El artículo trata sobre dramáticos cambios y eventos que se han dado en los mercados financieros durante el último año y sus implicaciones para los patrimonios.
Me referiré en primera instancia a las corridas en el “venerable” Credit Suisse y grandes bancos regionales de los Estados Unidos, como Silicon Valley, Signature Bank y First Republic. Y luego a la abrupta subida en las tasas de intereses.
Comenzando con la reciente “crisis” bancaria, algo llamativo y tal vez sorprendente para el público es que ocurre en dos de las mejores plazas del mundo: Estados Unidos y Suiza. Sobre este punto, cabe señalar que para calificar la seguridad de una plaza bancaria se toman en cuenta factores sobre el país sede, como su fortaleza económica, estabilidad política y social, seguridad jurídica, política monetaria y ambiente regulatorio, entre otros.
Esto es así porque los bancos son negocios cuya suerte depende íntimamente de su entorno, siendo esta industria el ejemplo sine qua non de riesgo sistémico.
Ahora bien, el hecho de que bancos en Suiza y Estados Unidos hayan experimentado corridas a mi parecer no demerita en forma alguna a estas plazas.
La realidad es que todos los países del mundo sin excepción desde Asia, hasta Japón, Escandinavia, naciones en Europa o en Latinoamérica han tenido y van a tener episodios de crisis bancarias.
Lo anterior en función de que los bancos por naturaleza son negocios altamente apalancados lo cual representa una fragilidad inherente. Casi que no hay tal cosa como un banco próspero en un país en crisis.
Cualquier temblor en el entorno se traslada a los bancos con un efecto multiplicador. A lo anterior se suma el hecho de que los bancos prometen liquidez a sus depositantes, la cual en realidad solo está disponible en forma muy limitada y en tiempos “normales”. Lo que algunos ociosos suelen llamar “la alquimia” de la banca.
El efecto de todo esto es que si más de cierto número de depositantes deciden retirar su dinero en un momento dado, la llamada “corrida bancaria”, el banco entra inmediatamente en crisis existencial.
En los casos citados en este artículo las causales fueron malos manejos de las respectivas administraciones. Pero de lo que se trata es que cualquier circunstancia micro o macro, real o mera percepción, que conlleve la pérdida de confianza de los depositantes pone al banco en serios aprietos, indiferente de lo que digan estados financieros, calificadoras o reguladores.
Continuando con el episodio objeto de este artículo, las dos plazas bancarias en cuestión reafirmaron su elevado estatus, por el hecho de que al final del día ningún acreedor sufrió pérdida alguna.
Para lograr esto, entre otras cosas, los gobiernos de ambos países se vieron en la necesidad, y tuvieron el poderío económico para aportar grandes cantidades de capital a los bancos en crisis. Reemplazando de esta manera a los depositantes en fuga. Convirtiéndose, en algunos casos el gobierno prácticamente en el único acreedor restante en el balance.
Esta era sin duda la única forma de evitar incumplimientos y el riesgo de que el pánico se extendiera a todo el sistema. Y es que los bancos, aún en el supuesto de que sus activos en verdad valgan lo que dicen los libros, no pueden salir de apuro a venderlos a precios de quema para crear liquidez, ya que esto los dejaría profundamente insolventes.
Para concluir el tema, ya al momento de este escrito, los bancos mencionados arriba fueron absorbidos por otros más sólidos, el público se tranquilizó y el gobierno recuperó su inversión.
Entrando en la segunda parte del artículo, en los últimos 12 meses hemos tenido la subida de tasas de interés más brusca desde principios de los años 80. Pasando las tasas de corto plazo más o menos de 0% a 5%. Sin extenderme sobre el tema, esta es la medicina que utiliza el Fed para enfriar una economía que se había recalentado demasiado, donde hace algunos meses la inflación llegó a tocar 9%.
Ahora bien, esta transición a un costo de fondos drásticamente más elevado conlleva riesgos y trauma. No solo para los deudores, si no también para los ahorristas, dado que el valor de las inversiones en general se ajusta hacia abajo para que su retorno porcentual suba a los nuevos niveles.
Sin embargo, hacia adelante, el arco iris aquí es que este nuevo régimen de tasas de interés más altas es una enorme bendición para los patrimonios. Después de casi 15 años de tasas de interés cercanas al cero, que iniciaron con la Gran Recesión del 2008.
Estamos hablando de lo que fueron condiciones punitivas para el ahorrista, que lo sacrificaban para darle oxígeno a los deudores y salvaguardar la economía. Un ambiente de dinero gratis, que promovió grandes vicios, excesos y especulación.
De cara a los inversionistas, una situación de escasez que puso al límite su paciencia y disciplina. Y llevó a muchos a bajar estándares y “extenderse” a situaciones poco prudentes en busca de retorno. Donde, tal vez para intentar ganar un modesto 4%, los inversores se veían tentados a participar en bonos de bajísima calidad, plazos demasiado largos, instrumentos de capital súper subordinados, fondos mutuos haciendo promesas improbables, hedge funds, estructuras apalancadas y opacas, créditos privados, etc. Toda una galería de productos malsanos y rudos que en la mayoría de los casos terminan siendo un lastre para los patrimonios.
Ahora, por fortuna, la sequía terminó. Luego de 10 alzas del Fed en tan solo un año, emergemos a una nueva realidad, que en términos relativos, se pudiera catalogar de “Nirvana”.
El inversionista puede obtener 5% en un simple bono del Tesoro de los Estados Unidos, la llamada inversión “risk free”. Y un poco más en bonos corporativos de muy alta calidad.
Ya los ahorristas no tienen que participar en situaciones complicadas, ni escuchar los cuentos de vendedores de “aceite de serpiente”.
Ahora pueden dormir tranquilos teniendo a su alcance retornos robustos en los bonos más seguros y transparentes del mundo. Condiciones tan atractivas, que inclusive han provocado una migración histórica de capitales de depósitos bancarios hacia estos bonos.
El autor es ingeniero mecánico.