La convulsión social que sacude a Panamá es una amenaza mucho más seria que las inconveniencias cotidianas que nos irritan en las vías y en el bolsillo y la parálisis que aqueja al proceso educativo.
Y es curioso que cayera en cuenta del peligro a que estamos expuestos en estos momentos, viendo las declaraciones en el Congreso norteamericano que investiga la violencia civil poselectoral, que culminó con un intento de golpe de Estado y la casi exitosa toma del Capitolio, el 6 de enero de 2021.
Cuando un testigo se refirió a una de las absurdas teorías que pretendía usar Trump para alegar que le habían robado las elecciones, la de que había sido blanco de Chávez, de Venezuela, primero me reí, pero también sonó un timbre de alarma en mi interior.
Confieso que no venía atando cabos. Que Rusia instalara milicia y misiles en Nicaragua, que pudiera estar reforzando el vínculo con Cuba, que Putin es amigo de China, Irán, India, Brasil, Venezuela y varios otros países que lo ayudan en la guerra despiadada que lleva a cabo para robarse un país independiente, Ucrania, suministrándo equipo y soldados o comprándo más petróleo... En fin, para no perderme en una calle sin salida, de que la nuevamente poderosa Rusia puso la mira en Latinoamérica, como parte de su ambición de extender su influencia. Bastó recordar la semilla del mal que fue Chávez para abrir los ojos.
Las huelgas sin causa justa, el cierre de calles y escuelas y los estribillos que despiertan la mentalidad de manada logran que el pueblo llano repita como verdad lo que cantan los sindicatos, sin darse cuenta que está siendo usado para fines nefastos.
Doy por hecho que hace rato, desde que se popularizó la tecnología de la comunicación, no somos un país de ignorantes. Los dirigentes obreros y profesores conocen las razones por la cual la gasolina ha subido en todos lados y que el alza incide en el transporte de bienes, encareciendo o desabasteciendo. Y lo saben porque ven lo que pasa en Ucrania y las consecuencias de enfrentarse para vencer a Putin. Que esto no es ni culpa ni responsabilidad del gobierno panameño, como tampoco es la covid-19.
Un buen gobierno buscará las mejores posibilidades, razonables y saludables, para aliviar la situación de los gobernados; es lo que le compete. Por eso pensé en una estrategia para neutralizar los efectos nocivos de los que no aman a la patria, sino a idearios caducos y promesas de bienestar sin precedente alguno de éxito.
Mi estrategia es que no cesen de presentarse en los medios, con explicaciones sencillas y sin caer en las insinuaciones sensacionalistas de muchos reporteros en la televisión, que roban la efectividad lograda. Dar ejemplo de cordura, explicando las causas reales del problema, de manera que las entienda mi asistente doméstica, el ebanista, los que se inician en la universidad, en fin, todos los que son utilizados para hacer que Panamá se convierta en otro país fracasado. Estamos en una encrucijada y el tiempo apremia. Hombres de bien, salgan a luchar con la palabra y el intelecto.
La autora es escritora