Hace apenas 7 años, Michiko Kakutani, en algún momento jefe de la sección de crítica de libros de The New York Times, recordaba en su libro The Death of Truth, que los métodos de Rusia para alcanzar el lugar que ostentaba en la política mundial, no eran otros que los de la maquinaria propagandística, armada por décadas bajo los principios leninistas y actualizada para destruir la verdad, divulgar falsedades, enfrentar a ciudadanos unos contra otros, polarizar la sociedad, intervenir y robar elecciones; nunca para reconstruir el estado sino para destruirlo, para pulverizarlo, para acabar con las instituciones.
Las lecciones de Lenin, su lengua voraz y sus mentiras, su lenguaje incendiario, han acaparado la admiración de sus imitadores, no solo en la Rusia de Putin. Han nacido “los nuevos bolcheviques”, los autócratas, entre los que se incluye Donald Trump. Un definido grupo de políticos y gobernantes en Hungría, Turquía, Venezuela, Nicaragua, Bielorrusia, Polonia -y con la libertad maquillada, Argentina y El Salvador- amenazan constantemente la libertad.
La libertad para disentir y decirlo o escribirlo. Hay una forma responsable de actuar como ciudadanos dentro y fuera de cada territorio y es confrontarlos sin miedo, con firmeza, convencidos de que no queremos ni confiamos en autócratas, que las políticas las orientamos nosotros los ciudadanos, en la medida en que participamos de los procesos políticos.
En diciembre de 2021 ya se denunciaba que Rusia “estaba contemplando una invasión a Ucrania” -que algunos desestimaron por sus costos - cuando Putin había movilizado unas 100,000 tropas a lo largo del borde -que los une y los separa- incluyendo Bielorrusia”. Ucrania es tomada a la fuerza por Rusia el 24 de febrero de 2022, como lo fue Crimea, territorio ucraniano que Stalin quiso erradicar algún día, invadido en la mañana del 20 de febrero de 2014 por las mismas tropas rusas, ocho años más tarde.
La metástasis de la imposición de fuerza y poder, mientras los países vecinos, Bielorrusia, Georgia y Moldova, los estados bálticos de Estonia, Letonia, Lituania y, Finlandia y Polonia se congelan en temores bien fundados, bajo la falsa narrativa de Putin sobre un rol fecundador de la NATO y los Estados Unidos de Joe Biden, para engendrar esa violación y ese rapto.
El discurso imperialista del presidente de los Estados Unidos, después de 90 minutos de conversación con Putin, acusa a Ucrania de iniciar la guerra de Putin y a Volodymyr Zelensky de ser un dictador, “crece como la sombra cuando el sol declina”, bajo el regocijo de todo su secretariado, otrora acérrimo enemigo y denunciante de los salvajes crímenes de Vladimir, como envenenar con mucha paciencia a sus enemigos, lanzarlos por las ventanas de rascacielos o dejarlos morir bajo las tormentas de hielo y frío.
Recordemos que, según la propaganda imperialista rusa y el cuento “semi-mitológico y falsamente medieval que Putin ha utilizado” para afirmar que “Ucrania no es un país”, que “existe por accidente”, la Invasión de Crimea, también fue provocada por Ucrania, cuando lo cierto es que la juventud ucraniana lideraba una revolución prodemocracia y antioligárquica, contra la profunda corrupción imperante bajo la protección soviética.
Si Chamberlain se creyó el cuento de Hitler durante la Conferencia de Munich en 1938, de que solo anexaría una parte de Checoslovaquia y en cambio prometía más diálogo y menos guerra, ni Zelenskyy ni la Unión Europea se creen la promesa de Trump de lograr una paz duradera y no más invasiones rusas, mientras conversa con Putin a puertas cerradas y sin la participación de aquellos.
Desestabilizar a sus vecinos es una consecuencia real que Rusia logra con puntualidad suiza. Reprimir poblaciones es un instrumento que China luce sin asco. Así, reprime a la población musulmana en la provincia de Xinjiang, donde las cámaras de seguridad y las inspecciones policiales son parte de la vida regular de esa población.
