Muchas veces, en nombre de un supuesto amor o cariño materno, algunas madres, de forma inconsciente, inhiben el crecimiento y la formación personal de sus hijos, sobreprotegiéndolos de manera extrema. Se trata de una conducta patológica que, en el campo de la psicología, se ha denominado “madres castrantes”. Muchos entendidos en el campo de la sociología y la psicología utilizan el concepto de síndrome para referirse a un conjunto de síntomas físicos y emocionales que presentan un grupo de personas ante una determinada situación y que, de no ser tratada, puede generar otro tipo de enfermedades ligadas a la ansiedad.
La “madre castrante” generalmente presenta un perfil dominante y sobreprotector dentro de la familia. Muchas de estas madres viven sin sus parejas y solo con sus hijos, llegando ellas a autodenominarse “madres-padres”, un concepto totalmente erróneo si se toma en cuenta que la figura paterna o materna jamás puede ser reemplazada. El niño o la niña, en su etapa de crecimiento, necesita imitar aspectos sentimentales y cognitivos tanto del padre como de la madre. Algunas denominadas “madres castrantes” que viven con sus esposos son las que llevan el peso de las decisiones, sobre todo en el ámbito escolar. Sus esposos prefieren delegar estas funciones a sus parejas, ya que consideran que este es un “rol” que atañe a las mujeres.
Esta situación se pone de manifiesto el día de la visita familiar o la entrega de boletines, en la que la mayoría de las que asisten al centro escolar son precisamente la madre o la abuela. Cuando asisten el padre y la madre juntos, sus hijos se sienten más recompensados emocionalmente y en términos de seguridad afectiva. También se percibe una conducta más equilibrada cuando ambos hablan de sus acudidos, puesto que lo que observa el padre, a veces no lo ve la madre.
En la etapa de crecimiento, el niño que busca definir su posición de género tiende a identificarse con el carácter dominante de alguno de sus progenitores. El exceso de protección de la madre hacia su hijo puede desencadenar conductas afeminadas en el futuro. Un niño bajo el dominio de una madre castrante pierde su autoestima, su libertad para escoger y presenta con el tiempo mucha inseguridad en la toma de decisiones. Una conducta “castrante” no es positiva en el desenvolvimiento escolar, ya que este grupo de madres tiende a parcializarse con toda acción que defienda a sus acudidos, aunque estén equivocados. Por problemas de conducta en la escuela, muchas madres no reconocen las faltas que cometen sus hijos y presentan una imagen totalmente contraria a la que observan los profesores y maestros.
El aumento de los divorcios en “malos términos” ha sido uno de los detonantes en la aparición significativa de madres castrantes, quienes optan por refugiarse en una especie de amor enfermizo, sobreprotegiendo en todo a sus hijos porque piensan que esta es la única opción para sus vidas y desean descartar todo tipo de contacto o influencia por parte del padre.
Por otro lado, en los centros de detención para menores se da un fenómeno muy parecido con las llamadas madres “gallinas” o “mamá pechona”. El personal femenino que labora en estos centros (juezas, orientadoras, trabajadoras sociales, custodias, etc.) tiende a identificarse con la situación de los reclusos y los “adopta” como si fueran hijos “postizos”. Se solidarizan con el sentimiento de estos jóvenes infractores y tienden a caer en la manipulación, que es parte de la habilidad que un delincuente debe poseer para sobrevivir en la calle. Este tipo de conducta también es nociva, ya que entorpece la mesura con que se debe llevar a cabo un proceso de resocialización en el cual actúan diversas instancias, cada cual con su visión especializada. Una persona que se deja guiar por sus sentimentalismos en este tipo de cargos no llena el perfil profesional de un verdadero orientador.
Definitivamente hay amores que “matan”, como dice una canción, y el “amor” de la madre castrante y de la mamá gallina son algunos de esos. El verdadero amor no asfixia ni condena al fracaso. Sobre todo, el amor verdadero hacia los hijos está basado en una real libertad en la toma de decisiones que conlleve a un desarrollo humano pleno y positivo.
El autor es sociólogo y docente.
