Han pasado 470 días desde el ataque más brutal y letal contra civiles israelíes en décadas, y hoy amanecemos con la esperanza de que la anhelada paz finalmente sea una realidad. La esperanza de que 33 israelíes secuestrados, arrancados de sus familias, y 1,890 palestinos prisioneros, separados de sus seres queridos, puedan regresar a sus hogares y empezar a sanar las heridas que dejaron la violencia y el dolor.
La esperanza de que nunca más se repita una masacre como la ocurrida en un festival, donde cientos de jóvenes fueron violados, mutilados y asesinados simplemente por celebrar la vida y por ser israelíes. La esperanza de que nunca más una guerra arrase con miles de vidas inocentes en Gaza, hombres, mujeres y niños que sufren las consecuencias de las decisiones y acciones de un grupo terrorista que ha olvidado el valor de la humanidad.
El acuerdo alcanzado con la mediación de Egipto, Catar y Estados Unidos representa más que un alto el fuego: es un tenue rayo de luz que invita a construir un futuro donde dos pueblos encuentren un camino para coexistir en paz. Este es un momento crucial para reconocer que no puede haber justificación para el odio, la barbarie y el sufrimiento. Que prevalezcan la compasión y el compromiso por la vida.
