Como enseña la historia patria, Panamá fue primero nación y después Estado. Nación y Estado, pues, no significan lo mismo. Nación es un fenómeno eminentemente sociológico. Estado, de su parte, es un fenómeno eminentemente político. En razón de las diferencias que los separan, los elementos que deben concurrir para que se produzca el fenómeno sociológico de nación no son los mismos que deben darse para que se produzca el fenómeno político denominado Estado.
Hecha la aclaración que precede, importa agregar la realidad que sigue: el 28 de noviembre de 1821, en que Panamá declaró su independencia de España, Panamá era ya una nación, pero no un Estado. Y no fue Estado ese día de la declaración de su independencia, porque en ese mismo acto Panamá declaró su incorporación a Colombia, esto es, su incorporación a otro Estado. Las naciones pueden existir sin territorio; los Estados no. Las naciones hispanoamericanas que declararon su independencia de España, sin incorporarse a otro Estado, se constituyeron en Estado a partir de la fecha de la declaración de independencia de España. Todos nacieron como Estados, porque todas esas naciones contaban con territorio.
La nación panameña llegó a ser Estado por primera vez, y por solo 13 meses, en 1840. Ese año, Panamá declaró su independencia de Colombia, bajo el liderazgo político y militar del general Tomás Herrera. El Estado panameño nació con el nombre de Estado del Istmo y su constitución política fue redactada por el doctor Justo Arosemena. Como el gobierno del nuevo Estado fue republicano, se identificó a éste como la Primera República.
Reincorporada la nación panameña al Estado colombiano, ésta no volvió a ser Estado hasta el 3 de noviembre de 1903, fecha en que Panamá declaró su separación de Colombia. Como el gobierno del nuevo Estado fue también republicano, se llamó al nuevo Estado la Segunda República.
La Segunda República duró 54 años. El 11 de octubre de 1968, los militares derrocaron al presidente constitucional de la República, doctor Arnulfo Arias Madrid. A partir de esa fecha, como Chile después del golpe de Estado de Pinochet, dejó de ser república para convertirse en dictadura. En este punto, es oportuno recordar que la diferencia básica entre dictadura y república está en que en la dictadura manda una sola persona, mientras que en la república manda los que son elegidos y reemplazados periódicamente por los ciudadanos a través del voto.
Contra la dictadura y por la restauración de la república lucharon por 21 años valientes panameños, quienes en ese patriótico y temerario empeño arriesgaron su tranquilidad, sus libertades y sus vidas. Entre ellos, el país debe recordar con gratitud y respeto a Carlos Iván Zúñiga, Thelma King, Antonio González Revilla, Dorita Moreno, Alberto Quirós Guardia, Diana Morán, Héctor Gallego, Ricardo Arias Calderón, Fabián Echevers, Elvia Lefevre de Wirst, Diógenes Arosemena, Querube Solís, Guillermo Endara, Natividad Piñango, Guillermo Ford, Cecilia Alegre, Guillermo Rolla Pimentel, Otilia Arosemena de Tejeira, Carlos Enrique Adames, Graciela Medina, Rubén Darío Carles, Ricardo J. Bermúdez, Rosario Arias de Galindo, Winston Robles y Heliodoro Portugal. Presento excusas por los próceres fallecidos que han escapado a mi memoria, así como por los sobrevivientes, que ya quedan pocos, de quienes me ocuparé en otra oportunidad.
No obstante todo cuanto hicieron los patriotas panameños para acabar con la dictadura, la realidad demostró que tal posibilidad era físicamente imposible, por una razón muy obvia: ningún país, y mucho menos uno tan pequeño como el nuestro, puede ganarle una guerra al resto de los estados del mundo. La dictadura panameña tuvo la particularidad de que fue apoyada por las potencias del mundo, con el Pentágono de Estados Unidos y la KGB de la extinta Unión Soviética a la cabeza.
Solo uno de esos grandes poderes contaba físicamente con la fuerza para liquidar la dictadura panameña. Y así ocurrió. El gobierno de Estados Unidos, después de apoyar por 21 años política, diplomática y financieramente a la dictadura panameña, el 20 de diciembre de 1989 invadió militarmente a Panamá y acabó con su ejército y con su dictadura.
La dictadura panameña, como quedó dicho, existió hasta el 20 de diciembre de 1989. A partir de esta fecha, nace la Tercera República, con todo lo que significa nacer en tan difíciles y ominosas condiciones.
