La última vez que vi a Ezequiel conversamos de nuestros proyectos comunes sobre la promoción de la lectura y la escritura. Ese día comentamos las guías del plan nacional de lectura Aprendamos todos a leer de Meduca. Estuvimos hablando de las bondades y fortalezas de los documentos y las posibilidades que teníamos de poder llevar algunos programas de lectura en conjunto.
Hacía poco que yo había realizado en su salón de clases en Playa Chiquita de La Chorrera un taller con sus alumnos especiales y él se emocionó mucho porque era la primera vez que veía tan motivados a sus niños.
Le dije que los niños ya estaban motivados gracias a él y que, además, no eran especiales por sus discapacidades, sino que eran especiales porque tenían una sensibilidad admirable hacía los libros y un deseo de aprender.
Aquel día los niños trabajaron con algunos poemas del poeta Héctor Collado y elaboraron unos pequeños poemitas que leyeron en voz alta. Entonces, Ezequiel Cedeño, se emocionó y me dijo que tenía ganas de llorar. Pero al final no hubo llantos sino una fiesta de la poesía y la palabra.
El 16 de enero mi amigo, el maestro Abdénago Domínguez, me escribió para darme la triste noticia de que Ezequiel Armando Cedeño Quintero había muerto. No demoraron en seguir llegando otros mensajes de asombro, no solo de amigos docentes, sino de amigos del sector cultural que lo conocían desde distintas esferas culturales como el folclore, el teatro y la literatura.
William Ospina escribió en su ensayo Carta al maestro desconocido que es el maestro el que tiene el deber y la posibilidad de salvar a la sociedad. Ospina añade que todos llevamos dentro a un maestro y a un alumno, porque constantemente estamos aprendiendo y enseñando, que no solo la escuela es ese espacio donde se aprende y enseña.
Un buen maestro enseña a sus alumnos n o solo el alfabeto o las matemáticas, sino que ayuda a aprender la relación que tenemos los humanos con la naturaleza y las virtudes para ser una buena persona.
En ese sentido Ezequiel fue más allá del aula de clases para enseñar a sus alumnos. Los llevaba a conocer su entorno y a dialogar con la naturaleza, sabía que su noble misión iba un poco más lejos de abrir un cuaderno.
Fue un líder y maestro que sabía transmitir el amor por el conocimiento desde varios enfoques, sobre todo desde el valor de la creatividad y la responsabilidad ética. Por eso Ezequiel hablaba de un compromiso social con los estudiantes; ser maestro de muchas cosas, pero sobre todo lo esencial es el compromiso social con el otro.
Ezequiel Cedeño enseñaba a construir con lo que se tiene y con lo que se es. Educaba para que sus alumnos entendieran a los demás y aprendieran a convivir, porque de qué sirve una formación integral basada en la ciencia pedagógica si esa pedagogía carece de un compromiso con la comunidad y la vida. Por eso para Ezequiel la escuela era el espacio con la posibilidad de construir relaciones de afecto y de aprendizajes que provocan el cambio.
Para Ezequiel la escuela era la zona con las posibilidades de enseñar lo que en otras áreas del aprendizaje no se aprende. Por eso él llevaba a la escuela donde había posibles escenarios de aprendizaje y entonces nacía la magia de poder tener el pretexto de trabajar desde la cooperación, la solidaridad, la empatía, la resiliencia, la creatividad, el constructivismo; herramientas que le servían para formar con humanidad a sus alumnos para ser personas más dispuestas y preparadas para asumir responsabilidades y desafíos.
Un día me escribió emocionado para pedirme que fuera a la inauguración de un círculo de lectura en la escuela de Playa Chiquita que llevaría el nombre de Carlos Francisco Changmarín. Ya en la escuela había otro círculo de lectura con el nombre de Rogelio Sinán creado por el maestro Reinaldo Montenegro, pero otro no estaba de más (en una escuela deberían de existir muchos círculos de lectura). Cuando entré al salón me encontré con un hermoso árbol pintado en una esquina del aula que era el rincón de lectura dedicado a Chico Changmarín.
Ezequiel estaba convencido de que la única forma de incentivar realmente la lectura en los niños consistía en involucrarse activamente en la promoción de la lectura de distintas formas: desde la enseñanza misma, desde lo lúdico, desde la ciencia, desde el lenguaje, desde la oralidad, desde los valores. Cada una de estas categorías era una rama del árbol que esos niños tenían dentro de su corazón. Ahora comprendo que el verdadero árbol era el maestro Ezequiel; sus ramas brotan flores en cada uno de los niños que él educó.
Para finalizar esta especie de arenga al maestro Ezequiel Cedeño, quisiera proponer al Ministerio de Educación y su Regional de Panamá Oeste que tal vez es la oportunidad para crear un Festival de la Palabra y la Lectura dedicado a la memoria de Ezequiel Cedeño. Quizás un encuentro de círculos de lectura con su nombre y elevarlo como una bandera de amor y de libertad.
El autor es escritor, investigador, ensayista y narrador