La decisiva reelección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos ha provocado una fuerte reacción en las comunidades científicas y de salud a nivel nacional e internacional. Si bien las preocupaciones generalizadas sobre sus tendencias autoritarias dominan el discurso público, su inminente regreso al poder ha dejado a muchos en el ámbito de la salud y la ciencia preparándose para la incertidumbre y los desafíos futuros. Su primer mandato se caracterizó por una actitud despectiva hacia el conocimiento científico, el desprecio por las prácticas basadas en la evidencia y un estilo de gobierno caótico que socavó las instituciones de salud pública. La Comisión Lancet sobre Políticas Públicas y Salud describió su presidencia como “singularmente dañina”, una dura advertencia sobre lo que puede venir.
Trump tiene un historial bien documentado de fomentar la desinformación, incluso en tiempos de crisis nacional, y su partido ha mostrado abiertamente hostilidad hacia las agencias de salud pública. Los nominados para puestos clave en salud y ciencia bajo la administración Trump reflejan un impulso a la “reorganización” de las agencias en línea con las controvertidas políticas de salud de Robert F. Kennedy Jr., su elegido para dirigir el departamento de Salud y Servicios Humanos (HHS). El HHS supervisa 11 agencias, incluidas la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA), los Centros para el Control de Enfermedades (CDC), los Institutos Nacionales de Salud (NIH), y los Centros de Servicios de Medicare y Medicaid (CMS).
Los CDC, con un presupuesto de 9 mil 200 millones de dólares, enfrentan una posible reducción de personal bajo la administración de Dave Weldon, un defensor del derecho a portar armas y también crítico de los enfoques de salud pública para reducir la violencia con armas de fuego. Las armas de fuego siguen siendo la principal causa de muerte de niños y adolescentes en EU desde que superaron a los accidentes automovilísticos en 2020. La FDA, responsable de la seguridad de los medicamentos y los alimentos, podría ver cambios drásticos bajo Martin Makary, quien comparte el escepticismo de Kennedy sobre las prácticas farmacéuticas y regulatorias y se opuso a los mandatos de vacunas y algunas otras medidas de salud pública durante la pandemia de covid-19. Mientras tanto, la crítica de Kennedy a los Centros Nacionales de Salud (NIH) y a las vacunas plantea preocupaciones sobre la reducción de presupuesto para la investigación. Estas y otras medidas podrían debilitar los marcos de salud pública, amenazar la confianza en las vacunas y socavar el liderazgo de EU en la cooperación científica y de salud global en un momento en que la confianza en las ciencias ya es precariamente baja.
Las implicaciones se extienden mucho más allá de EU. Organizaciones como el Fondo Mundial de Lucha contra el sida, la tuberculosis y la malaria, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) se enfrentan a ciclos de financiación críticos en el próximo año. Históricamente, EU ha sido un donante fundamental, pero el historial de Trump, que incluye la ruptura de vínculos con la OMS durante la pandemia de covid-19, genera inquietudes sobre la continuidad del apoyo.
Mientras tanto, el cambio climático ha llegado a una coyuntura crítica. En la COP29, que concluyó recientemente, aún quedan acuerdos pendientes para triplicar la financiación climática para los países en desarrollo, pasando de la meta anterior de 100 mil millones de dólares anuales a 300 mil millones de dólares anuales para 2035. Este compromiso financiero es crucial, ya que el mundo enfrenta escenarios cada vez más dramáticos a consecuencia de los fenómenos vinculados al cambio climático. Los niveles de gases de efecto invernadero están en niveles récord, el aumento del nivel del mar se está acelerando, el retroceso de los glaciares no tiene precedentes y los fenómenos meteorológicos extremos están causando pérdidas devastadoras de vidas y medios de subsistencia en todo el mundo.
En este contexto, el papel de la ciencia y los científicos es más importante que nunca. Mejorar los sistemas de alerta temprana y desarrollar herramientas avanzadas, como modelos predictivos para las olas de calor, el aumento del nivel del mar y las inundaciones provocadas por el clima, son esenciales para apoyar a las regiones costeras de todo el mundo en la planificación de la resiliencia a largo plazo. Los esfuerzos multilaterales dependerán de un sólido compromiso científico para mitigar estos desafíos, pero también requerirán alianzas globales confiables, algo que las tendencias unilaterales de Trump parecen rechazar.
En el ámbito de la salud sexual y reproductiva, el panorama es igualmente desolador. Los derechos reproductivos siguen siendo un punto álgido, con leyes cada vez más restrictivas y ambiguas que dejan a los proveedores de atención médica en posiciones jurídica y moralmente difíciles. Este entorno no solo es peligroso para las mujeres, sino que también ejerce una enorme presión sobre los profesionales de la salud, que necesitarán un sólido apoyo legal e institucional para enfrentar estos desafíos.
Las ciencias sociales, esenciales para entender el comportamiento humano, promover la sostenibilidad y guiar las políticas públicas, también están bajo ataque. Según un artículo reciente de The New York Times, los conservadores en Florida han impulsado medidas para eliminar lo que consideran “adoctrinamiento” liberal en la educación superior, retirando materias como sociología de los requisitos básicos. También proponen suprimir cursos que, según ellos, “distorsionen acontecimientos históricos significativos” o que aborden teorías sobre el racismo sistémico, el sexismo, la opresión y el privilegio como aspectos inherentes a las instituciones estadounidenses. Estas acciones tendrán profundas repercusiones a largo plazo.
Los próximos cuatro años exigirán resiliencia y pragmatismo de la comunidad científica. A nivel mundial, los científicos y líderes de salud pública debemos mantenernos firmes en nuestro compromiso con las prácticas basadas en evidencia, incluso bajo presión política. Corregir la desinformación, generar datos sólidos y mantener vías de comunicación abiertas y no partidista con los responsables de las políticas serán barreras fundamentales contra la politización de la ciencia.
Este momento demanda un renovado compromiso con la ciencia, tanto como principio rector como herramienta esencial para garantizar la rendición de cuentas. Los desafíos son inmensos, pero la historia demuestra que las instituciones resilientes y los científicos comprometidos tenemos la capacidad de superar incluso los entornos políticos más adversos. Ahora más que nunca, las comunidades científicas y de la salud debemos enfrentar este momento con valentía, claridad y una dedicación inquebrantable al bienestar común.
La autora es investigadora científica en Neurociencias del INDICASAT AIP e integrante de la Fundación Ciencia en Panamá