelle es solo una visión triste de lo que una vez fue la gloria de esta tierra que, a través de la historia, cuenta las proezas de su gente luchadora que ahora solo escucha el susurro, de la boca de los más viejos, de lo que en un tiempo fue abundancia, el eco de lo que una vez fue un grito de júbilo.
Algunos forman discusiones matizadas con una taza de buen café, indagando en su sabiduría popular la razón por el amor a esta tierra, preguntándose siempre qué resolveremos con encontrar culpables, si no aprendemos de los errores. La respuesta es simple, llana y sin malicia: nada, si no nos confrontamos y hacemos un cambio de actitud.
Es común ver a las personas de todas las edades alistar sus maletas para el viaje a la capital, en búsqueda del sueño americano, en su versión del porteño. Ilusionados por una vida diferente o por un escape a la pobreza, la situación es la misma cuando no se tiene opción, cuando el panorama se pinta del mismo color por doquier y los estragos de la pandemia aún golpean y no dan tregua.
Las estrategias de las autoridades intentan levantar un rostro fresco y renovado, el cual no solo consiste en ponderar las muchas bellezas de nuestra zona, sino que se hace necesario una actitud de sociedad en donde se refuercen los valores en las familias, las cuales son los pilares en donde levanta una nueva generación.
Caminar por el renovado malecón y con sus colores evoca a pensar que la vida no se detiene y la esperanza jamás se pierde.
Dejemos por un momento el pasado que duele y aquella caseta del muelle que pacíficamente acepta lo inevitable, y construyamos juntos, eso sí, con el estudio, el cual es la esperanza de un futuro mejor; el trabajo, la herramienta para la conquista de sueños, y la unidad, ideal de todo pueblo desarrollado. Cuando logremos esto, entonces caminaremos hacia el éxito, con sentido de compromiso y sin dejar en otros la responsabilidad de redactar nuestro propio destino.
El autor es docente y estudiante de derecho
