Las imágenes nos atormentan: una madre joven, Shiri Bibas, arrancada del corazón de la vida cotidiana, tomando a sus dos pequeños hijos pelirrojos, Ariel, de cuatro años, y Kfir, un bebé de nueve meses, con las caras marcadas por el miedo, mientras son arrastrados a Gaza. Esta escena, filmada por los terroristas que irrumpieron en el kibutz Nir Oz el 7 de octubre, encapsula la brutalidad pura e inhumanidad de las acciones de Hamás. Fue una de muchas en esa trágica mañana, cuando los terroristas de Gaza mataron, violaron y destrozaron a innumerables familias. Se trata de un claro recordatorio de que Hamás no es un actor político legítimo, sino una organización extremadamente brutal cuyo único propósito es infligir sufrimiento y destrucción.
Durante más de 16 meses, el mundo contempló con horror cómo Hamás hacía desfilar a la familia Bibas con artículos de propaganda para la guerra psicológica. Yarden fue forzado a aparecer en un video luego de que le dijeran que su familia había sido asesinada, una manipulación cruel que ejemplifica el trato sádico de Hamás a los secuestrados. Ahora, con Yarden recientemente liberado, el alcance del horror ha quedado claro. Su reencuentro con la libertad tuvo un costo devastador: sus hijos y su esposa fueron asesinados por sus captores.
Después de mantenerlos en condiciones inimaginables, luego de someterlos al miedo, la privación y, posiblemente, cosas peores, los terroristas de Gaza asesinaron a los dos pequeños hermanos, ya en noviembre de 2023. Un bebé. Un niño de cuatro años. Sus restos fueron devueltos a Israel el 20 de febrero de 2025. No obstante, en un despreciable acto de un horror inexplicable, Hamás sustituyó el cuerpo de una mujer desconocida por el de Shiri. Tras horas desconcertantes, finalmente el cuerpo de Shiri fue devuelto al día siguiente.
La tragedia de la familia Bibas no es solamente una catástrofe personal; es un claro recordatorio de la verdadera naturaleza de Hamás. No se trata de luchadores por la libertad o integrantes de la resistencia, son monstruos que atacan deliberadamente a civiles, asesinan niños y provocan el máximo dolor y la tortura psicológica a sus víctimas. Los secuestrados que han sido liberados relatan horrores difíciles de comprender: golpizas, hambre, violencia sexual y el constante terror de la ejecución. Hamás no libra guerras como una fuerza militar; comete sus crímenes de guerra como un asunto de política. Estas no son acciones de seres humanos; son el sello distintivo de una ideología depravada que glorifica la violencia y se regodea en el sufrimiento.
El asesinato de Ariel y Kfir, el miedo acerca del destino incierto de Shiri, la tortura que soportó Yarden, el cautiverio aún vigente de otros secuestrados, no son aberraciones en la conducta de Hamás. Son su esencia. Se trata de una organización que construye túneles terroristas en lugar de escuelas, que utiliza hospitales como cuarteles militares, que desvía ayuda humanitaria para alimentar su maquinaria bélica. Su gobierno no ha traído más que miseria a Gaza, mientras enriquecía a su propia dirigencia.
Aquellos que continúan apoyando a Hamás o poniendo excusas para ello deben tener en cuenta estos hechos. Cada justificación, cada intento de contextualizar sus acciones, cada “pero” que viene a continuación de la condena de sus atrocidades solo sirve para permitir más sufrimiento. Hamás ha demostrado recurrentemente que no tiene interés en la paz, ningún respeto por la vida humana—palestina o israelí— y ninguna visión más allá del conflicto perpetuo y la destrucción.
No obstante, a pesar de esta innegable realidad, Hamás aún encuentra apologistas en Occidente: activistas y políticos que, ya sea por ignorancia o malicia, refuerzan sus atrocidades justificando su violencia. Cada manifestación que glorifica a Hamás, cada voz que minimiza sus crímenes, solo extiende el sufrimiento de israelíes y palestinos por igual. Defender a Hamás es defender la barbarie. Apoyar a Hamás es sabotear toda esperanza de paz en la región.
La comunidad internacional debe unirse en reconocer que aquí no puede haber paz, ni estabilidad ni futuro, tanto para israelíes como para palestinos, mientras Hamás mantenga su control en Gaza. Su eliminación no es solamente un imperativo de la seguridad israelí, es un deber moral para todos los que crean en la dignidad humana y en la posibilidad de paz en la región.
La historia de la familia Bibas debe servir como un llamado de atención. La familia Bibas, y todas las víctimas del terrorismo de Hamás, merecen justicia. El reinado del terror de Hamás debe terminar. No solo por la seguridad israelí, no solo por el futuro de Gaza, sino por la posibilidad misma de un futuro en el cual niños como Ariel y Kfir puedan crecer sin el miedo de ser arrancados de los brazos de sus padres. No puede haber paz mientras Hamás continúe gobernando. Si la comunidad internacional realmente procura justicia, si se preocupa realmente por las vidas inocentes, entonces debe mantenerse firme: Hamás debe ser desmantelado, su terror erradicado y su estrangulamiento de Gaza quebrado. La senda hacia la paz en la región comienza con el fin de Hamás.
El autor es embajador de Israel en Panamá.