En el pasado, los avances científicos y tecnológicos ocurrían de manera esporádica y gradual. En la actualidad, las innovaciones sobrevienen a un ritmo trepidante. ¿Está el cerebro humano capacitado para asimilar tanta información de golpe? Este dilema aconteció también, proporciones guardadas, cuando surgió la imprenta y posteriormente la televisión. Internet, sin duda, ha revolucionado profundamente la forma de vida y la estructura mental en las sociedades modernas. Dos libros interesantes del escritor estadounidense Nicholas Carr abordan esta temática: Lo superficial: lo que internet hace a nuestros cerebros (The Shallows: what the Internet is doing to our brains) y ¿Nos está Google volviendo estúpidos? (Is Google making us stupid?).
En ambas obras, el autor realiza una astuta crítica de la tecnología informática, utilizando a la neurociencia como andamiaje de su argumento. Cita fascinantes experimentos científicos que comparan las vías neurales que se activan al leer un libro versus las que se estimulan cuando se explora internet, un medio que súbitamente nos enfrenta a una gama de portales de textos, imágenes o videos, con constantes interrupciones por mensajes, alertas y anuncios comerciales. Los defensores del modernismo resaltan el beneficio que supone disponer del casi infinito acceso a la información que nos brinda la red cibernética. El amplio acceso a la información, empero, no necesariamente incrementa el conocimiento. Esa lectura superficial, incluso, puede reducir su aprendizaje. Carr comenta: “Cuando la red absorbe un medio, ese medio es recreado a imagen de la red, y esta inunda el contenido del medio con hipervínculos, anuncios tintineantes y otros trucos digitales, que envuelven el contenido que nos interesa con el contenido de otros medios que ya ha absorbido. Mientras repasamos los titulares de un periódico, por ejemplo, podemos simultáneamente recibir un nuevo mensaje de e-mail o de Whatsapp. El resultado es la dispersión de nuestra atención y la pérdida de concentración”.
Carr examina la historia de la lectura y de la ciencia, enfatizando que el advenimiento de los distintos medios ha ido alterando el desarrollo de nuestros procesos mentales: “El cerebro se autotransforma para ajustarse a las nuevas fuentes de información: de la tradición oral al lenguaje escrito; del lenguaje escrito a la imprenta; de la imprenta a internet. Este último recurso es el que nos está llevando a dejar atrás algunas de las evoluciones cognitivas que adquirimos con la llegada de la imprenta y la popularización del libro, tales como adquisición de conocimiento, originalidad, análisis y reflexión”. Internet acostumbra a la mente a leer por encima, a hojear y escanear la información, pero no a retener, escudriñar, profundizar y, menos aun, a forjar un pensamiento crítico. El adicto a la red se topa con numerosos artículos interesantísimos de los que luego no recuerda absolutamente nada; navega en busca de algo, pero se pierde entre enlace y enlace, olvidando su objetivo inicial. Permanece apático por horas frente a Facebook, Twitter o Instagram sin un propósito determinado, al acecho de algo que no solo nunca encuentra, sino que ni siquiera sabe qué es. Se impacienta rápidamente porque el cerebro no está siendo recompensado con las endorfinas que se liberan cuando descubre algo novedoso, potencialmente excitante. La exposición continuada a este tipo de experiencias altera el mapa neuronal y la ruta del pensamiento. Los expertos denominan a este fenómeno “efecto Google”, una especie de amnesia digital que ocasiona el olvido del conocimiento relevante, por confiar demasiado en la inmediatez informática de los dispositivos móviles.
Pese al pesimismo de Carr, otros expertos en ciencia y tecnología creen que internet, por el contrario, potenciará las habilidades mentales de las generaciones venideras. Ellos aducen que la cuestión está mal planteada. Lo que genera Google es una inteligencia diferente. De la misma forma que las calculadoras hicieron innecesario realizar operaciones matemáticas, la acumulación de saber no tendrá ya sentido. Retener en la cabeza conceptos que son fáciles de encontrar en la red no será ya una señal de destreza intelectual. Más importante será que la persona tenga habilidad para descubrir prontamente la información requerida, resolviendo problemas de manera oportuna y efectiva. Existe evidencia que demuestra que los individuos experimentados en internet registran mayor actividad en las áreas frontal, temporal y límbicas del cerebro, las cuales controlan la toma de decisiones y el razonamiento complejo. Si se compara con la lectura simple, la abundancia de alternativas que ofrece el navegar por la red, estimula la frecuente utilización de más regiones cerebrales.
La solución, a mi juicio, descansa en fomentar el razonamiento crítico desde la infancia temprana, para que la persona sepa posteriormente cómo sacar el máximo provecho intelectual a internet. Como apuntaba Bunge: “La cantidad de información accesible es inmensa y la velocidad con que se puede conseguir ha aumentado enormemente. Antes la gente pasaba horas o días buscando una información. Ahora puede encontrarla rápidamente. Pero esa mayor facilidad tiene, como lado negativo, la sobrecarga de datos. Debemos ahora protegernos contra esa sobrecarga, crear filtros para que no nos llegue tanta información falsa o impertinente”. Einstein tenía una visión más apocalíptica: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas”. ¿Quién tendrá la razón? El tiempo siempre disipa dudas y endereza rumbos. Dejemos a los jóvenes vivir su época, no la nuestra… @xsaezll