Así como la Primera y Segunda República tuvieron sus próceres, la Tercera República tuvo los suyos. Los valientes panameños que lucharon por 21 años contra la dictadura y por la restauración de la república, ya mencionados, más los que he olvidado y los sobrevivientes, son sin duda los próceres panameños de la Tercera República.
De los próceres fallecidos y mencionados, hoy quiero referirme a uno de ellos: Ricardo Arias Calderón, quien en mayo pasado habría cumplido 89 años de edad. La amistad que me unió a Ricardo me permitió enterarme de que éramos de la misma edad y cumplíamos el mismo mes. Ricardo falleció hace seis años, víctima de una dolorosa enfermedad, la cual enfrentó en todo momento con la misma dignidad y el mismo valor con que combatió la dictadura.
Lo primero que importa destacar y recordar siempre de Ricardo Arias Calderón es su cultura, integridad y sensibilidad. Fue uno de los políticos más cultos e íntegros que Panamá ha conocido durante la Segunda y Tercera República. Ricardo estudió filosofía y, con honores, en la prestigiosa e histórica universidad estadounidense de Yale. De Yale, Ricardo continuó sus estudios en Francia, donde obtuvo su doctorado en filosofía en la más prestigiosa universidad francesa: La Sorbona.
Para mí tiene mucha importancia política y social recordar públicamente estas características personales de Ricardo. Estos tres elementos que hemos mencionado de su personalidad (cultura, integridad y sensibilidad) tienen la importancia práctica de destacar la dolorosa distancia que separó a Ricardo de los dirigentes políticos que el país padeció durante las últimas cinco décadas y aún padece. Debo decir que el desprestigio del que hablo no solo se extiende a políticos del gobierno, sino también de la oposición. A consecuencia de esta penosa realidad, Panamá vive hoy los más altos niveles de corrupción y desprestigio, tanto a nivel nacional como internacional, gracias, en medida decisiva, a dirigentes políticos, de oposición y gobierno, que nunca han tenido ni tendrán la integridad, la cultura y la sensibilidad de Ricardo Arias Calderón.
Contra lo que pudiera pensarse, la sensibilidad en Arias Calderón no fue consecuencia de su condición de político. Por lo contrario; su condición de político fue consecuencia de su sensibilidad, expresada en su vocación de servicio. Para mí, Ricardo tuvo el mérito de no haber nacido político, pero sí haber sido un político importante, nacional e internacionalmente. Ricardo llegó a ser presidente de la Internacional Demócrata Cristiana por varios años, posición ésta que usualmente ocupaban prominentes políticos alemanes, italianos, franceses y españoles.
Una prueba adicional de que la vocación de Ricardo no fue la política sino el servicio a los más necesitados se da cuando Ricardo estudiaba en Yale. En esos meses, antes de pensar en política e intervenir en ella, consideró muy seriamente y por bastante tiempo la posibilidad de hacerse sacerdote. Y, ciertamente, una vez más, Ricardo veía en el sacerdocio la oportunidad de dedicar su vida a servir a los más necesitados.
En los significativos aportes de Ricardo en la lucha contra la dictadura, hay que señalar el papel decisivo que, junto con ese gran panameño que es Roberto Eisenmann Jr., jugó en la creación, en plena dictadura, de ese importante instrumento de lucha que fue el diario La Prensa. Eisenmann y Arias Calderón se empeñaron en esta peligrosa iniciativa, acompañados inicialmente por los grandes civilistas que fueron Fabián Echevers, Ricardo J. Bermúdez y Ricardo Alberto Arias.
Ricardo fue también factor decisivo en la creación de la gran alianza electoral contra la dictadura organizada para la elección presidencial de 1984. Ricardo y yo trabajamos juntos en ese importante esfuerzo. Ambos éramos conscientes de que la oposición a la dictadura necesitaba, nacional e internacionalmente, una gran demostración de fuerza en las elecciones presidenciales de 1984. Sabíamos también que si Arnulfo Arias no era el candidato presidencial, la alianza no se produciría y, en consecuencia, quedaba frustrada toda posibilidad de demostración de fuerza política y, divididos, las elecciones las ganaría la dictadura. La tarea no fue fácil, pues los restantes partidos políticos que formarían la alianza no simpatizaban con Arias. Debe decirse que el país vivió políticamente dividido por décadas entre arnulfistas y antiarnulfistas. Es la realidad de todas las sociedades que tienen caudillos.
