“Un solo territorio, una sola bandera”, era el grito emocionado de las protestas durante mis años universitarios. Y aunque en realidad la pelea en aquella época era por la democracia y contra las arbitrariedades del régimen militar que en ese momento tenía secuestrado al país, el reclamo nacionalista no podía faltar.
Y es que la lucha por la soberanía y la rebeldía contra el enclave canalero nacido al mismo tiempo que nos convertíamos en República, eran los símbolos de ese nacionalismo que marcó todo el Siglo XX panameño, y que tuvo como momento estelar aquel 31 de diciembre de 1999, cuando finalmente pasamos a ser un solo territorio y una sola bandera.
El traspaso del Canal a manos panameñas fue un momento luminoso. La emoción y el optimismo lo impregnaba todo, y el futuro parecía brillante para el país y su gente. Aunque en realidad, ya las cosas habían empezado a torcerse con el reparto de las tierras y estructuras que habían formado parte de aquel misterioso territorio que fue la Zona del Canal, y que se mostraba como un potencial de desarrollo monumental para el país.
Muy pronto vimos como se daba preferencia a actividades que solo beneficiaban a unos cuantos y como se iba destruyendo la maravillosa naturaleza que identificaba el área, al permitirse la instalación y construcción de todo tipo de proyectos en zonas boscosas, así como la paulatina desaparición de la singular arquitectura canalera, inteligentemente pensada para nuestro clima. El cemento y el mal gusto fue ganando terreno.
Mientras eso sucedía en los alrededores del Canal, en el resto del país se fue imponiendo un modelo de desarrollo depredador que destruyó sin piedad áreas boscosas, manglares, costas, ríos y todo lo que se pusiera en el medio, incluyendo también la historia arquitectónica de las ciudades. Panamá la verde, iba siendo sustituida por un Panamá de cemento y vidrio; un Panamá que crecía a costa de la destrucción de los recursos naturales.
La progresiva destrucción de la naturaleza en el país no parecía importar a muchos. Los grupos ambientalistas y las comunidades que sufrían algún problema de contaminación o pérdida de biodiversidad a manos de promotores y constructores sin visión, daban la batalla en los medios, las calles y los tribunales en defensa de la tierra y sus recursos. Pero era una batalla cuesta arriba porque había mucho dinero de por medio; dinero suficiente para comprar a los funcionarios que otorgaban los permisos y para engañar a las comunidades donde se hacían los proyectos con promesas nunca cumplidas. La corrupción ganaba y se extendía como una plaga por todos lados.
Mientras, las noticias sobre el calentamiento global y la crisis ambiental que enfrenta el planeta eran cada vez más alarmantes. Panamá podía contribuir a la batalla planetaria protegiendo nuestra maravillosa biodiversidad, tarea que podía unirnos como nos unió la lucha por la soberanía. Era un sueño, una esperanza.
Estos días para asombro de todos, ese sueño y esa esperanza se han hecho realidad. Los jóvenes de este pequeño país, han dado una lección de dignidad maravillosa al salir a las calles masivamente en defensa de la tierra, provocando el apoyo de miles de panameños a los largo y ancho del país. Inclusive fuera del país.
Unos días antes de las fiestas patrias, los jóvenes y todos los que los han acompañado han sido muy claros: al país se le honra protegiendo sus recursos naturales y protegiendo la maravillosa biodiversidad que distingue este pedacito de tierra. Y se le honra también poniendo un alto a tanto abuso, tanta corrupción y tanta impunidad. Ese el nacionalismo que necesitamos, así como mentes creativas para aprovechar nuestra riqueza natural de forma sostenible.
El centro del reclamo es el enorme proyecto de extracción de cobre ubicado en una zona de enorme valor ambiental, y en general la minería a cielo abierto. Con el liderazgo de los jóvenes, el país ha dicho claramente que esa actividad que devasta y contamina -Petaquilla Gold es un perfecto ejemplo- no debe hacerse en Panamá. Y ese reclamo está permitiendo abrir las puertas y ventanas de una institucionalidad enferma y corrupta, que tiene demasiado tiempo dedicada a proteger los privilegios de pocos a costa de los derechos de las mayorías.
Con respecto a la actividad minera, nacionalismos y depredadores, copio algo muy revelador que escribí en 2009 y que viene a cuento estos días: “Investigando sobre el famoso 2% de regalías que establece el Código Minero, y que los señores del clan califican como ventaja competitiva del país, descubrí que mientras los panameños luchaban por deshacerse del dictador Noriega, en 1988 el lobby minero estaba en otros afanes. Así -tengo que presumir que con la venia del dictador- lograron reformar el Código Minero de 1963 para reducir la original tabla de regalías que llegaba hasta el 16%, al actual 2%. La fecha exacta: 2 de enero de 1988. Interesante, ¿no?”.
Mientras el país luchaba por acabar con una dictadura, el lobby minero trabajaba para su beneficio particular a costa del país. Eso es exactamente contra lo que hoy lucha el pueblo panameño con un empeño de asombro y admiración.
La autora es presidenta de la Fundación Libertad Ciudadana, capítulo panameño de TI