Hace poco, gracias a mi amiga Linda Aswood, autora de novelas como Cartas a Valentina, Las flores del lago y Ella es el viento, descubrí Beta, un asistente de Inteligencia Artificial que te ayuda a esclarecer muchos puntos de los planes de gobierno de los actuales candidatos a presidencia. ¿No sabes cómo un candidato va a resolver un problema? Te pregunta el programa y solo eliges al candidato que quieres y le preguntas puntualmente algo a la IA y ella te ayuda a conocer cuáles son las propuestas del candidato.
Desde luego que leer el documento sería lo mejor para cualquier ciudadano responsable, pero es interesante cómo la IA hace un análisis a la velocidad de la luz y te proyecta una respuesta que luego, si lo deseas, la puedes comparar con el documento. Al principio me entusiasmé mucho, pero enseguida una mueca de desencanto me llegó cuando hice la siguiente pregunta: ¿Cuál es su propuesta para las políticas de lectura, el plan de lectura y las bibliotecas en Panamá?
“Lo siento, la información proporcionada en el documento no incluye detalles específicos sobre las propuestas del candidato en relación con las políticas de lectura, el plan de lectura y las bibliotecas en Panamá”, me respondió la IA. Reformulé la pregunta y tuve otra respuesta: “No encontré información relevante sobre propuestas específicas para promover la lectura en el documento proporcionado”.
De los ocho candidatos, solo cuatro mencionan la palabra biblioteca y la palabra lectura, aunque no profundizan demasiado. Ellos son Rómulo Roux, Maribel Gordón, Ricardo Lombana y Melitón Arrocha. De estos, la propuesta de la candidata Gordón es la que mejor está conceptualizada y la que problematiza el tema de la lectura como un eje transversal de la educación y la cultura.
La intención de este comentario no busca cuadrarse con ningún candidato en especial; solo me preocupa un tema serio relacionado a la educación y la cultura que parece no ser un problema para todos los candidatos. Esta inquietud me lleva a otras preguntas que no son necesarias hacerle a la IA porque ya conocemos la respuesta.
¿Existe alguna posibilidad de aspirar, como país, a tener un proyecto de nación con claras metas democráticas si sus ciudadanos no saben leer ni escribir bien? ¿Hay alguna forma de aspirar a vivir en convivencia, respetar los derechos humanos, la igualdad y la libertad sin políticas que protejan los derechos culturales de los ciudadanos? ¿No deberíamos contar con políticas de lectura y estrategias de fomento del pensamiento para promover el desarrollo sostenible y una educación de calidad?
En su hermoso ensayo: Manifiesto por la lectura, Irene Vallejo cita a Gregorio Luri: “Lectura, escritura y habla van unidas. Por medio de la lectura reforzamos el significado de las palabras que creemos entender y aprendemos palabras nuevas. Los niños que leen más hablan y escriben mejor. Nuestro fracaso escolar es, básicamente, un fracaso lingüístico. Y lo es incluso en matemáticas”. La despreocupación por la construcción de una política de lectura, la falta de estrategias articuladas para favorecer el acercamiento al libro, la carencia de programas destinados a la primera infancia, a la niñez y adolescencia para aproximarlos a la lectura, el abandono de nuestras bibliotecas, no solo son parte de un fracaso educativo, también son una frustración moral, ética y política.
Demetrio Fábrega trabajó hasta sus últimos días en estudios que trataban de comprobar que la facultad del lenguaje es algo innato en el hombre y que está ligada a todos los procesos elevados de aprendizaje y de adquisición de conocimientos y destreza, y es el más delicado de los dones que el ser humano trae al mundo consigo, por lo tanto, tenemos que prestarle atención desde la primera infancia porque luego será demasiado tarde. Don Fábrega tenía razón: naufragamos hacia una sociedad fracasada.
En Panamá nos hemos empeñado en construir el mito de que somos un país lector. Abril se nos torna maravilloso porque se celebran muchas fechas relacionadas con el libro y el idioma, vemos las paredes de nuestras escuelas alfabetizadas con murales y afiches alusivos al libro y observamos con frecuencia ferias locales de libros con mesas de autores y libreros ofertando como en un mercado persa los libros acabados de salir del horno de las imprentas, pero la verdad es que nuestros niños y jóvenes no comprenden lo que leen ni saben escribir bien y los fracasos escolares aumentan por esta razón, entre otros problemas sociales que ya conocemos.
Este problema no es de Panamá, solamente. Países desarrollados que nos llevan años luz en términos de educación, también están confrontando serios problemas de lecto-escritura, pero al menos algunos de ellos los están atendiendo con preocupación desde sus agendas políticas, con inversión y estrategias.
Sin embargo, nuestro mayor malestar es que no confrontamos nuestra realidad y la maquillamos de muchas maneras para sentirnos cómodos. Sin verdaderas políticas culturales de lectura de nada sirven leyes buenas como la Ley que establece el marco jurídico de las bibliotecas públicas en Panamá. De nada servirán los manifiestos por la lectura en abril, porque en la saga política panameña siempre triunfa la ignorancia y la indolencia.
El autor es escritor.
