La Iglesia católica, con más de 1,300 millones de fieles en el mundo, sigue siendo una de las instituciones con mayor influencia espiritual, social y cultural. Su papel como referente moral ha sido clave en tiempos de crisis y transformación. El pontificado de Francisco marcó una etapa de apertura, sencillez y cercanía con los marginados. Fue el papa de las periferias, el que pidió una Iglesia pobre para los pobres; el jesuita que, con Laudato Si’, llamó a cuidar nuestra casa común y puso el cambio climático en el centro del debate ético. Defendió el respeto a los homosexuales, condenó la guerra, denunció la desigualdad y pidió perdón por los abusos cometidos por miembros del clero, enfrentando con humildad una de las peores crisis morales de la Iglesia.
En su visita a Panamá en 2019, pidió a los jóvenes no ser espectadores de la historia, sino protagonistas del cambio. Les instó a “armar lío”, a sacudir las estructuras con esperanza y compromiso. Hoy, tras su partida, el mundo vuelve la mirada al cónclave. Elegir un nuevo papa no es solo un rito interno: es decidir quién guiará a millones en un mundo convulso, marcado por conflictos, migraciones, pérdida de sentido espiritual y amenazas a la dignidad humana.
