Hamás, calificado por EE.UU., la Unión Europea e Israel como un “grupo terrorista” y como “resistencia” por otros países y grupos, sorprendió a Israel el 7 de octubre de 2023 con un ataque desde la Franja de Gaza contra kibutz (comunidades agrícolas judías cerca de la frontera de Gaza) y un festival musical, Nova, en Reim (Distrito Sur de Israel).
Esta acción dejó más de 1,200 personas asesinadas, entre israelíes y extranjeros, lo que motivó la ira del Estado de Israel, desembocando en una invasión militar contra Gaza. Hoy, gran parte del enclave ha sido devastado por bombardeos israelíes, con un saldo de más de 45,000 bajas civiles, entre ellas niños, mujeres, ancianos e integrantes de Hamás. La Corte Penal Internacional ha señalado tanto a líderes israelíes como a líderes de Hamás por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad.
Es imposible ignorar la barbarie cometida por ambos bandos en disputa. Israel alega actuar en defensa propia, mientras que Hamás mantiene como consigna la eliminación del Estado de Israel. Sin embargo, en la guerra existen límites que ambas partes han transgredido.
A lo largo de la historia, la humanidad ha recurrido a la violencia para resolver disputas, pero las culturas y naciones han establecido normas para limitarla y evitar que los conflictos se conviertan en actos de barbarie. El derecho internacional humanitario protege a quienes no participan en los enfrentamientos, a los prisioneros y a los heridos. Sí, incluso las guerras tienen límites.
El origen de este odio mutuo se remonta a mayo de 1948, cuando se creó el Estado de Israel y comenzó la expulsión forzada de cientos de miles de palestinos (Nakba), quienes fueron despojados de sus hogares para dar paso a asentamientos israelíes. Esta imposición marcó el inicio del conflicto que hoy persiste en la Franja de Gaza.
En reflexiones anteriores, señalé que ambos contendientes son responsables de la muerte de civiles inocentes. La Doctrina Dahiya, desarrollada por el general israelí Gadi Eizenkot, promueve el uso desproporcionado de la fuerza, lo que se ha reflejado en la destrucción de Gaza y la muerte de miles de civiles, acción calificada como genocidio por el derecho internacional humanitario. En Israel, persiste la creencia de que todos los gazatíes son terroristas; el 90 % de la población judía así lo considera.
Hamás, que se autodenomina “resistencia”, ha asumido como objetivo la destrucción del Estado de Israel. Sin miramientos, el 7 de octubre de 2023, asesinó familias enteras en los kibutz y a jóvenes en el festival Nova, además de secuestrar a cientos de personas para utilizarlas como moneda de cambio en negociaciones con Israel, logrando la liberación de miles de palestinos encarcelados.
Como militar, entiendo que, si soy atacado con fuerza letal, debo responder para neutralizar al enemigo. Eso es defensa. Sin embargo, el uso desmedido de la fuerza, con múltiples justificaciones, demuestra que las leyes de la guerra, para Israel, parecen ser letra muerta. Las cifras de víctimas reflejan una desproporción alarmante: mientras los soldados israelíes caídos en combate son significativamente menos, las bajas civiles en Gaza se cuentan por decenas de miles.
Por otro lado, la guerra urbana favorece a Hamás, que emplea tácticas asimétricas, utilizando a civiles como escudos humanos y operando a través de túneles bajo escuelas, hospitales y otros edificios. Esto da a Israel un argumento para justificar sus ataques aéreos y terrestres, pese a las enormes pérdidas civiles.
¿Y la ONU? Hasta aquí lo dejo.
El autor es analista de relaciones internacionales.

