Es increíble el nivel de tolerancia del pueblo panameño. Pero aún más increíble resulta la forma tan básica en que lo engañan. Entiéndase por “pueblo” a todo ciudadano que no ostente parte del poder económico, político o mediático nacional. ¿Cómo el panameño, por aguantar a un reducido grupo de corruptos, acepta dócilmente que su calidad de vida y bienestar se deterioren tanto?
He pensado muchas veces en eso, pero sigo sin entender la capacidad de aguante que hay en este país. Y mientras más aguantamos, más sinvergüenzas se vuelven aquellos.
Constantemente escucho a la gente quejarse en los programas de radio y televisión. Algo similar, por no decir peor, ocurre a través de las redes sociales. Sin embargo, nadie toma la iniciativa, como pasó hace un año con la mina. Tal parece que los panameños sólo quisieran quejarse para que luego vaya otro y les resuelva.
Quejarse de todo, desde el precio más alto o mal etiquetado en una tienda de chinos, hasta el peculado más bochornoso del momento. De seguro existe una causa psicosocial primaria, muy profunda, que explica por qué nuestros ciudadanos dejan que los traten como los tratan. Pero tampoco hay estudios sociológicos que la sustenten porque, dicho sea de paso, en este país los estudios sociales más publicitados y promovidos (para colmos) son aquellos que están directa o indirectamente relacionados a la política.
De unos años hacia acá, aunque la gente quiera pensar lo contrario, el país no anda bien. Pasan gobiernos, brotan escándalos, y la república se degrada más. Como si cada nueva administración se empeñara demasiado en ser más mediocre que sus predecesoras, superarlas en corrupción y endeudar más al país. Léase: cuando no aumentan las malas prácticas, hacen muy poca cosa por frenarlas.
Por ejemplo, hace unas cuantas administraciones atrás, se creó como efecto colateral al crecimiento especulativo la pésima práctica de importar pobreza e ilegales del extranjero. Desde entonces, ningún gobierno ha realizado un esfuerzo realmente contundente por detener esta práctica, que ya casi raya en una suerte de tráfico humano.
Aunque haya mejores edificios, calles o centros comerciales, nos alejamos cada vez más del desarrollo. Porque nuestros sistemas sociales están colapsados, los empleos formales son muy pocos, la salud pública está en quiebra, y encima tenemos que aguantarnos esta gama de políticos que llegan a saquearnos y a enriquecerse con total desparpajo e irreverencia.
Deberíamos salir a exigir cuentas, por lo menos, para que no nos vean la cara de tontos. Se nos ha marginado en nuestro propio país. No podemos seguir pagando el salario de políticos vendidos. Al ciudadano honesto se le trata como a un esclavo, sin valor personal ni derechos sociales básicos. Y eso sin contar que todo el andamiaje legal parece estar a favor del poder económico, político o mediático.
El político panameño que no se vende, termina regalándose. Ya no hay quién defienda al pueblo. Por tal razón, deberíamos defendernos nosotros mismos.
Digan lo que digan, el tema de la mina fue una oportunidad política, no una protesta orgánica. Estábamos en época electoral, y se utilizó el nacionalismo para mover a las personas. Sí, igual que como cuando los movilizan para un juego de fútbol. Había que enarbolar una causa justa para venderse políticamente.
En ese entonces, era (y aún sigue siendo) nuestro deber cívico manifestarnos en contra de cualquier extranjero que pudiese estar lesionando a Panamá. ¿Pero ahora qué hacemos con los que lesionan a Panamá y son de aquí mismo? Aquellos hijos mal habidos del suelo patrio, hambrientos de poder y dinero.
¿Hasta cuándo el panameño va a permitir que lo reduzcan, engañen y exploten? ¿Hasta cuándo se va a esconder tras un esquema de humilde “pacifista”? ¿Hasta cuándo se va a dejar esclavizar por esa gente que perdió los escrúpulos en el camino de la política o en alguna vuelta de la vida?
¿Cómo es posible que las personas aquí tengan que dejar de comer bien para comprar medicinas? ¿Cómo es posible que los servicios de tránsito, seguridad, agua, electricidad y recolección de basura sean tan mediocres? ¿Cómo es posible que los panameños sigan comiendo cuentos de los políticos, mientras los ven enriquecerse día tras día, sin asco, sin principios, sin ley ni Dios que les importe?
El autor es ingeniero en sistemas