Es hermoso reflexionar sobre las lecturas modernas y globalizadas. Incluso las caricaturas y los memes en nuestros teléfonos han profundizado el juego con los idiomas.
No existe una receta mágica para escribir correctamente y apegarse a las reglas ortográficas en los llamados wasapeaos. El vocablo se convirtió en verbo conjugado: yo wasapeo, tú wasapeas... Sin embargo, aunque esto es común, no se justifican las fallas ortográficas, ni ignoramos las advertencias de autocorrección que nos da el mismo celular. Muchas personas, conscientes de sus errores al escribir, prefieren enviar audios. Pero hablar sin reflexión previa tampoco es garantía, especialmente cuando el peculiar estilo de comunicación de muchos jóvenes y la irrupción de ciertas tecnologías han contribuido al deterioro de nuestro idioma.
Un ejemplo: “Este man no me devolvió los apuntes”, se excusó uno de mis estudiantes, sin haberse preparado para el examen parcial. Otro escribía: “Toy aquí esperando que vengas”, víctima del facilismo imperante en los mensajes cortos y populares chats.
Nadie detiene este juego idiomático, ni izando una bandera tricolor ni un arcoíris. Tampoco lo detendría demoler un viejo centro educativo para construir uno moderno lleno de verjas en una provincia donde el qué dirán sigue vigente, llevándonos a recordar tiempos pasados, como la Guerra de Coto entre Panamá y Costa Rica.
En Chiriquí, el juego idiomático también se adapta, con expresiones como “Me too (yo también es me too), pero aquí suena diferente: Meeetooo. ¡Meeto qué escuela más fea, parece un centro penitenciario!”. La fachada, lejos de invitar, repele. “Mecho, ¿qué hicieron? Tiraron una vieja escuela para levantar un adefesio en medio de David”. Ese es el caso del Centro Escolar Antonio José de Sucre, en el Valle de la Luna, cuya estructura metálica sugiere ser un centro penitenciario, no educativo.
¿Qué les pasó a los arquitectos de esta obra? Esto recuerda la importancia de la virgulilla, la pequeña tilde sobre la “ñ” que evita confusiones. Sin ella, no leeríamos “feliz año nuevo”, sino “feliz ano nuevo”.
Presidente José Raúl Mulino Quintero, usted, como oriundo de Chiriquí, debería visitar este centro en 2025 y reflexionar sobre el impacto de estas decisiones. La gravedad de este juego idiomático no solo afecta nuestro idioma español, sino también nuestra identidad cultural.
Los docentes se capacitan en verano, y es justo que lo hagan. Pero también es necesario supervisar su labor posteriormente. En Chiriquí, y en todo Panamá, hay talento, hambre y sed de aprender. Sin embargo, quienes miramos desde fuera vemos mucho viaje, mucha búsqueda de recetas en el extranjero, pero pocas soluciones aplicadas desde adentro.
Nuestro idioma, como nuestras escuelas, ha salido de su cofre aperlado por la tecnología. ¿Qué hacemos si nadie detiene este juego idiomático? Como dice la canción: “Paisano mío, panameño, tú siempre dices sí cuando debieras decir no, y no cuando debieras decir sí”.
Pueblo panameño, lectores y lectoras: Feliz Año Nuevo con la virgulilla.
La autora es educadora.

