Luego de leer la noticia del sábado 12 de abril en La Prensa, titulada “Panamá, de líder a rezagado en inversión extranjera”, me queda una gran preocupación. Panamá, país que históricamente ha sido una potencia económica en la región en cuanto a inversión extranjera directa (IED) se refiere, ha mostrado una tendencia sostenida a la baja, hasta llegar a ocupar el cuarto lugar en recepción de IED, por detrás de República Dominicana, Costa Rica y, más recientemente, Nicaragua.
Ojo: esta tendencia a la pérdida de inversiones la vengo notando desde hace unos 10 a 12 años. En gran parte, se debe a decisiones tomadas por los últimos gobiernos, que detuvieron el momentum de proyectos de inversión adicionales a la ampliación del Canal, quedándonos únicamente con el “visnis” de pasar barcos, sin considerar un modelo de negocio más amplio.
A esto se suma la costumbre de cambiar de modelo económico cada cinco años, según el gobierno de turno, y la falta de una visión profesional y de largo plazo, más allá del quinquenio de cada administración.
Durante esos años, también tuve la oportunidad de conocer los aportes de Ray Dalio, inversionista estadounidense, y su genial análisis sobre el orden mundial económico.
Él explica que todas las grandes potencias atraviesan ciclos de ascenso y declive que se repiten a lo largo de la historia. Guardando las proporciones, este enfoque podría ayudarnos a entender por qué Panamá está perdiendo atractivo como destino de inversión extranjera.
Dalio menciona que todas las grandes potencias —Holanda, Gran Bretaña y, más recientemente, Estados Unidos— han pasado por ciclos marcados por crisis internas y económicas, deuda creciente, conflictos internos y externos (incluyendo guerras), lo que lleva a una disminución de la competitividad y pérdida de confianza de los inversionistas.
Las similitudes con nuestra situación son evidentes. En los últimos 12 años, hemos atravesado conflictos internos y una fuerte polarización política que han generado un ambiente de incertidumbre regulatoria y falta de consensos para hacer del país un destino atractivo para la inversión. Un ejemplo reciente es el contrato minero aprobado de forma irresponsable por el gobierno pasado, que provocó protestas masivas y paralizó la economía, generando una profunda división social e inestabilidad. También hay que mencionar las auditorías pendientes de los puertos, que no ayudan a mejorar la imagen del país.
Siguiendo con los puntos de Dalio, otra alerta es la pérdida de enfoque económico. Hoy carecemos de una estrategia clara para fortalecer sectores clave como la tecnología, lo que sin duda ha reducido nuestra competitividad, incluso en nuestras áreas de expertise como el sector financiero y logístico.
Sin extenderme demasiado, también hay que mencionar la falta de mano de obra calificada. La educación es clave para atraer inversión de alto valor agregado. Además, los conflictos políticos internos (casos como la mina, Río Indio o la relación con Trump) y la constante lucha de poder entre partidos (“hoy tú, mañana te tumbo para estar yo”) impiden construir un verdadero plan de país, sostenido y planificado.
Para finalizar, nos toca reflexionar profundamente sobre el futuro. Panamá no puede permitirse seguir perdiendo terreno en la región. Es ahora cuando cada uno de nosotros, como ciudadanos comprometidos, y tanto el gobierno como la oposición, debemos asumir una determinación nacional con visión global. Solo así podremos construir un Panamá competitivo, capaz de recuperar su posición como líder económico regional. Hay que volver a ser “la más bonita del baile, con quien todos quieren bailar”.
Ojo con El Salvador, que está haciendo su tarea también.
El autor es asesor inmobiliario.