En mi última columna (14 de abril), opiné que lo más importante en esta ronda electoral en Panamá era derrotar a los dos monstruos de la política nacional— el PRD y el dúo Martinelli/Mulino. Con pesimismo, también lamenté que tengamos un sistema político disfuncional que frustra la voluntad popular en lugar de respetarla.
Pero los resultados asombrosos del domingo redujeron ese pesimismo, dándome una buena dosis de lo que los anglosajones llaman “optimismo cauteloso”.
Comencemos con las buenas noticias. Uno de los monstruos muy temidos— el PRD— fue duramente derrotado. La ciudadanía supo aprovechar las urnas para expresarle un repudio casi total. A nivel presidencial, el insufrible candidato del oficialismo recibió una paliza humillante; y a nivel de la Asamblea, aquel dominio del PRD que llegó a parecerme invencible e “inalterable” quedó aniquilado a manos de candidatos jóvenes e independientes. Si escribí en la última columna que las elecciones son para expresar “las aspiraciones, principios y prioridades” de un pueblo, los resultados en la Asamblea han logrado exactamente eso. El pueblo quiso barrer con la corrupción dinástica y la maleantería allí. Una juventud con aspiraciones y principios hizo sentir su llegada al escenario político y estremeció los pilares tradicionales del poder.
La mala noticia, sin embargo, es que el otro monstruo no fue derrotado. José Raúl Mulino —como sustituto de Ricardo Martinelli— “ganó” la presidencia con 34% del voto, lo que significa que 66% de los votantes dieron su voto a otro candidato. Por tanto, al hablar de que la votación debe expresar las “aspiraciones, principios y prioridades” de un pueblo, el hecho innegable es que el 66% de los votantes no querían al que ha “ganado”. Obviamente, la razón es que el voto anti-Martinelli estaba fragmentado entre varios candidatos potencialmente viables, y nunca sabremos si una segunda vuelta hubiera consolidado el voto anti-Martinelli para producir otro resultado. Pero sigo pensando que esta es una reforma que tiene que hacerse, dentro de una reforma integral del sistema electoral. Noto que desde el domingo, varios analistas han comentado que el nuestro modelo electoral está desgastado, desfasado, agotado, etcétera. Como sociedad, necesitamos comenzar a dialogar seriamente sobre esto.
Y como parte de esa discusión, necesitamos también hablar del rol del Tribunal Electoral, que perdió credibilidad tremendamente en esta ronda electoral. La decisión de permitir que Mulino sustituyera a Martinelli sin pasar por unas primarias y completar la nómina con candidato a la vicepresidencia me parece un error grave, pero desde hace rato he pensado que el Tribunal Electoral se permite demasiadas arbitrariedades (Hay incompetencia además, como en las papeletas erróneas para la votación adelantada). Entonces, el caso Mulino pasó a Corte Suprema, que eligió no actuar expeditamente, sino dejar que la ciudadanía y los candidatos quedaran en el aire por meses, sin saber si la candidatura de Mulino sería avalada o no. ¡Qué irresponsabilidad! Al fin, dos días antes de la elección, emitieron su fallo a las 5 de la mañana. ¡Qué exhibida!
Aun así, he llegado a la conclusión de que el fallo de la Corte Suprema fue correcto. Es decir, que la decisión del Tribunal Electoral era errada, pero que a la Corte Suprema no le competía cambiarla. Entiendo que la vasta mayoría de alegatos sometidos a la Corte tomaron esa posición. Además, hubiera sido un escándalo internacional inhabilitar al candidato que iba adelante en las encuestas a dos días de la elección. Panamá hubiera quedado en titulares de todo el planeta como banana republic o peor.
Y así, entre incompetencia, irresponsabilidad y posiblemente mala fe, hemos llegado a tener un presidente electo cuyo ídolo político —”mi amigo”— es un fugitivo de la justicia que el presidente electo repetidamente tilda de perseguido político, no de criminal condenado. Mulino dice que no es títere de nadie; veremos. Que sabe hacer las cosas bien; veremos. Que hará un gobierno de unidad nacional; veremos. Por Panamá, quiero que así sea, pero confieso pesimismo.
Pongo más esperanza en esos jóvenes en la Asamblea. Espero que sepan organizarse bien, resistirse a la putrefacción allí, y hacer bien su tarea fiscalizadora. Por ellos siento optimismo cauteloso.
La autora es periodista.

