Repaso estos días de protesta civil en dos libros: “En pocas palabras”, del necesario y poco leído Guillermo Sánchez Borbón, (que parece que se escribió ayer) y el otro, “En nuestras propias voces: Panamá protesta:1968-1989″, de Brittmarie Janson Pérez, que les recomiendo leer cuanto antes, sobre todo a cierto dirigente sindical que dice que “jamás ha visto una protesta así en sus 52 años de vida”. Así nos va.
El estallido social ha venido para quedarse. No se crea nadie que convocar otra mesa de negociación y firmar acuerdos va a solucionar nada. Uno no vota unos representantes, un gobierno que cobra una millonada, para que te convoque a “negociar” con ellos que son los que tienen la obligación constitucional de salvaguardar los intereses de todos. Es la enésima tomadura de pelo del presidente de la República y su partido tricolor con la connivencia de sus secuaces vestidos de blanco y chupadores de lujo de la asamblea.
Y encima vienen con la “trumpada” de decir que hay políticos infiltrados en las protestas, invocando fantasmas y conspiraciones para confundir a la gente y tapar las corruptelas de un partido que no se merece seguir contando con la confianza del pueblo: han vendido a su fundador verde oliva por el verde de los dólares, y lo han hecho todos, incluso los que le conocieron y dicen haber sido sus amigos.
“El mundo nos mira”, ¿se acuerdan del eslogan? Todos quieren saber cómo sigue este drama, porque el estallido va recorriendo el planeta y revelando la fragilidad de un país falso, desigual y muy empobrecido. Mucho metro, mucho aeropuerto y turismo para ricos, pero poca salud pública, poca seguridad, poca educación.
“Realidad o sueño, buen panameño, de ti depende”, nos legó Domplín. Toca mantenerse firme en la convicción de que lo único que nos va a salvar en estas circunstancias es el criterio y el valor de hacer lo correcto: desalojarlos para siempre del poder y condenarlos al olvido.
El autor es escritor.