“Es extraña la ligereza con que los malvados y poderosos creen que todo les saldrá bien”. Víctor Hugo
Orfeo era un personaje de la mitología griega de origen tracio, hijo de Apolo y Calíope, que estaba obsesionado con tratar de revivir el pasado. A quienes exhiben hoy este comportamiento desmesurado de añoranza y necesidad de mirar hacia atrás, se dice que padecen el Síndrome de Orfeo.
Todo indica que el presidente electo de los Estados Unidos Donald Trump, encaja dentro de este perfil. Sus declaraciones y acciones recientes parecen confirmarlo. Su evidente añoranza por el caduco y agotado modelo de expansionismo imperialista que caracterizó a los Estados Unidos de América desde la creación de este país a finales del siglo XVIII, constituye una clara muestra de ello.
Sin haber tomado aún posesión del cargo, sus recientes declaraciones en Florida, específicamente en lo tocante al Canal de Panamá, constituyen los primeros coletazos de su enfermizo anhelo de reivindicar el nefasto pasado de intromisión de Estados Unidos en Panamá y toda América Latina. Para desgracia, vergüenza y pesar del mundo entero, incluso, quisiera pensar que de muchos estadounidenses decentes y respetuosos de los valores de la Democracia (que debe haberlos), el estreno de este nuevo esquema de gobierno que promete ejecutar el señor Trump, constituye el anuncio de un olímpico retroceso en el manejo de las relaciones internacionales, por parte de la nación que aún se ufana de ser el paladín de la justicia y defensor inclaudicable de las democracias del mundo. El mismo país que, por lo visto, en palabras de Trump, estaría dispuesto a obligar al pueblo panameño a enfrentar su amenaza de retornar a la civilización de las cavernas, mediante el uso del poderío militar del imperio, como único recurso disponible (a falta de lo legal), para procurar arrebatarnos nuestra soberanía sobre el Canal.
El desconocimiento flagrante por parte de Trump, de los significativos y profundos cambios globales que vive la humanidad en tiempos modernos, lo descalifica como supuesto líder de su propia nación. El equívoco de creer que América Latina debe continuar siendo el patio trasero de los Estados Unidos, como en efecto, en algún momento del pasado lo fue, constituye un error de proporciones descomunales, que solamente es posible en una mente enferma y arrogante.
El mundo entero, América Latina y Panamá incluida, se mueven hacia la apertura de relaciones sin cortapisas ni caprichos antojadizos de nadie, con todas las naciones y potencias del mundo, y China es una de ellas. De hecho, para Panamá y muchos otros países de la región, China constituye uno de los socios comerciales y usuarios del Canal, más importantes de la región al igual que los Estados Unidos, y no tiene porqué dejar de serlo, por el solo hecho de evitar que al señor Trump, esto le provoque una pataleta. La neutralidad del Canal es nuestro escudo ante el mundo. Para nada importa que Trump, decida tomarse o no, el tiempo para leer lo establecido y pactado entre ambas naciones en dicho Tratado.
Parece que todo se mueve hacia nuevas relaciones internacionales donde priva el respeto y la vigencia de la ley, sin la injerencia de una sola potencia con intenciones de dominación subyugante. Del mundo unipolar que conocimos en el pasado, nos estamos moviendo hacia un mundo con múltiples centros de opinión y decisión. Quien no se ha dado cuenta de la vigencia de este nuevo orden mundial, es Donald Trump y por desgracia, debemos suponer, que este desfase lo comparten sus electores y correligionarios norteamericanos, que permitieron a este exabrupto de ser humano, llegar a la presidencia de los Estados Unidos, mediante los votos.
Ante las amenazas veladas de Trump, la ocasión es propicia para reiterar a todos nosotros, la necesidad y obligación que tenemos, como panameños, de no dejar adormecer nuestras conciencias ante la tenebrosa e intimidante mirada de Orfeo. De momento celebro la valentía sin aspavientos que hasta el momento ha demostrado el presidente Mulino en representación de todos nosotros. Sobre todo, la tranquila sencillez de sus palabras, cuando sin alterarse, repitió la frase del arrogante de marras: ¡Ya veremos!
El autor es escritor y pintor.