En memoria de la rosa



El 2 de noviembre de 1992 publiqué un artículo en el periódico La Prensa titulado “La rosa y el muro”, que reseñaba el poema “La rosa contra el muro”, el primer premio nacional de literatura Ricardo Miró, en la rama de poesía, que ganaba el poeta José Antonio Carr. Este libro le había permitido a Carr llevarse la medalla de oro en el torneo de literatura más importante de Panamá en 1991. “Poesía de profundo contenido meditativo, conciencia individual, interioridad y comunión. Estructura singular y un uso instrumental del lenguaje que es un elogio a la forma. Un trabajo de fuerza y naturaleza. Poesía, comprometida, sí, pero con los hombres, con los hombres de hoy que han sido enmarcados por la historia, víctimas de la crisis espiritual. Compromiso por transformar y cambiar la realidad”. Escribí hace 33 años.

En septiembre de 1991 conocí al poeta en el Primer Encuentro Nacional de Escritores Jóvenes organizado por el Departamento de Letras del Instituto Nacional de Cultura, durante la Semana del Libro. Encuentro que quedó acuñado en la historia de la literatura nacional como uno de los más importantes donde se dieron las primeras discusiones de post invasión sobre las preocupaciones de los escritores y los rumbos de las letras. La memoria de este encuentro se llama “Intentemos la utopía” y se puede encontrar en la Biblioteca Nacional.

Eran otros tiempos sin lugar a dudas. Tiempos en que la literatura era algo muy serio y se realizaban debates y discusiones que muchas veces terminaban en diferencias abismales. Tal vez discutimos demasiado dejando que los egos y las ideas fueran más importantes que la misma literatura y su humanidad. Tal vez ese fue nuestro error como generación. Sin embargo, eran debates de altura que permitieron que jóvenes como yo asumieramos un compromiso con la cultura.

Recuerdo que la mesa redonda con el tema “Estética e ideología” donde José Carr participó junto a Luis Xavier Collado, Rodrigo Noriega, Félix Armando Quirós Tejería y Rodolfo Pinzón fue una de mis favoritas de aquel encuentro. Jamás había estado en un debate donde parecía que había una pelea de gallos con posturas de izquierda y de derecha que defendían sus ideas con argumentos tan llenos de fricciones que jamás estarían de acuerdo, pero, al mismo tiempo, lleno de pensamientos y pasiones.

Años después, en 1995, Carr ganaría por segunda vez el premio Ricardo Miró con el poemario “Estación de la sangre. Poema en dos tiempos”. Un discurso elegiático de carácter épico dedicado a la figura de Victoriano Lorenzo. Y en el año 2006 lo ganará por tercera ocasión con el libro: “Reino adentro (Más allá de La Rosa)”. En este libro el poeta volverá a apelar a una poesía interiorista, coloquial y trascendente donde las referencias a la memoria y el dolor, desde la representación simbólica de la rosa, nos llevan a tener un encuentro con la belleza de humanas metáforas que dialogan con la vida.

Sobre la metáfora de la rosa escribí: “La belleza, lo perfecto y la esperanza es la rosa. La rosa, símbolo de la infancia, fábula, jardín. En la empresa del poeta, la flor es el sello mítico, pureza de la memoria, ternura y sensualidad. Pero, sobre todo, es esperanza de libertad. La esperanza de todos los hombres. Si la naturaleza tiene voz y palabra, sobre el tiempo y el espacio, entonces esta será la rosa. La semilla perfecta fue brindada por Dios. Su tallo es el brazo, la flor el puño, entre delicadeza y ternura mora la historia de la lucha de los pueblos, la resistencia y el amor”.

El 31 de diciembre de 2024 el poeta José Carr falleció después de una larga batalla contra una terrible enfermedad. Nació en Panamá en el año 1958. Conocí a Carr en aquel encuentro que he citado. Debo confesar que en algún momento me ayudó con algunos consejos de lecturas imprescindibles para mí formación como “Literatura hispanoamericana y argentina”, de Alfredo Veiravé que me ayudó a entender todo el tema de los ismos en la literatura y “Los conceptos elementales del materialismo histórico”, de Marta Harnecker que me ayudó a comprender la dialéctica del marxismo.

Años después, por esas cosas de la vida que jamás vamos a entender porque nuestra naturaleza humana es contradictoria, llena de luces y sombras, mi amistad con Carr terminó con una absurda discusión que nunca fuimos capaces de superar. Sin embargo, su poesía para mí ha sido una de las más terriblemente hermosas que se ha escrito en su generación. También lo admiré como ensayista y columnista. Escribió sobre poesía y sobre arte. Era un hombre perversamente inteligente y brillante.

Nunca más nos volvimos a dirigir una sola palabra. En algunos momentos nos cruzamos las miradas sabiendo que había una línea de respeto que no se podía violar. Un muro que habíamos construido sin saber que lastimamos contra él a la misma rosa frágil que defendimos en este país de miedos y olvido. En memoria de aquella rosa de esperanza y resistencia, desde este país “donde los muertos no descansan”, le digo Adiós al poeta y su rosa.

El autor es escritor


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