La muerte de Mario Vargas Llosa marca el fin de una era en la literatura y el pensamiento hispanoamericano. Su vida fue un testimonio de integridad intelectual, de lucha constante por la libertad —individual y colectiva—, y de una inquebrantable fe en la palabra como herramienta para desenmascarar el poder, el fanatismo y la corrupción.
Desde La ciudad y los perros hasta Conversación en La Catedral o La fiesta del Chivo, Vargas Llosa elevó la novela a una forma de intervención cívica. Cada obra suya, aún las más íntimas, llevó consigo un gesto de resistencia frente a los dogmas. Su pluma, afilada por la lucidez y la controversia, incomodó a muchos, pero nunca se doblegó.
Premio Nobel, demócrata por convicción, polemista incansable, fue también un amante de los balcones, los amores contrariados y los paraísos perdidos. Su legado nos recuerda que la literatura no solo narra el mundo: lo revela y lo transforma.
Gracias, Mario, por escribir la libertad.