Como parte de todo lo que debía hacerse para producir esta difícil alianza, decidí ofrecer una recepción en mi residencia a figuras importantes de los principales partidos de oposición. Asistieron Arnulfo Arias, Guillermo Endara, Jacobo Salas, Jorge Pacífico Adames, Gabriel Zarak, Alfredo Ramírez, Mario Galindo, Ricardo Arias Calderón, Edgardo Molino Mola, Carlos Arellano Lennox, Arnulfo Escalona Ríos, Mario J. De Obaldía, Bernardino González Ruiz, Querube Solís, Otilia Arosemena de Tejeira, Doris Rosas de Mata, Aura Feraud, Roberto Eisenmann, Rafael Zúñiga, Rubén Darío Carles, Abraham Pretto y Marcos Alarcón.
La experiencia vivida la noche de la recepción comentada fue muy positiva. La presencia de esos importantes dirigentes políticos de los más importantes partidos demostró que estaban allanadas las dificultades que se oponían a la alianza electoral por la que trabajamos mucho Ricardo y yo.
No obstante el papel decisivo que jugó en el aseguramiento de la gran alianza opositora a la dictadura, Arnulfo Arias no incluyó en la papeleta electoral a Arias Calderón. Arias designó a la primera vicepresidencia a Carlos Rodríguez, miembro -como él- del Partido Panameñista, y a la segunda vicepresidencia a Rubén Carles, del Molirena. No obstante lo dicho, el país no conoció ninguna amenaza de Ricardo ni de su partido de retirarse de la alianza electoral.
Importa señalar otro gesto de grandeza, esta vez atribuible a Rubén Carles. Un día me llamó a mi oficina y me pidió una cita. Le dije que lo recibiría inmediatamente. Me dijo que había pensado renunciar a la candidatura de la segunda vicepresidencia para que Arias Calderón ocupara esa posición. Al poco tiempo quedó oficializada la candidatura de Ricardo en la papeleta que presidía Arnulfo Arias.
Ricardo demostró al país su grandeza nuevamente, cuando falleció el doctor Arias y aún el Panameñista no había sido reconocido. El Partido Liberal Auténtico, probablemente para evitar la candidatura presidencial de Ricardo, se adelantó y postuló oficialmente a la presidencia de la República a Guillermo Endara, arnulfista. Ante el hecho cumplido, Ricardo pudo hacerse postular por su partido, la Democracia Cristina, y por otros partidos de oposición. Sin embargo, pensando que tal conducta dividiría a las fuerzas de oposición a la dictadura y favorecería a la papeleta presidencial de los cuarteles, prefirió no romper la alianza y sumarse como candidato a la primera vicepresidencia en la papeleta presidencial que presidía Endara. Para Ricardo, siempre fue claro que primero era el país.
Deseo enriquecer mis recuerdos sobre el prócer y el amigo ausente incorporando valoraciones de otro patriota y luchador valeroso contra la dictadura. Me refiero a Roberto Eisenmann Jr. El 25 de septiembre de 2015, Eisenmann publicó un artículo en La Prensa, titulado “Mis respetos a RAC”, o sea, sus respetos a Ricardo Arias Calderón. Ricardo y Roberto tuvieron sus diferencias, como también tuvieron diferencias otros políticos adversarios de la dictadura. Sobre el tema, recuerdo todo lo que amigos de la oposición a la dictadura dijeron de quienes, opositores también a la dictadura, decidieron aceptar ser miembros de la Comisión Nacional de Reforma Constitucional, que produjo las reformas constitucionales del año 1983. Por la objetividad y nobleza que encuentro en el citado artículo de Eisenmann, copio a continuación lo que sigue:
“Puestas en la balanza de nuestra relación, las diferencias son minúsculas frente a los objetivos compartidos. Para mí, Ricardo ha sido uno de los luchadores más eficaces contra la dictadura militar que tuvimos en nuestro país. Nadie más valiente que él, nadie más organizado que él y nadie más luchador que él. No llegó a cumplir su sueño de ser presidente de nuestro país, pero lo ‘gobernó’ desde el Ministerio de Gobierno [por ser el más organizado y más trabajador] hasta su rompimiento con Endara. RAC tiene todo mi respeto y admiración... y mi agradecimiento por su lucha desde afuera [contra los militares] y desde adentro, como vicepresidente y ministro de Gobierno de la administración Endara”.
Curioso y paradójicamente, Eisenmann terminó su artículo del 25 de septiembre del 2015 con el párrafo que sigue: “Como lo diría mi amigo Carlos Bolívar Pedreschi, ¡no hay duda de que Ricardo Arias será conocido como uno de los próceres de la Tercera República!”
Termino así mis breves recuerdos de un prócer y un amigo.
El autor es abogado