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Emergencias juveniles y territorios posibles

El toque de queda que se ha puesto en acción en Colón y San Miguelito es una medida coercitiva que, de muchas formas, afecta a la comunidad, porque toda medida de restricción y prohibición menoscaba la libertad. Restringir y prohibir son dos palabras violentas y, al mismo tiempo, son un indicador de la mala gestión de gobiernos pasados que no han tenido voluntad política para tratar un problema social tan importante.

No nos interesa criticar el toque de queda en sí mismo, porque en realidad es un paliativo del gobierno en turno para hacer frente a una situación social que se ha salido de control y, hasta cierto punto, protege a los jóvenes que no tienen nada que hacer en la calle tarde en la noche. Sí queremos, sin embargo, hacer una reflexión de un problema que advertimos desde la década de 1990, cuando ya veíamos una ruptura en la sociedad a partir de la Invasión del 1989.

Al inicio de la década del noventa el aparente triunfo del neoliberalismo, acompañado de una agresiva debilitación de los Estados, la irrupción de la mundialización en todos sus aspectos socioculturales, trajo de manera inevitable lo que Rossana Reguillo Cruz describió como “el empobrecimiento estructural y creciente de grandes sectores de la población”, entre ellos el sector juvenil que empezó a tener una percepción distinta de la política, los espacios (pensemos en territorios) y de su futuro. Estos ítems contenían distintas representaciones simbólicas para los jóvenes y eran, en amplios contextos, muy positivos.

Esto demostró que los jóvenes son actores esenciales en el mundo social y que su participación es importante en los cambios estructurales. En medio de esos escenarios sociales, empobrecidos por las desigualdades y la corrupción, existen jóvenes con utopías revolucionarias similares a las que tenía la juventud de los años setenta y ochenta, que se preocupan por el cambio climático o la educación, por ejemplo.

Por otro lado, cabe hacer algunas preguntas: ¿Por qué algunos sectores juveniles se han organizado en pandillas en los mismos territorios o escenarios para crear ciclos de violencia? ¿La violencia urbana o delincuencia juvenil es responsabilidad directa de los jóvenes o de la forma en que se han configurado el poder económico y político? ¿La construcción sintáctica: “problema social” que ha servido para marcar a la juventud que delinque, no será culpa de una violencia institucionalizada desde la crisis política?

Esta no es una apología de la delincuencia juvenil. Ya lo dije, no voy a criticar el toque de queda, pero sí voy a preguntar: ¿Qué estrategias vamos a diseñar desde las instituciones para que los factores sociales que influyen sobre los jóvenes en su decisión de meterse a una banda a delinquir, se puedan persuadir? ¿Cómo se puede confrontar un problema más allá de los indicadores y estadísticas que al final solo sirven para alimentar la intención de voto y proteger el discurso del poder político? ¿Qué le podemos enseñar al niño, desde sus emociones, que lo ayude a pensar en un mundo mejor en medio de la miseria?

La anécdota es triste, pero la voy a contar para ilustrar. Hace más de diez años daba un taller con niños en El Chorrillo. Trabajamos con un disparador creativo que consistía en dibujar un monstruo y crearle una historia. Hablar de monstruos en un barrio vulnerable puede ser temerario. No me sorprendió que casi todos los monstruos que habían dibujado los niños portaban pistolas. Pero igual les pregunté por qué los monstruos estaban armados. Contestaron que eran pistoleros y que ellos querían ser pistoleros cuando fueran grandes. Desde luego que los niños narraban su contexto y admiraban a sus referentes pandilleros. Emocionalmente había un agujero oscuro en el imaginario infantil que nos tocaba trabajar.

Hay una frase en Crimen y castigo, la novela de Dostoevsky que dice así: “La miseria no es la única fuente del crimen; la vanidad, los celos, la avaricia y la codicia también lo son”. Otra fuente de la violencia que lleva a los jóvenes a tomar la decisión de meterse a la delincuencia son los referentes políticos que hay en su país. Ellos han visto desde la infancia cómo la impunidad reina y cómo los malos políticos se enriquecen. Si no tiene costo ni castigo, lo puedo intentar y reincidir, una y otra vez.

El Dr. José Manuel Valenzuela Arce, experto en identidades juveniles, dice que existen muchas formas de atentar contra la vida de los jóvenes; entre estas se encuentran el asesinato rutinario, la precariedad laboral y el empleo sin derechos, la exclusión de la vida pública y la estigmatización. Esto se debe a que el modelo del desarrollo hegemónico, la mala gestión de políticas públicas y las relaciones de poder generan altos niveles de vulnerabilidad, desigualdad e inseguridad.

Ahora, la desigualdad, la pobreza, el desempleo, solo son ítems de un problema mucho más complejo donde la cultura, la educación y la ética tienen un papel relevante, es verdad, pero donde no sirve de nada el arte, ni los libros, ni los valores, si no hay un proyecto de vida humanamente sostenible, más allá de las promesas políticas, que garantice un futuro y un territorio posible para todos.

El autor es escritor.


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