El síndrome de Hubris o, también llamado la enfermedad de los líderes, empezó a usarse como trastorno de personalidad al observarse ciertas conductas incongruentes en personas que tienen un cargo de poder. Si bien el síndrome no está dentro del manual psiquiátrico, eso no quiere decir que no pueda convertirse en una patología que reúna ciertas particularidades parecidas al abuso, al apego o adicción al poder. En cualquiera de sus formas hace daño y destruye si la persona no tiene los controles adecuados para el manejo correcto en la posición de jerarquía en que se encuentre.
El Hubris (palabra derivada del término heleno Hybris) es el ego desmedido, la insensatez e imprudencia donde la persona siente que posee dones especiales que le hacen capaz de enfrentarse a los mismos dioses. Este tipo de poder, se presenta generalmente en líderes que se sienten capaces de realizar grandes tareas, creen saberlo todo y que de ellos se esperan grandes cosas. En cualquiera de los casos suelen tomar decisiones erróneas porque la persona pierde la perspectiva de la realidad total y ve solo lo que quiere ver o, solo ve lo que ven los que están a su alrededor.
El Hubris o Hybris no hace referencia a un impulso irracional y desequilibrado de la persona, sino a un intento de transgresión de los límites impuestos. En sociología y política, el concepto suele asociarse a los líderes que presentan síntomas de narcisismo y megalomanía, quienes lo sufren se creen invencibles y ven enemigos por todas partes. Es simplemente una distorsión de la realidad o la construcción de una realidad basada en la imagen narcisista del que lo tiene. Desde el punto de vista neurocientífico no hay ninguna evidencia de que pueda existir un cambio fisiológico en dichas personas; sin embargo, la psiquiatría lo aborda.
Los síntomas van desde la necesidad de recibir halagos hasta la sensación de sentirse elegidos para llevar a cabo una misión trascendental y acabar sintiéndose por encima del bien y del mal. Quienes lo padecen suelen ser impulsivos y/o temerarios y orgullosos.
Dicen los expertos que la mejor cura para el ataque del síndrome es un baño de modestia. Lo sabían muy bien los romanos, quienes crearon la figura del servus publicus, un esclavo que acompañaba a los generales victoriosos susurrándoles al oído la frase: “Recuerda que eres mortal”.
El médico y político británico David Owen fue el que identificó este síndrome y lo catalogó como un trastorno que padecen las personas que ejercen poder; es una característica de la personalidad que los hace excesivamente autoconfiados y mesiánicos. En su libro En el poder y en la enfermedad: Enfermedades de jefes de Estado y de Gobierno en los últimos cien años, David Owen considera que el síndrome de Hubris suele mezclarse, en muchas ocasiones, con el narcisismo y con el trastorno bipolar y describe a la persona como un personaje poderoso que se comporta con soberbia y arrogancia con una exagerada autoconfianza que lo lleva a despreciar a las otras personas y a actuar en contra del sentido común.
En su libro Owen señala a algunos políticos que padecieron de Hubris: la presidenta de Argentina Cristina Fernández, el presidente fallecido de Venezuela, Hugo Chávez y el actual mandatario de ese país; así como, George W. Bush, Tony Blair, José María Aznar, Arthur Neville Chamberlain, Adolfo Hitler y Margaret Tatcher, entre otros. Muchos de ellos al finalizar su período de mandato caen en una terrible depresión. Para que la persona pueda “curarse”, sostiene este autor, simplemente basta con que pierda el poder.
Para un país es sumamente gravísimo caer en manos de este tipo de personajes con un ego enfermizo que desprecia los consejos y críticas del pueblo que los eligió. Creen que no deben rendir cuentas a nadie. Menosprecian la opinión pública. Este síndrome igualmente recae en funcionarios de alta jerarquía. Según los expertos este conflicto de personalidad empieza en casa desde los primeros años de vida. La sobreprotección del adulto hacia la criatura y complacerla en todo lo que desee, la rivalidad entre hermanos, son tan solo algunas de las señales de daño y se manifiesta drásticamente cuando ese niño ya adulto tiene una posición de jerarquía en un escenario donde ejercitar su poder y buscar la gloria.
Hay que sanear la casta política de los ineptos con apetito mesiánico. El pueblo no debe dejarse manipular por los inútiles y codiciosos. El pueblo debe aprender a estudiar integralmente a los candidatos y elegir a conciencia.
La autora es psicóloga clínica