El 16 de julio de 2000, a los siete años, fui por primera vez junto con mis padres, tíos y primos al estadio Rommel Fernández a presenciar un partido de eliminatoria mundialista. En ese momento no tenía conciencia suficiente para entender lo que nos jugábamos, pero lo que sí recuerdo es la emoción que sentí de ver a la Selección jugar y el deseo de que fueran vencedores. Esta situación generó en mí la admiración por la Selección de Panamá y despertó en mí el fervor patriótico; desde ese instante no falté a un partido.
Recuerdo cuando regresaba de Costa Rica, luego de ver perder a la Selección en el estadio Nacional de La Sabana el 19 de junio de 2013. El regreso fue difícil, yo ansiaba volver a Panamá con el ánimo de una victoria importante e histórica en campo rival, pero no fue así.
Luego de esa derrota en la fecha seis del hexagonal rumbo a Brasil, la presión hacia los jugadores y el cuerpo técnico era alta, debido a los comentarios negativos y las críticas. En ese instante decidí por primera vez escribir un artículo y lo titulé La esperanza no se pierde. Mi intención era subirles el ánimo a los jugadores y tratar de motivar al fanático panameño a que no perdiera la fe por la Selección nacional; que debíamos unirnos para respaldarlos en las últimas cuatro fechas que restaban en el hexagonal hacia Brasil 2014.
Por cuestión de segundos nos quedamos fuera del repechaje que alargaba nuestra esperanza hacia un anhelado Mundial. Para mí no hay mejor manera de consumar el título de ese artículo con la hazaña que se ha logrado. La esperanza y la fe nunca se perdieron.
Hoy la historia lo demuestra, recuerdo con agonía todos los obstáculos y sinsabores que atravesamos. Desde nuestro primer hexagonal en 2005 con el Cheché, cuando aprendimos lo que era estar en esa instancia. No podemos olvidar la noche trágica en El Salvador, cuando nos arrebataron de manera imprevista la esperanza hacia Sudáfrica 2010 y la pesadilla más reciente y dolorosa contra Estados Unidos, el 15 de octubre de 2013, cuando aprendimos que debíamos mantener los resultados en los últimos minutos. Todas son experiencias que de alguna manera nos ayudaron a madurar y crecer como Selección de fútbol.
El pasado martes 10 de octubre logramos lo que tanto habíamos anhelado, la clasificación a un Mundial de fútbol, a Rusia 2018. No tengo más que palabras de agradecimiento a cada uno de los jugadores. A esa generación de oro de nuestro fútbol que liderizó esta hazaña y se comprometió con ir a un Mundial desde el año 2005. Baloy, Penedo, Blas, Gómez, Tejada, Román, entre otros. No puedo olvidar a todos esos que lucharon incansablemente por dejar en alto el nombre de Panamá en el mundo futbolístico, a Rommel Fernández (q.e.p.d.), René Mendieta, Ricardo Phillips, Chalate Torres, Roberto Brown y los hermanos Dely Valdés, ellos al igual que el Cheché Hernández y Bolillo Gómez tienen parte de este gran logro para nuestro país.
Todas situaciones únicas, de aprendizaje, crecimiento, alegrías y tristezas, pero llenas de esperanza de que en algún momento íbamos a alcanzar por fin la victoria, como dice nuestro himno nacional.
Por razones de superación personal no pude estar en mi país en el momento más importante de nuestra historia futbolística. No estuve personalmente, pero de corazón lo estaba, viví ese partido como si estuviera en el Rommel. La Selección nacional representa los sueños, la ilusión, el fervor, el patriotismo y la unidad de todo un país.
Quedó demostrado ese martes que somos hijos de una patria común, reflejado en el deporte que representa el fenómeno inspirador de sentimientos colectivos que se llama patria. La Selección nacional es más que un equipo de fútbol, es un motivo de unidad nacional.
¡Felicidades, Panamá!
El autor es abogado
