No hay palabras que pueda describir el dolor, la desolación y la desesperanza que estos días produce lo que sucede en Israel y los territorios palestinos, así como las repercusiones que tanto odio está produciendo por todas partes. Cualquier otro tema -y en este pedacito de tierra donde florece la corrupción, impera la impunidad y cada vez queda menos institucionalidad democrática, sobran lo temas-, es sencillamente una frivolidad.
Mientras escribo, siguen muriendo palestinos -gran cantidad de niños- y muchos más intentan sobrevivir sin agua, sin comida, sin esperanza. Del otro lado del muro, muchas familias israelitas siguen llorando sus muertos y la destrucción de sus comunidades, mientras otras esperan con angustia que los secuestrados por Hamas sobrevivan a este horror.
El largo e histórico conflicto entre judíos y palestinos suma una nueva guerra a las ya ocurridas desde que la recién surgida Organización de Naciones Unidas aprobara en 1947 la resolución que puso fin al mandato británico sobre Palestina, dividiendo el territorio en dos Estados. Una resolución que fue imposible hacer valer. El odio se impuso desde el día uno.
Justamente contra ese odio lucha hoy Sharon Liftschitz, una artista y cineasta británica israelí admirable. Sus padres – Ode de 85 años y Yochke de 83- fueron arrancados de su cama la trágica mañana del 7 de octubre por miembros del grupo terrorista Hamas que, para sorpresa de todos, lograron entrar a territorio israelí dejando atrás cercas y muros, controles y toda la tecnología que supuestamente garantizaba la seguridad a los israelíes. Por donde pasaron, dejaron muerte, destrucción y dolor.
Los padres de Sharon Liftschitz, que hoy forman parte de los 200 rehenes que tiene Hamas en su poder, viven en el kibutz Nir Oz, ubicado al sur de Israel y a menos de tres kilómetros de la franja de Gaza. Una comunidad de pacíficos israelíes, que mantienen vivo el espíritu con el que nacieron los kibutzim, aquel experimento de comunidades rurales colectivas y de democracia radical, que combinaban el sueño de establecer un hogar para el pueblo judío, con la visión de construir un mundo mejor.
A pesar de todos los cambios ocurridos en Israel y su gente, Ode y Yochke persisten en el sueño de la paz en el kibutz donde viven. Ode, un hombre de fuertes convicciones, según cuenta su hija, es fiel creyente de la necesidad de hacer la paz con los enemigos, alegando que es trabajo de todos encontrar un espacio común de entendimiento basado en el concepto de humanidad. Está convencido que no hay otra alternativa.
No son solo palabras. Activista por la paz toda su vida, en los años setenta del siglo pasado luchó por los derechos del pueblo beduino al norte del Sinaí y es un permanente defensor de la causa palestina.
En estos tiempos colabora con la organización Other Voices que impulsa también una solución pacífica y por la vía civil del conflicto con Palestina, cultivando relaciones con las comunidades cercanas. Al menos una vez a la semana, Ode transportaba a algún palestino enfermo desde Erez, frontera con Gaza, a hospitales en Jerusalén. Se ha pasado la vida buscando la paz con acciones concretas, con gestos de solidaridad y amor al otro.
Su hija Sharon tiene la esperanza de que sus captores se hayan enterado de esta historia y que permitan que sus padres sean entregados a salvo. Pero son mayores y la madre necesita oxígeno que le quitaron cuando se la llevaron aquel terrible 7 de octubre. Cada día cuenta.
Como la historia de los Liftschitz hay muchas otras; tantas como fueron las víctimas del odio y de la insania de un grupo que tiene como meta destruir por completo a los judíos e instaurar un régimen islamista en Palestina. Un régimen teocrático como el que castiga, golpea y mata a mujeres en Irán o el que ha dejado sin derechos a las mujeres en Afganistán.
Parecidos sin duda a los grupos ortodoxos judíos que sin piedad alguna y con el apoyo del gobierno de Benjamín Netanyahu, han ido colonizando por la fuerza los pocos territorios que le restan a los palestinos en Cisjordania.
Israel tiene, por supuesto, derecho a defenderse. Los horrendos sucesos ocurridos en las comunidades por donde pasaron los hombres de Hamas el 7 de octubre, describen la ausencia absoluta de compasión y humanidad. Los culpables deben pagar por ello. Pero como siempre, son muchos los inocentes que están pagando en Gaza la fuerza de una venganza ciega y detestable que debe parar.
“Si mi padre estuviera aquí, diría que lo sucedido es una nueva oportunidad para la paz mediante la partición del territorio”, aseguró Sharon Liftschitz durante una entrevista con la periodista Christiane Amanpour.
Sharon vive estos momentos de angustia con la convicción de que su batalla diaria es contra el odio; un odio que es el responsable de tanta destrucción, dolor y de que sus padres estén hoy en cautiverio. “Podemos hacerlo mejor… podemos hacerlo diferente. Tengo que mantener la fe en la humanidad”. Admirable.
El autor es presidenta de la Fundación para el Desarrollo de la Libertad Ciudadana