Nos gusta la idea de las grandes revoluciones, de los heroísmos que todo el mundo ve; queremos salvar a la patria pero que lo transmitan en streaming para que nos den muchos likes (todo esto en inglés porque en español suena “runcho”), y saquen nuestra foto en los periódicos.
A Panamá hace tiempo que no la defiende nadie, ni en prosa ni en verso. En este mes tricolor se suele ver al corrupto envuelto en patria, emocionado, enmontunados ellos, empolleradas ellas, con la conciencia cauterizada de tanta coima, despilfarro y desprecio por las instituciones que dicen defender. Noviembre ya no es el mes de la patria, es el mes de los hipócritas, de esos patriotas de cartón como las estrellas de Rubén Blades.
Los verdaderos héroes cumplen sus deberes, ejercen sus derechos con justeza y se meten la mano en el bolsillo antes que meterla en la caja común. El héroe es el que dice no a la coima y que si tiene que denunciar la corrupción, no mira para otro lado. Es el que no roba material de oficina o de construcción, según donde trabaje. Es el billetero que no vende números casados o el taxista que “sí va”, que es respetuoso y responsable en su puesto de trabajo.
Los héroes que necesita Panamá son los que no salen en televisión, cuya mano derecha no sabe lo que hace su izquierda; los que les preocupa la educación, la salud, la seguridad y no tanta pendejada que distrae de lo fundamental. Esos son los ciudadanos que nuestro país necesita: los que saben que a esta democracia le hace falta mucho músculo institucional y conciencia ética.
Patriotas sin patria, que adoran lo que la representa pero se aprovechan de ella, hay muchos en todas partes. Así vamos, con los símbolos sagrados desfilando con paso marcial hacia al desastre. El heroísmo patrio comienza con las pequeñas cosas, comienza con usted, conmigo, enarbolando la bandera del respeto.
El autor es escritor