Franklin Delano Roosevelt, trigésimo segundo (32°) presidente de Estados Unidos, falleció en esta fecha, el 12 de abril de 1945. Uno de los principales líderes estadounidenses de todos los tiempos, FDR—siglas por las que era conocido—es el individuo que en más ocasiones ha sido elegido a la presidencia (cuatro veces).
Escogido por primera vez en 1932, fue reelegido tres veces (1936, 1940 y 1944). Gobernó entre 1933 y 1945, un total de 12 años, durante los cuales enfrentó dos situaciones sumamente críticas: la Gran Depresión (1929-1939) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
Provenía de una antigua familia neoyorkina vinculada a la política. Su pariente lejano, Theodore Roosevelt, fue presidente entre 1901 y 1909. La carrera política de ambos se asemeja: los dos fueron subsecretarios de la Marina y gobernadores de Nueva York antes de llegar a la presidencia
Pertenecían, sin embargo, a partidos políticos distintos: Theodore, al partido Republicano y Franklin, al Demócrata.
La campaña de FDR en 1932 fue memorable por el aliento que infundió a un electorado desanimado y golpeado por la Gran Depresión. Derrotó fácilmente al presidente Herbert Hoover (1929-1933), quien aspiró a la reelección a pesar de sus pocas posibilidades, pues era ampliamente señalado por no tomar medidas adecuadas para superar la crisis.
Hoover, firme partidario de la ortodoxia económica, rechazaba la idea de estimular la economía a través de un aumento en el gasto estatal más allá de los ingresos. FDR, a su vez, consideraba que la clave para empezar a rescatar la economía consistía en aumentar el presupuesto de inversiones, aun por encima del ingreso federal, a fin de promover el empleo y fomentar la producción de bienes necesarios para llevar a cabo grandes obras de infraestructura.
Hoover desconfiaba de FDR, cuyos planteamientos le parecían demagógicos y conducentes al abuso de poder. Por más que intentó persuadir al electorado, el voto de confianza le fue otorgado, abrumadoramente, a FDR, quien no tardó en poner en práctica su New Deal (“un nuevo pacto”), la política de intervencionismo estatal dirigida a la recuperación económica y la creación de un estado de bienestar.
Sin duda, ante la magnitud de la crisis —determinada, entre otras características, por una tasa de desempleo que abarcaba a una cuarta parte de la PEA— era preciso innovar. La participación del Estado en la economía, ajena a la tradición estadounidense, alarmó a algunos, que acusaron al presidente de acrecentar las atribuciones del ejecutivo de manera exagerada, en detrimento del equilibrio de poderes.
Si en la política interior FDR tuvo un liderazgo indiscutible, no fue menos sobresaliente como dirigente mundial. No es exagerado decir que FDR fue el gran artífice de la derrota del nazifascismo germano-italiano y el imperialismo nipón, fuerzas opresivas que amenazaban con avasallar al resto del mundo y someterlo a sus designios totalitarios. Durante los aciagos años de la Segunda Guerra Mundial, con el indispensable concurso del primer ministro británico Winston Churchill, FDR fue el líder del mundo libre quien, además, diseñó una arquitectura internacional para la posguerra, conducente a la resolución de conflictos y la temprana atención de dificultades económicas, a fin de evitar los descalabros de la década de 1930.
En gran medida, el sistema internacional basado en normas—con sus aciertos y desaciertos—es, en el ámbito internacional, el principal legado de su administración. Lastimosamente, hoy parecen faltar, en los países occidentales, el liderazgo y el vigor para mantenerlo vigente.
Mientras que en las potencias emergentes como China—y su nuevo satélite, Rusia—sobra la energía para reemplazar ese sistema internacional por uno basado en el más crudo ejercicio del poder.
En la sección del continente americano al sur de Estados Unidos, FDR es recordado por su “política del buen vecino”, la cual intentaba generar buena voluntad hacia Washington, principalmente, a través del compromiso de abandonar la intromisión directa en los países latinoamericanos. En apariencia, se buscó una relación más equitativa y menos impositiva, más fundada en la cooperación y menos unilateral.
Hacia ese fin, Washington dio renovado impulso a la Unión Panamericana (predecesora de la OEA), así como a las conferencias americanas. Como resultado de esta política, los Estados latinoamericanos, en su mayoría, acuerparon a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. Hasta Argentina, donde sectores influyentes simpatizaban con las potencias del eje, terminó por ajustarse a la política exterior estadounidense, aunque no lo hizo hasta 1945.
La “política del buen vecino” tuvo impactos en nuestro país. Propició la negociación, firma (en 1936) y aprobación (en 1939) de un nuevo tratado, el cual mejoró las condiciones de Panamá frente a Estados Unidos. Su logro principal fue el afianzamiento de nuestra soberanía como resultado de la derogación de las cláusulas de intervención y garantía de nuestra independencia.
Esto se consiguió gracias a la apertura instaurada por FDR, así como la habilidad diplomática del gobierno panameño, encabezado en aquel momento por Harmodio Arias Madrid. El tratado de 1936, llamado en Panamá “Arias-Roosevelt”, es conocido en Estados Unidos como “Hull-Alfaro”, en recuerdo de sus principales firmantes, el secretario de Estado Cordell Hull y el plenipotenciario panameño, Ricardo J. Alfaro.
Por más que proclamase la “solidaridad hemisférica” y renunciara al intervencionismo directo, Washington siguió haciéndose sentir en la política interna de los Estados americanos cuando sus intereses eran puestos en peligro. El método ahora preferido era el de asegurar dichos intereses a través de los denominados “hombres fuertes”, quienes ejercían en sus respectivos países el control de las fuerzas armadas, en sintonía con las directrices de Washington.
Así, en la década de 1930, Estados Unidos se convirtió en cómplice y aliado de dictadores nefastos como Trujillo, en la República Dominicana; Batista, en Cuba, y Somoza, en Nicaragua, incalculablemente corruptos, quienes, aunque sometieron a sus opositores a vejámenes indescriptibles, mantuvieron la alta estima de la Casa Blanca por su alineamiento oportunista con la política exterior estadounidense.
El autor es politólogo e historiador; director de la maestría en Asuntos Internacionales en FSU, Panamá, y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá

