Casi por unanimidad hemos escuchado la frase: “lo único constante es el cambio”, que por cierto es una variación de “nada es permanente, a excepción del cambio” propia de Heráclito de Éfeso (540 a.c.); siendo milenaria esta sigue en plena vigencia aún.
Los cambios desde la génesis del universo ocurren de manera continua y permanente, no solo en el ser humano sino también en su entorno, sea el resultado de la evolución natural, de la acción de las fuerzas sociales y económicas o de la propia voluntad de las personas.
Esta aceleración de cambios empezó hace unos 200 años con la Revolución Industrial que produjo un ritmo intenso, velocidad, amplitud que desafiaron la capacidad de adaptación de los grupos sociales más avanzados. El epicentro de estos cambios fue Europa, que casi se autodestruye en la primera mitad del siglo XX debido a dos nefastas guerras mundiales, caos político, revoluciones, conflictos internos armados y étnicos, radicalismo, genocidios, crisis, epidemias, por mencionar.
Hoy con la globalización y los avances tecnológicos podemos observar que esas transformaciones se dan con mayor premura; los cambios también por naturaleza suponen amenazas, como ya se ha advertido, “nuestro mayor peligro no es el entorno mundial cambiante sino nuestra relación con él”. Si los tiempos cambian también deben cambiar los pensamientos y la dinámica social es una muestra de ello.
El quid de esta premisa radica en el inclinación categórica a los modelos teóricos casi obsoletos con los que pretendemos interpretar o justificar el conjunto de circunstancias que nos rodean, independientemente de si sus características están total o parcialmente desactualizadas. Como padres, por ejemplo, queremos utilizar el modelo que los nuestros utilizaron porque funcionaron… sin evaluar que los cambios en la sociedad misma han cambiado, hacemos un mal al no promover la adaptación sistemática.
La dificultad no está en adoptar nuevas ideas o pensamientos, sino en olvidarse de las viejas concepciones. Incluso la propia moral ha sufrido variaciones, por decir, en la década de 1940 era inconcebible que una dama usara bikini, hoy es normal y no afecta ninguna regla moral ni ética.
Para conceptualizar entonces, una era de cambios es un espacio prolongado de tiempo donde se dan grandes transformaciones, pero no se modifica la naturaleza y la lógica originaria de las cosas; pero un cambio de era, es algo así como un reseteo en donde las estructuras sociales, políticas, económicas, filosóficas, empresariales, individuales por mencionar… mutan o cambian de forma irreversible, sin vuelta atrás.
Ahora analicemos lo expuesto, ¿no estamos ante un evidente cambio de era? Carlos Slim, reconocido empresario mexicano lo advierte ya; Elon Musk por su lado ya está en una nueva era con sus inventos para salvar el mundo y los viajes al espacio, ¿no lo creen?
¿Pero y qué hago entonces, cómo me preparo para este cambio de era que se avecina en la esquina ya? Pues sencillo, debemos adaptarnos como siempre lo ha hecho la naturaleza humana; pero en cada cambio de era resultará más difícil. Debemos ir preparándonos individual y colectivamente.
No adaptarse y continuar haciendo lo mismo pensando que todo estará bien puede conducirnos a quedarnos atrás. La inteligencia humana en sus múltiples formas nos da garantía de avanzar con el tiempo.
Stephen Hawking fue sin duda una mente brillante, quien en sus últimos días insistió en que explorásemos el universo, nos alertó que la especie humana no puede permanecer en el planeta Tierra por siempre.
Hay dos variables que nos direccionan a un cambio de era: la tecnología en toda su amplitud que tiene unos avances impresionantes con la robótica y nanotecnología solo por mencionar, por otro lado el medio ambiente que clama por un rescate por que según científicos el planeta ha entrado en lo denominan el antropoceno: la nueva era geológica motivada por el impacto del ser humano en la tierra.
Preparémonos desde ya para el cambio de era.
El autor es oficial del Servicio Nacional de Fronteras.

