Estados Unidos, reconocido como líder en innovación, defensor de las libertades y potencia económica global, muestra un contraste llamativo en su abordaje de la equidad de género. A pesar de los avances en diversas áreas, todavía se resiste a permitir que una mujer alcance su máxima posición de poder: la presidencia. Este fenómeno no es casual, sino un reflejo de un machismo estructural profundamente arraigado en la sociedad y las instituciones estadounidenses.
El caso de Martha Stewart: un ícono empresarial ante el sistema
Martha Stewart, una de las empresarias más influyentes en el ámbito del estilo de vida, experimentó en carne propia los efectos de este sistema. Su condena en 2004 por obstrucción a la justicia y fraude de valores marcó una caída pública que muchos consideraron desproporcionada. Mientras que hombres en situaciones similares han enfrentado menores repercusiones, Stewart fue llevada a prisión y señalada como ejemplo de cómo las estructuras de poder parecen ser más severas con las mujeres exitosas.
Hillary Clinton: el desafío de romper el techo de cristal
Otro caso emblemático es el de Hillary Clinton, quien, como candidata presidencial en 2016, enfrentó ataques misóginos que iban desde críticas a su apariencia hasta la descalificación de su carácter. A pesar de sus impecables credenciales, su derrota frente a Donald Trump no solo evidenció una preferencia electoral, sino también una cultura que duda de las capacidades femeninas en posiciones de liderazgo.
Una barrera simbólica: la presidencia
La ausencia de una mujer en la presidencia estadounidense es una barrera simbólica que refleja la resistencia al cambio. Mientras países como Panamá, Chile, Argentina y Honduras han confiado sus destinos a mujeres, Estados Unidos permanece atrapado en un dilema que combina misoginia y temor. Este fenómeno puede interpretarse como un “miedo a la castración política”, donde los hombres perciben el liderazgo femenino como una amenaza a su dominio histórico.
Latinoamérica: lecciones sobre equidad
Es paradójico que muchos países de América Latina, frecuentemente considerados menos progresistas, hayan superado esta barrera. Figuras como los de Mireya Moscoso, Michelle Bachelet, Cristina Fernández de Kirchner y Xiomara Castro demuestran que el liderazgo femenino puede ser transformador. En este sentido, Estados Unidos tiene mucho que aprender de la región en términos de igualdad de género y representación política.
Conclusión
El sueño americano no estará completo mientras las mujeres sigan siendo relegadas en la toma de decisiones más altas. Casos como los de Martha Stewart y Hillary Clinton son un recordatorio de que el camino hacia la igualdad sigue siendo arduo. Sin embargo, también representan un llamado a la acción: para que Estados Unidos sea verdaderamente grande, debe enfrentar su machismo estructural con valentía y compromiso. Solo entonces podrá ser una potencia no solo económica, sino también moral y social.
La autora es abogada.