El reconocimiento de voz y los hisopados para reconocer por ADN los movimientos, tránsitos y desplazamientos de los musulmanes son parte de la parafernalia tecnológica para la invasión de la privacidad de las personas en China. Los propósitos y los métodos se exportan. Desde ambos países, Rusia y China, se divulgan mentiras para intervenir en campañas electorales y, las de Trump no fueron ni son la excepción.
Las repetidoras están en Asia, África y Latinoamérica, puntualmente en Venezuela, como lo afirma Anne Applebaum.Cumpliendo con los mecanismos de la democracia, aunque las intenciones no se puedan esconder, estamos siendo testigos de cómo Trump prepara el terreno abonado en lo nacional y en lo internacional, para tomarse esa misma democracia, la que deconstruye desde sus fundaciones e implantar la forma autocrática de gobernar de los “Bad guys”, forma conveniente para el dominio y la sobrevivencia. Se toma las instituciones de seguridad nacional, los mandos policiales y los de sus ejércitos, captura las cortes y despide juristas lo que dificulta el acceso a la justicia, mientras su secretariado viaja a América y a Europa para vejar a sus prístinos amigos. Mientras los países latinoamericanos están más cerca de alejarse de Estados Unidos, Trump está cada vez más cerca de aliarse con los tradicionales enemigos de la democracia. Esa democracia que destruye en su país rebota en similar grado de desintegración, a las nuestras.
De la campaña política a la ejecución de Estado solía existir una distancia que ya aceptaban los pueblos hasta las próximas elecciones. Trump cumple sus promesas electorales una a una, porque su propósito fue y ha sido proteger su libertad y acrecentar sus propiedades materiales, de tal forma que sus promesas tenían que ser escandalosas y anticonstitucionales. Porque su campaña la hizo a punta de mentiras para mercadear su candidatura con posibilidades de éxito, las mentiras las sigue repitiendo cada vez, una y otra vez sigue declamando que los chinos comunistas dirigen, administran y manejan el Canal de Panamá, que Panamá no cumple con el Tratado de Neutralidad, que los barcos gringos no tienen por qué pagar su tránsito por el Canal, porque “nosotros pagamos e hicimos el Canal”. Eso merece cada vez una respuesta fuerte de parte de nuestro país.
Cada nombre propuesto para dirigir las instituciones más preciadas del país ha sido aprobado por su mayoría en el Senado y en el Congreso. Controlar estas instituciones fue esencial, y así lo repitió en cada encuentro con la población electoral, para legalizar los gametos enfermos que engendrarían el embrión y el adulto de sus deseos y amores. No ha importado la descalificación de todos ellos porque cuando no recuerdan lo que dijeron, repiten una y otra vez que “eso es por lo que votaron y lo que quieren los millones de sus electores”.
Eso es una democracia representativa que permite ni siquiera deliberar, y confiere legitimidad, sin importar siquiera que la formación cívica de sus electores sea como un cero a la izquierda, una respuesta vengativa de una composición de la sociedad numéricamente nada deleznable, sí detestable, que carga rencores ancestrales y suma nuevos, alimentados con mentiras y odios. Civismo no es solamente salir a votar, es tener coraje para defender los valores y los principios de la democracia, que solo recordamos cuando está a riesgo de perderse, y ciudadanía implica no solo derechos en la medida que se le exigen al Estado, sino deberes y responsabilidades para seguir siéndolo.
La mentira -esa “violación y despojo de la verdad, a sabiendas de que el cinismo, el cansancio y el miedo pueden hacer que las personas sean susceptibles” a las repetidas falsedades, incorregibles y grotescas, de líderes autocráticos- ha sido el instrumento más eficaz para que lo irracional sea racional, lo falso sea verdad, y la democracia se deteriore para borrarse. Para quienes creen que ese deterioro acelerado de ella en los Estados Unidos no nos debe preocupar, es oportuno recordar que lo que allá resulte del abatimiento de las instituciones democráticas, se traducirá paralelamente en nuestra pérdida y la de otros.
Trump se prepara para que no haya más transferencia de poder en los Estados Unidos, al mejor estilo de las dictaduras bananeras de la América Latina e insular y de los sistemas totalitarios de Europa, Asia y África. Esa fue otra promesa electoral y que se ha propuesto cumplir.
El autor es médico.