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Incendios de masa vegetal

El año pasado se caracterizó por sus devastadores incendios. Antes del verano boreal, cuando ocurre el mayor número de fuegos en el hemisferio norte, en marzo de 2023 ya ardían en España más de 3 mil hectáreas en un área forestal.

A mediados de año, en pleno verano, se quemaron secciones de Grecia, Portugal y las islas Canarias. Particularmente impactante fue el incendio en la isla de Maui, Hawái, en agosto de 2023, que causó la muerte a más de 100 personas y destruyó más de 2 mil 200 edificaciones, un desastre inédito en ese lugar.

En octubre, Canadá tuvo incendios “sin precedentes” que impactaron su cobertura boscosa de forma dramática. Ese mes también hubo en Australia igniciones “sin control”; en diciembre, un incendio “de gran magnitud” afectó el parque nacional Henri Pittier en Venezuela (AFP y EFE, varias fechas).

En muchos casos, estas calamidades guardan relación con el alza en las temperaturas y una mayor radiación solar que ocurren en el verano. Ayudan a propagarlas el viento, que se incrementa en ciertas épocas del año (como en la estación seca, en Panamá) o como consecuencia de sucesos naturales (por ejemplo, el huracán Dora, cuyos vientos avivaron el fuego en Hawái).

En torno a este siniestro, una nota de AFP explica: “Aunque los incendios forestales son un fenómeno natural, los científicos afirman que el aumento de la temperatura en la atmósfera está empeorando este tipo de catástrofes” (11 de agosto de 2023).

Según la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio de Estados Unidos (NASA), el planeta experimentó en julio pasado el mes más caluroso desde que se llevan registros. El calentamiento de la atmósfera “tiene un mayor poder secante” lo cual contribuye a fomentar la combustión y a producir incendios, indicó el Dr. Yadvinder Malhi, de la Universidad de Oxford, citado por AFP.

Panamá no escapa a este fenómeno. En 2022, el Cuerpo de Bomberos contabilizó más de 3 mil incendios de masa vegetal, “lo que representó un costo de más de 6 millones” de dólares (AFP, 6 de febrero). En febrero de 2023, unas 70 hectáreas fueron consumidas por las llamas en Caldera, distrito de Boquete, en un evento presumiblemente “provocado por alguna persona para limpiar potreros” (TVN, 9 de febrero).

En marzo y abril, la provincia de Veraguas fue escenario de varios incendios. Se calcinaron en dos meses unas 800 hectáreas en las reservas de Alto Guarumo y La Yeguada, así como en los llanos de Cañazas, destruyendo plantaciones forestales y pastizales.

Según el Ministerio de Ambiente: “Estos incendios son uno de los problemas que más daño causan al medio ambiente durante la época de verano, mismos que se han agravado por el cambio climático a raíz de las malas prácticas empleadas por el ser humano como ‘roza y quema’” (TVN, 24 de abril de 2023).

En mayo le tocó el turno a Chiriquí, donde un fuego en las tierras altas ingresó en el Parque Nacional La Amistad, uno de los sitios del patrimonio mundial de la Unesco. De acuerdo con el Cuerpo de Bomberos, 2023 “cerró con 4,457 incendios de masa de vegetal”. Se pronostica que, en 2024, el número pueda ser mayor, “debido a las condiciones climáticas”—entre ellas, el fenómeno de El Niño—”y el comportamiento de las personas.”

Conductas retrógradas e irresponsables, incrustadas en el ADN panameño, promueven los incendios de masa vegetal, que generan consecuencias sumamente negativas. Además de impactos respiratorios, causan pérdida de flora y fauna, erosión del suelo, empobrecimiento de la capa fértil, incremento de temperaturas, más calor e incomodidad, menos disponibilidad de agua y un empobrecimiento general del paisaje (Miambiente, 2 de enero).

Si bien hay causas naturales detrás de estas calamidades, en Panamá, según el Cuerpo de Bomberos, la inmensa mayoría de los incendios es producida por la actividad humana. La agricultura de la tala y quema, antes mencionada, sigue practicándose ampliamente, a pesar de que hace muchas décadas dejo de ser funcional y ahora es abiertamente perjudicial al ambiente.

Peor es la quema de potreros, costumbre asociada a la ganadería primitiva, que sigue tan vigente hoy como cuando los españoles introdujeron los primeros semovientes. Aún peor es la quema de herbazales, que se efectúa con fines de “limpieza”, para la cacería furtiva o como pasatiempo predilecto de algunos pirómanos.

En una columna reciente, cité un informe del Cuerpo de Bomberos según el cual, en una década (2012-2022), al menos unas 230 mil hectáreas fueron asoladas por incendios de masa vegetal (La Prensa, 22 de noviembre de 2023). Frente a semejante desgracia, es insólito que quienes gobiernan y aspiran a gobernar no muestren la más mínima sensibilidad o, mucho menos, interés o iniciativa para desarrollar un plan que provea soluciones a lo que constituye el problema ecológico más grave del país.

Es penoso que quienes ejercen funciones públicas sean incapaces de relacionar las quemas con situaciones graves como la falta de agua—incluyendo agua para el consumo humano y para el canal—aumento en las temperaturas, problemas de salud, pérdida de fertilidad en los suelos, merma en la biodiversidad y otros impactos. Ni siquiera son capaces de vincularlo al turismo que tanto dicen querer impulsar. Pregunta: ¿a qué turista le interesa pagar por ver un país quemado y lleno de basura?

Hace dos siglos, Alexander von Humbolt corroboró que el mundo natural constituye ecosistema integral. Todo en la naturaleza está interconectado, por lo que el ser humano y el clima se influyen mutuamente (deutschland.de, 9 de septiembre de 2019).

En Panamá, donde la clase política ni siquiera sabe quién es Humboldt, una ciudadanía que, recientemente, ha dado muestras de preocupación por el ambiente debe presionar para poner fin a los incendios de masa vegetal y reforestar, prioritariamente, el territorio nacional. Mejorarían el clima, el suministro de agua, la vistosidad del país y la biodiversidad, con consecuencias benéficas para todos.

El autor es politólogo e historiador, director de la Maestría en Asuntos Internacionales en Florida State University, Panamá y presidente de la Sociedad Bolivariana de Panamá.


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