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‘Estoy aburrido’, ‘estoy aburrida’

Si usted no lo ha oído varias veces en el mismo día, no importa que esté en la piscina de la casa de playa, en el auto yendo de regreso a la casa después de 3 horas en un parque de juego o en un partido de fútbol, terminando de recoger los platos de cartón y los vasos de Kool-Aid semi llenos, de la fiesta de cumpleaños que acaba de terminar, usted no tiene hijos.

Su hijo puede estar tirado en el piso, en la cama, en el sofá frente al televisor, en la silla del consultorio médico, en la sala de espera del cine o se acaba de bajar de la bicicleta o de jugar un partido y usted oirá una y más veces la agobiadora expresión que, más que cansado, quiere decirle que mejor hace otra cosa o que no le resultó lo que estaba haciendo como pensó que le resultaría, o llamarle la atención porque él o ella quieren atención constantemente, o ¿será que está triste o frustrado? “Pregúntele cómo se siente o qué siente”, sugiere un psiquiatra infantil, “ayúdele a identificar sus sentimientos”. Esto debe empezar desde su edad pre-escolar. Es parte sustancial del aprendizaje el cuestionarse y encontrar respuestas.

Déjeme decirle, él o ella se puede aburrir, no es que hay algo malo o enfermizo en aburrirse, la molestia es oírlo repetidamente y querer solucionarle el aburrimiento ignorándolo, considerar que es necedad o sentir que ya no tiene usted instrumentos para distraerlo, o que le falta emprendimiento y paciencia, y, definitivamente, energías. Si usted no puede encontrar el camino para salir del atolladero, no se preocupe en dejarle solo, de confiarle el tiempo y el lugar apropiado que tiene allí para encontrar alguna actividad para ese momento y lugar. Ese lugar apropiado está siempre en la misma casa, seguramente, donde tiene sus juguetes y sus libros. Allí desarrollará habilidades y encontrará experiencias que le facilitarán aprendizaje, irá modelando su cerebro, realambrando sus interconexiones neuronales, podará neuronas no útiles para reemplazarlas por otras más eficientes.

No confunda esto con encenderle la computadora o el televisor, darle un teléfono celular o una pantalla táctil o tableta. Optar por esto es muy temprano, es contraproducente y no es la respuesta al aburrimiento. Él o ella seguro encontrará o descubrirá algo que le resuelve el aburrimiento entre sus juguetes y sus libros, siempre y cuando usted le da claves para hacerlo. Jugar es esencial para la socialización y el desarrollo físico y de habilidades del niño que crece, como para aprender. Jean Piaget o María Montessori señalaron que “el juego es el trabajo de la niñez”. Para lograr ambos propósitos de forma óptima, el juego no es frente a una pantalla sino con otros niños, no es encerrado sino en ambientes abiertos y amplios, para mirar lejos, más allá, para atreverse y para arriesgarse, o para concentrarse en una labor que lo enriquecerá tanto en lo cognitivo como en lo emocional.

“El aburrimiento es normal y hasta saludable”, nos recuerda Catherine Pearson, en The New York Times, citando a una de los varios investigadores sobre el tema. Como el juego, el aburrimiento, “en moderadas dosis”, ofrece la oportunidad al niño de aprender, al obligarle a la búsqueda de una actividad que le estimule a explorar, a resolver la misma situación que le hace sentirse aburrido y a crear. El aburrimiento despierta la imaginación del niño si se le permite que “trabaje” en él. Se sorprenderá usted como padre o como madre, si tiene una dosis de paciencia y de confianza en su hijo, si se atreve a dejarle la iniciativa al niño de buscar algo que hacer, con alguna orientación suya.

El aburrimiento tiene edades y su significado no es el mismo en los primeros años que en la edad escolar, la pubertad o la adolescencia, en los barrios sin facilidades de juegos y deportes, que en los desarrollos millonarios con todas las amenidades posibles; no es lo mismo antes de los 6 años de edad, que después de los 16. Llega el momento, incluso antes de los 6 años, cuando las madres comienzan a sentir la demanda creciente de la crianza y lo que ello cuesta. No es solo el alto costo, tan alto como rascacielos, de la educación pre-escolar, que nos hace pensar a ratos que lo matriculamos equivocadamente en una escuela privada de educación secundaria o universitaria, sino el otro interminable número de actividades para que “no se aburra”, o para que socialice, o para que permita a los padres sus horarios de trabajo.

Allí se amontonan esas actividades extracurriculares, sin ninguna prueba de comprender las bondades del descanso y el reposo, frente a horarios prusianos de las clases de ballet, de tap, de danzas exóticas; las de gimnasia, el tenis o el karate; los del flag fútbol, el fútbol americano y el balompié, el golf, la natación y hasta el pádel, para los sábados y los domingos. En los barrios abandonados por la inequidad, los que nacen a fuerza de tomarse las tierras y propiedades, las restricciones y los límites se constituyen en los maestros y, con suerte, en buenos maestros.

Como ya habrán podido apreciar, aunque el aburrimiento no tiene estrato social, sus respuestas y los juegos sí varían, según el grado de la educación y el estado económico del que gocen las familias, con lo cual es necesario recordar la obligación del Estado de facilitar sin clientelismo, esos instrumentos, los juegos y los libros, que tanto desarrollo y crecimiento aseguran a los niños. La niñez es lo extensa necesaria, para que en ese período tan crítico de los pininos del aprendizaje social, la carrera evolucionaría por ese aprendizaje alcance metas volantes y premios de montaña, como en la jerga del ciclismo, suficientes para acumular puntos en cada una de las competencias. El aburrimiento de los niños abre las puertas a esa exploración.

Jonathan Haidt, profesor de la Escuela Stern de Negocios, de la Universidad de New York, y reconocido estudioso psicólogo social, preocupado por la urgencia de salud pública en Estados Unidos, urgencia de la salud mental y las altas tasas de muerte por suicidio de la Generación Z, dice: “En los días de la infancia basada en el juego, la norma era que cuando terminaba la escuela, los niños salían a jugar entre ellos, sin supervisión, de manera que les permitieran satisfacer tres motivos: motivación para el juego libre, armonía en sus actividades y aprendizaje social. Pero en la transición a una infancia basada en teléfonos, los diseñadores de teléfonos inteligentes, sistemas de videojuegos, redes sociales y otras tecnologías adictivas atrajeron a los niños del mundo virtual, donde ya no obtuvieron el beneficio completo de actuar según estas tres motivaciones”. Este mensaje que se aprenda entre los padres.

El autor es médico pediatra.


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