Tomo prestado el título de un conocido cuento de Gabriel García Márquez que aparece en su libro Los funerales de la Mamá Grande, para hacer una sarcástica analogía con respecto a nuestro país, en relación a las reveladoras evidencias que han mostrado los fiscales del Ministerio Público en la fase de alegatos, durante la audiencia preliminar del juicio por el caso Odebrecht, especialmente en lo relativo a la trazabilidad de las triangulaciones bancarias de los depósitos millonarios de fondos del Estado panameño que se pusieron a disposición de Odebrecht, por parte de inescrupulosos funcionarios públicos panameños, incluyendo presidentes, ministros, empresarios, diputados, abogados y un largo etcétera de allegados al poder, sin descartar a representantes de la propia banca panameña. Todos ellos, facilitadores complacientes a cambio de sobornos, lo que permitió aceitar la compleja trama de corrupción y delincuencia de cuello blanco en que se constituyó la empresa Odebrecht en Panamá, con el vergonzoso aval y complicidad no solo de uno sino de dos presidentes panameños, cuál de ellos más corrupto, inmoral e incapaz.
Esto ha podido ser demostrado en la fase preliminar del este juicio histórico por los señores fiscales, quienes, a mi juicio, y además reconozco para mi sorpresa, han logrado presentar un desarrollo coherente y además didáctico de las pruebas, sustentando con claridad meridiana, la vinculación de los imputados, recreando con absoluto dominio del tema, los pormenores de este escandaloso atraco a las arcas del estado panameño.
Quiera Dios, que al final este juicio termine con todos estos criminales en la cárcel y además nos deje a los panameños y especialmente a la justicia, una lección positiva, para abrigar la esperanza de que seremos capaces de enmendar el rumbo como nación, de aquí en adelante.
De seguro, los exfuncionarios imputados esperaran confiados, encontrar en los acostumbrados subterfugios legales de sus abogados, la sobrada justificación que les permita salir impunes, para seguir en consecuencia, comportándose de la misma aberrante manera en que lo han hecho hasta ahora. Ellos confían, además, en la malsana aceptación conformista a la que casi habíamos llegado los panameños, al dar por hecho que la política es así y punto; provista de sus propias y exclusivas reglas, su propia moral del cinismo, sin la obligación de los políticos de rendir cuentas de sus actuaciones, haciendo alarde además en cada tribuna, de sus insustanciales y ambiguos discursos populistas, en ocasiones estridentes y vulgares.
En su mayoría, los políticos panameños están prácticamente convencidos de que las normas, leyes y reglas dispuestas para el funcionamiento moderno y ordenado de una sociedad democrática, solo tienen que cumplirlas los ciudadanos comunes y corrientes, que además nos corresponde la inexcusable y sagrada misión de velar porque esa democracia electorera, cual preciado tesoro, no desaparezca. Considero, por tanto, que la pérdida de autoridad y respeto de la clase política se debe mayormente, a la ausencia de justicia y a la supeditación política de la misma en los tribunales.
Por fortuna, al igual que la mayoría de los panameños, aún abrigo la esperanza de que tanto la juez como el equipo de fiscales, algunos de ellos bisoños, nos devuelvan la esperanza y la confianza en el imperio de una justicia imparcial, para bien de Panamá.
El autor es escritor y pintor.